De la red de caminos valenciana no se sabe mucho. La ruta más importante del Reino seguía siendo la que unía a Madrid con Valencia por Albacete -mejorada en tiempos de Carlos III y Carlos IV- y que se bifurcaba sobrepasada Almansa hacia Valencia y Alicante a través del Valle del Vinalopó. El resto de los caminos eran deficientes y en su mayoría de herradura, inadaptados a la difícil orografía.
Los intereses marítimos de la ciudad de Valencia chocaron siempre con la geografía, ya que suponían una serie de deficiencias en el Grao ya que se abría a los vientos de levante, con aterramientos por su proximidad a la desembocadura del río y una costa baja y arenosa. En el siglo XVI existía un rudimentario embarcadero, deteriorado con frecuencia e inservible la mayoría de veces. Desde finales del siglo XVII se sucedieron en consecuencia las propuestas de mejora, como por ejemplo hacer navegable el Turia desde su desembocadura hasta la ciudad, y construir en ella los muelles; desviar el cauce del Turia para evitar los aterramientos; y construir un puerto en Culera utilizando la Albufera como canal de navegación.
Alicante era por lo tanto el puerto principal del Reino, ya que las características de su puerto, abrigado, con buenos accesos y de considerable amplitud eran una excepción entre la mediocridad portuaria valenciana, limitada por una costa en la que a los acantilados se suceden playas abiertas y de escaso fondo.
Hay que destacar que en el siglo XVI se dio una fuerte expansión del comercio. Aunque esta situación de auge comercial se vio interrumpida bruscamente en el 1605 ya que se inició un fuerte descenso en el número de embarcaciones llegadas al Grao. Sin embargo hacia 1635 la coyuntura negativa comenzó a mejorar gracias a las relaciones comerciales entre Valencia y los puertos franceses, entre los que destacaba Marsella.
En las dos últimas décadas del siglo XVII se detectan ya señales de vitalidad: aumento del tráfico, solicitud de puerto franco para Valencia en 1679, y la creación en 1692 de la Junta de Comercio con la intención de canalizar la favorable situación de la economía valenciana en las directrices mercantiles de la monarquía de Carlos II.
La tímida política mercantilista ensayada en los últimos años del XVII tenía escasas posibilidades de prosperar en Valencia ya que era una ciudad necesitada de la importación de cereales para su consumo y que, con elevadas entradas de pescado salado y géneros manufacturados, solo podía corresponder mediante la exportación de frutos secos, sal, vino, sosa y, sobre todo, seda en crudo.
A pesar de todo los estudios sobre el comercio valenciano en el siglo XVIII son, aun hoy insuficientes por lo que puede ser esta una línea de investigación interesante.