Han pasado cinco años. Un lustro. Esta palabra proviene del latín lustrum, que era una ceremonia romana de purificación que se celebraba cada cinco años. Una renovación (en el caso de los romanos del censo).
Un lustro es lo que ha tardado Diego Espinosa en sacarnos lustre, en ayudarnos a purificarnos y renovarnos. No sé cómo decirlo sin que suene a secta pero es la sensación que me llevo después de ver la práctica de los dos grupos hermanos —Elche y Cartagena— este fin de semana durante el quinto curso FuDôShin de Aikido Cartagena.
No se trata de una renovación técnica puesto que las técnicas no cambian demasiado respecto a lo aprendido con Charly Sensei —a quien mando un fuerte abrazo y una vez más agradezco sus enseñanzas— sino de un cambio de actitud. Al quedarnos sin él cuando decidió volver a Asia seguimos practicando solos y sin darnos cuenta descuidamos algo que se percibe perfectamente en los vídeos que conservamos de Hikitsuchi, de Charly, de Clint George, de Ishimoto Sensei y de tantos instructores del Kumano Juku Dojo.
Me refiero a que nos centramos demasiado en los aspectos técnicos guerreros y no seguimos cultivando los espirituales. Nos obsesionamos con las aberturas y la efectividad pero se nos olvidó lo más importante. Alimentamos sin querer a nuestro ego (cómo me sitúo yo, cómo empiezo yo, cómo me muevo yo) y descuidamos al otro, al compañero, al oponente. Se nos olvidó lo que nos decía Charly: que el enemigo lo tenemos dentro.
Ya no hay samuráis, ya no entrenamos para matar o morir. El Fundador se dio cuenta y en 1942 empezó a hablar de la creación de un nuevo Budo, un arte marcial pensado para la reconciliación, basado en el amor al prójimo porque todos somos uno. Le llamó Shin-budo (新武道, shinbudō) o Budo Divino y lo bautizó como Aikido:
El camino del guerrero ha sido mal interpretado como un medio de matar y destruir a otros. Aquellos que buscan la competencia cometen un grave error. Golpear lastimar o destruir es el peor pecado que un ser humano puede cometer. El verdadero camino del guerrero debe impedir la matanza, es el arte de la paz, el poder del amor.
Hace cinco años, cuando conocimos a Diego Espinosa, no veíamos el Budo en su práctica y nos ha costado un lustro entenderlo: el Budo sigue ahí dentro pero se ha vuelto divino: tomamos la firme decisión de no lastimar al otro (uke), preferimos enseñarle que, pudiendo hacerle mucho daño, optamos por no hacerlo. Pero este camino es el más difícil porque requiere una serie de herramientas muy difíciles de adquirir:
- actitud serena de no confrontación
- centrarte en lo que vas a hacer tú, no enfocarte en la otra persona (por ejemplo no mirar a los ojos)
- anticiparse o leer la intención de tu adversario
- moverte antes que él para no estar ahí donde el quiere hacerte daño
- colocarte en una posición segura (sin aberturas) donde poder trabajar
- llevarle a donde tú quieres (fuerza atractiva) para que no se lastime
- enseñarle el daño que le podrías hacer
- no hacérselo para que caiga un enemigo y se levante un amigo
Diego Sensei está puliendo el diamante en bruto que le dejó Charly Sensei. El diamante está empezando a brillar, aunque sólo un poco, demostrando su potencial. Pertenece a un tipo de joya pequeña y poco vista —somos una escuela diminuta dentro del Aikido— pero está ahí para el que quiera acercarse y admirarla.
Todo se resume en una anéctoda de Nadeau Sensei. En una conversación con el Fundador le dijo:
“Maestro, quiero hacer el Aikido de O’Sensei”.
La respuesta que obtuvo fue:
“Es extraño, debes de ser el único. Todos los demás quieren hacer ‘su’ Aikido”.
Cuando alguien de otra escuela viene a un curso de alguno de los maestros del Kumano Juku Dojo siempre dicen lo mismo: habláis mucho de O Sensei. Es curioso. La frase lo dice todo. Tenemos libros, poemas y miles de frases del Fundador y nadie le hace caso. Bueno, nadie no. Nosotros al menos lo intentamos.
Venga, unas fotos: