Hace tiempo que venía sospechando del emblemático escritor de Carreteras secundarias (1996). Desde su publicación en La Vanguardia (10-III-2023) «La posteridad, amigas mías» −donde habla sobre la riqueza cultural que implica reconsiderar y valorar a escritoras tan potentes como Luisa Carnés y nuestra Concha Alós−, observé un respeto especial de escritor a escritora de sincera evocación. Más tarde, escuchando el podcast de El País (6-IX-2024) en el que Ignacio Martínez de Pisón era entrevistado por Berna González Harbour con motivo de la promoción de su última creación Ropa de casa (2024), me di cuenta de que ese «respeto especial» se transformaba en admiración profunda. A partir del minuto quince del audio, Ignacio Martínez de Pisón menciona a Concha Alós como «una de las reinas de la literatura española de los años sesenta», reivindicando el injusto olvido en el que fue subsumida la figura de la autora, y como ella, «muchos otros», dice el escritor y como ella, muchas otras, añado yo.
Con la sospecha rondando cerca de la oreja como una moscarda en las siestas del verano, me doy cuenta de que tengo que salir de dudas y averiguar cuánto impacto ha podido producir la literatura de Concha Alós en Ignacio Martínez de Pisón. Así que, me decido a escribirle directamente, gracias al capote de mi querido director de tesis Juan Antonio Ríos Carratalá. Sinceramente, me podía la vergüenza de dirigirme a él porque únicamente había leído Carreteras secundarias (era lectura obligatoria de clase) y, para colmo, había ido a una de las presentaciones de su penúltima novela Castillos de fuego (2023) y tuve el cuajo de irme después sin un ejemplar con su firma. No le dije ni una palabra. Visto y no visto. En mi defensa diré que me acuciaba una fuerte migraña. La intensidad del dolor comenzaba a apretar algunas tuercas de mi parte derecha de las sienes. Sin embargo, en el fondo de mi corazón sabía que la migraña era una excusa barata y que estaba desaprovechando una oportunidad de oro para conocerle. Pero me fui. También puedo argumentar lo diminuta y estúpida que me sentí delante de Rosa Montero mientras me firmaba La loca de la casa (2003). Fue bastante antes de la presentación de Castillos de fuego, pero no pude evitar sentirme igual de ridícula, sin saber qué decir, ¿qué decirle a un gran escritor al que has admirado y que te ha inspirado para tus cuartillas inútiles del cajón? Recordando mi anécdota con Rosa Montero que ahora no viene muy a cuento, me fui. En realidad, nos fuimos: yo, mi dolor de cabeza y mi vergüenza.
El caso es que, superando todas mis cortapisas, me decido a escribirle. Le pregunto cuándo y cómo llegó Concha Alós a la vida de Ignacio Martínez de Pisón. Me responde que fue gracias a las reediciones de La Navaja Suiza −comenzaron a editar sus obras en 2019 con Rey de gatos. Narraciones antropófagas, luego siguieron Los enanos, El caballo rojo…−. Me cuenta, además, que él intercedió para que Las hogueras volvieran a ver la luz en su sesenta aniversario. Me maravillo. Le cuento otros proyectos que estamos llevando a cabo. Me felicita. La conversación vía correo electrónico fluye con una normalidad aplastante que a mí me hace abofetearme mentalmente por mi injustificado aplomo del pasado. Finalmente, me confirma que considera a Concha Alós una gran escritora del realismo social. La novela Las hogueras le impacta por su tremenda actualidad, a pesar de soplar sesenta velas ya. Los enanos, El caballo rojo… son ficciones que han calado en Ignacio Martínez de Pisón por su rotunda calidad de testimonio. Literalmente, son obras imprescindibles de nuestro legado cultural. Por eso, es esencial que no olvidemos a estas figuras que, con su osadía en la pluma, escribieron negro sobre blanco las calamidades de una época particularmente gris.
Ignacio Martínez de Pisón está determinado a colaborar activamente en esta labor de rescate de la escritora. Me comenta que está preparando otro artículo para La Vanguardia, ha salido hoy mismo (14-XI-2024), «Escritoras de armas tomar». Se compromete a facilitarme el texto −no tengo suscripción a la cabecera, ya me pesa− y, fiel a su promesa, esta mañana a primera hora tengo la captura de pantalla en mi bandeja de entrada. Gracias, querido Ignacio. A mí se me hace corto el artículo. Es un texto bello en el que enlaza sabiamente las agallas de Emilia Pardo Bazán, que luchó a capa y espada contra los convencionalismos de su época, con la valentía de Concha Alós que también luchó a su manera con los preceptos sociales del más rancio franquismo. Emilia Pardo Bazán fue caricaturizada como una «marimacho» por su talento literario más propio, naturalmente, del varón. Concha Alós, nacida un año después de la muerte de su colega decimonónica −según hila sabiamente Ignacio Martínez de Pisón−, fue criticada por su tono soez y directo, por retratar la miseria de una manera cruda, en definitiva, por no escribir con un estilo al esperado a las buenas señoritas. Tiene mucha razón Ignacio Martínez de Pisón cuando asegura que ambas escritoras fueron «escritoras de armas tomar». Pero ocurre otra cosa importante en su artículo, algo que imagino totalmente deliberado por su parte: sitúa en paralelo a Concha Alós y a Emilia Pardo Bazán. Esto es sinónimo de elevar la figura de la primera a la altura del reconocimiento de la segunda. A mi parecer, la equiparación de una con la otra es síntoma de una búsqueda de dignificación de la literatura de Concha Alós, de ponerla en el pedestal de nuestra historia literaria, de situarla en lo alto del canon cultural español. No es casual que también mencione a las tres grandes que han sobrevivido a este canon, tan deseable como discriminante: Carmen Laforet, Ana María Matute y Carmen Martín Gaite.
Ignacio Martínez de Pisón se lamenta al final del artículo y desvela la terrible verdad que ya comentó en anteriores ocasiones: igual que Concha Alós, puede haber (de hecho, las hay) más escritoras «(y escritores)», como bien puntualiza, que hayan sido sepultados en el olvido. Esta afirmación viene a remarcar la importancia de no perder el timón y siempre estar dispuesto o dispuesta a buscar más allá de las figuras canónicas que llegan a nosotros de manera abierta. Quién sabe cuántas sorpresas y tesoros estaremos dejando pasar… La buena noticia, dice Ignacio Martínez de Pisón, es que, en lo que respecta a Concha Alós, «su lanzamiento es imparable». Así lo queremos pensar las alosianas, aunque hay que seguir trabajando para que este furor renovado con Las hogueras, no caiga en una moda pasajera. No hay duda de que Ignacio Martínez de Pisón está de nuestro lado y su admiración por la escritora, no sólo la dignifica, sino también la envuelve de una legitimidad que bloquea cualquier atisbo de caída del lugar relevante en el mundo de las letras que le corresponde a Concha Alós. Estar por Concha Alós es quererla, es admirarla y es respetarla. Estar por Concha Alós es reivindicar su figura, elevarla al sitio del que nunca debería haberse ido. Y todo esto, amigos míos, lo hace concienzudamente Ignacio Martínez de Pisón. Gracias.