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Nuestro caro y amado discípulo

Permítanme que me presente, lectores de este blog. Yo, Juan López de Hoyos, ejercía de Catedrático de Gramática en esta recién estrenada capital del reino cuando el joven Cervantes acudió a mi escuela para recibir lecciones de Gramática, Retórica y Oratoria. Era Miguel un discípulo sagaz  y hambriento de saber, pero con un carácter marcado por la tristeza del despertar de su niñez. Las experiencias míseras vividas junto a su familia habían impreso profundas  huellas de dolor en mi muy estimado alumno, cuando apenas estaba adquiriendo conciencia de realidad.

Por aquel año de 1567, era Madrid una ciudad de animada actividad. Funcionarios, comerciantes, pícaros y artistas discurrían por esta “Corte de las Españas”, que era así mismo avenida principal de la cultura occidental. En esta ciudad bulliciosa y de engrosada demografía, se vieron agigantados algunos de los defectos de la sociedad española de este siglo. El gusto por la ostentación, el desprecio al trabajo como ocupación vil, los delirios de nobleza, la abundancia de mendigos, vagabundos y desocupados eran parte del paisaje urbano de la Villa y Corte. El tratadista Sancho de Moncada, definió Madrid comoun mar sin suelo de vicios y viciosos, no echándose de ver tanto pecado en tan gran ruido“.

Las vidas de estos personajes callejeros, los pícaros, se verán reflejadas en la literatura hispana del Siglo de Oro, en un subgénero literario de nueva creación, la novela picaresca, que se iniciará con El Lazarillo de Tormes y extenderá su influencia hasta mediados del siglo XVII con la aparición de la llamada novela picaresca femenina, con títulos tan sugerentes como «La pícara Justina», «La hija de la Celestina» o «La garduña de Sevilla».

www.de-leon.com)

De mi formación humanista recibió mi alumno lecciones, y como premio a su dedicación decidí incluir en la publicación del año 1569 sobre las exequias de Isabel de Valois cuatro composiciones de mi caro y amado discípulo. Pero la desventura y el dolor perseguían a Miguel, pues el 15 de septiembre del mismo año se hizo público un mandamiento judicial por el que se procedía contra “Miguel de Cervantes, ausente y en rebeldía, acusado de haber producido heridas a un tal Antonio de Sigura, por lo que se le condenará con vergüenza pública a que se le corte la mano derecha, a destierro por diez años y otras penas“.

(Imagen: La pícara Justina – Biblioteca Sopena (Fuente: www.de-leon.com)

Quiero yo pensar que ese tal Miguel de Cervantes, perseguido por la justicia, era individuo distinto al autor del Quijote, aunque con mismo nombre y apellido. Sin embargo, hay que advertir, amados lectores, que tres meses más tarde Miguel se marchó a Roma, acaso por miedo, tal vez por ahorrarse la vergüenza de ser injustamente castigado, o quizás porque su espíritu aventurero lo desplazó hacia la Ciudad Eterna.