Categories
Descendencia

EL PRÍNCIPE DON CARLOS

El caso del príncipe Don Carlos tuvo una repercusión tan grande dentro y fuera de nuestras fronteras, que ha sido  una de las piezas claves de la leyenda negra anti filipina promovida por Guillermo de Orange. Por ello hemos vamos a introducirnos un poquito más a fondo sobre ello.

Guillermo de Orange inventó una historia apasionada y terrible en su Apologie. Según él, aunque Felipe II estaba casado con Isabel de Valois, estaba realmente enamorado de su sobrina carnal, Ana de Austria, y quería desposarse con ella, para lo que necesitaba la autorización del Papa. Felipe descubrió los amores entre su hijo Carlos y su esposa Isabel de Valois, y trazó un plan. Planeó la muerte de su mujer y su hijo con el doble fin de enviudar y de conseguir de la Santa Sede el permiso para casarse con su sobrina alegando la falta de un sucesor para el trono. A todo esto, el príncipe Don Carlos tiene un papel de  joven gallardo, enamorado y valiente, partidario de defender las libertades de los Países Bajos, frente a la opresión de un rey Felipe caduco, viejo, cruel, sombrío, fanático y celoso.

 En la actualidad, los historiadores ofrecen una versión muy diferente del conflicto entre Felipe II y su hijo Carlos. Para ello se remontan hasta los mismos orígenes del príncipe.

 Don Carlos fue fruto del  matrimonio entre Felipe II y su primera esposa, María Manuela de Portugal, como ya hemos contado anteriormente. El enlace, no obstante, fue un error genético, ya que Felipe y María Manuela eran primos hermanos en grado doble.

 

                                                                                                                                                                        

Don Carlos nació el 8 de julio de 1545 y cuatro días después falleció su madre. No pasó tampoco mucho tiempo, durante su infancia, en compañía de su padre, ya que Felipe II estuvo fuera de España entre 1548 y 1551 (de los 3 a los 6 años del príncipe) y entre 1554 y 1559 (de los 9 a los 14 años). Durante algún tiempo, se crió junto a sus tías María y Juana, hasta que ambas contrajeron matrimonio: María, en 1548, con el emperador Maximiliano II de Austria.; y Juana, en 1552, con el príncipe Juan Manuel de Portugal. En 1551, Don Carlos se quejaba de la soledad de una extraña forma, en tercera persona: “¿Qué va a ser del niño, aquí solo, sin padre ni madre?”.

Durante sus primeros años, Don Carlos dio repetidas muestras de inestabilidad emocional, protagonizando grandes rabietas en las que, en ocasiones, llegaba a autolesionarse. Además, su condición de zurdo no agradó a sus educadores, quienes intentaron cambiarle esa tendencia, incluso atándole la mano hábil.

 En 1560, a los 14 años, conoció a su “madrastra”, Isabel de Valois (que tenía su misma edad), a quien le unió una relación de cierta amistad, pero no de amor. Ese mismo año fue reconocido como heredero por las Cortes.

Aquejado de fiebres continuas, en 1562, Felipe II decidió enviarlo a estudiar a la Universidad de Alcalá de Henares, en compañía de D. Juan de Austria y de Alejandro Farnesio. Allí, el 19 de abril de 1562, acudiendo a una “cita galante”, se cayó en una escalera y se dio un golpe tremendo en la cabeza con el quicio de una puerta. Los tratamientos médicos no dieron resultado y empezó a temerse por la vida del príncipe. Se acudió a los remedios mágicos de un curandero morisco llamado Pinterete. Y no dando resultado alguno, llegaron a meterle en la cama la momia de Diego de Alcalá, un fraile franciscano que se tenía por santo y que años más tarde sería canonizado. Finalmente, el médico más prestigioso de la época, Vesalio, le realizó una trepanación y le salvó la vida. Pese a ello, tras su recuperación, Don Carlos se hizo más excéntrico, crecieron sus gestos de crueldad y se hicieron más temibles sus estallidos de cólera. Además, su salud empeoró, fundamentalmente debido a sus excesos de glotonería.

 Su desarrollo físico tampoco era el deseado. Era persona de baja estatura y voz chillona. Tartamudeaba ligeramente y le costa mucho hilar las frases. En ocasiones daba muestras de lucidez y en otras no demostraba tener más inteligencia que un niño. Tenía un hombro más alto que el otro, el pecho hundido y la pierna derecha más corta que la izquierda.

Carlos tenía poca paciencia y se desesperaba al sentir que su padre no le hacía mucho caso ni le concedía autoridad o responsabilidades políticas. Felipe II fue muy reticente a la hora de incorporar al príncipe al poder. Así mismo, trató con sumo cuidado un tema de gran importancia estratégica: la boda de Don Carlos.

 La primera candidata a ser esposa del príncipe fue María Estuardo. Tras enviudar de Francisco II de Francia en 1560, la reina de Escocia planteó la posibilidad de casarse con el heredero al trono hispánico. En 1563, Felipe II envió a la corte escocesa a un hombre de confianza a negociar el matrimonio de forma secreta. Asaltado por las dudas, el monarca le pidió consejo al Duque de Alba, quien le manifestó sus dudas sobre la idoneidad del enlace. Felipe II decidió posponer su respuesta hasta que en 1564 abandonó la idea. No obstante, no le comunicó nada a María Estuardo, quien, tras dos años de espera, acabó casándose con  su primo, Lord Darnley.

 Conocedor de las intenciones iníciales de María Estuardo, Don Carlos entendió que la boda no pudo celebrarse por la oposición de su padre y el antagonismo entre ambos se convirtió en inquina, ante la sensación de apartamiento progresivo del poder.

 Felipe II decidió poner a prueba a su hijo y le nombró presidente del Consejo de Estado. Además, nombró al Príncipe de Éboli mayordomo mayor de la casa del príncipe. Y así, pudo comprobar la incapacidad de Don Carlos. Por su parte, el príncipe comenzó a pensar que la mejor solución a sus problemas era la fuga de la corte y la rebelión.

 En 1566, los desórdenes de los Países Bajos incrementaron su voluntad de protagonismo político. Don Carlos anhelaba la vida heroica y, en consecuencia admiraba a su abuelo, el emperador, al tiempo que menospreciaba a su padre. Se burlaba en público de los “viajes” de Felipe II y le tenía por cobarde en las cosas de la guerra, porque siempre se quedaba en la retaguardia. El príncipe creía que su padre había de ir a los Países Bajos a sofocar la rebelión y que si no iba, él había de ser elegido para llevar a cabo tal misión. Felipe II no convocó a su hijo al Consejo de Estado que había de tratar el tema de la rebelión de los Países Bajos. Enterado del asunto de la sesión, Don Carlos se acercó a la sala, comenzó a espiar desde el otro lado de la puerta y fue descubierto…

En 1567 los signos de violencia y desequilibro del príncipe se hicieron más frecuentes. Incluso llegó a intentar agredir al Duque de Alba, tras conocer que era el elegido por el rey para tratar de sofocar la rebelión de los Países Bajos. Don Carlos estuvo constantemente aquejado de fiebres y dolencias, en gran medida, provocadas por su glotonería. Por otra parte, tampoco fructificó su ansiado proyecto de boda con su prima, la archiduquesa Ana de Austria (futura cuarta mujer de Felipe II), pese a las solicitudes de la corte vienesa.

Felipe II ya estaba valorando la posibilidad de declarar la incapacidad de su hijo como heredero a la corona. Incluso llegó a plantearse casarlo con su hermana Juana, para tener cierta seguridad de que el poder siguiese en buenas manos a su muerte, ya que Juana había gobernado los Estados hispánicos entre 1554 y 1559. A Don Carlos le repugnaba la idea de casarse con su tía por el parentesco, porque era 10 años mayor que él y porque no era virgen. El monarca fue aplazando su decisión hasta que los motivos le convencieron de que había de actuar. Don Carlos le declaró al prior del convento de Atocha que deseaba la muerte de su padre. Llegó incluso a contactar con los rebeldes flamencos. Empezó a pedir dinero a los grandes del reino. Y le ofreció a Don Juan de Austria el trono de Nápoles si le ayudaba.

Finalmente, el 18 de enero de 1568 llegó a amenazar, espada en mano, a Don Juan de Austria por no darle información sobre las intenciones del rey. Felipe II decidió actuar. Acompañado por el Consejo de Estado y su guardia armada, se personó en la cámara de Don Carlos y ordenó su detención y “encarcelamiento” en su propia habitación. El príncipe le dijo a su padre que si no le mataba él, se acabaría suicidando por pura desesperación, que no locura. Para minimizar el escándalo, Felipe II informó a los Consejos y a las Cortes, y escribió cartas autógrafas a las personalidades más destacadas de la Cristiandad, como el emperador Maximiliano II y el papa Pío V, justificando su decisión como un deber real, por respeto a Dios y a sus súbditos. No obstante, no quiso dar más explicaciones, lo que permitió a sus enemigos aprovecharse del suceso.

Don Carlos fue trasladado a un torreón del alcázar, donde permaneció incomunicado. Felipe II decidió incapacitarle para el gobierno e inició un proceso legal. Mientras tanto, el príncipe, desesperado por la falta de libertad, cometió múltiples excesos, pasando de realizar una huelga de hambre a comer hasta límites insufribles. Su salud fue empeorando y finalmente logró su propósito de abreviar sus días en prisión. Don Carlos murió el 24 de julio de 1568. Su fallecimiento eliminó el problema de la incapacitación legal, pero abrió otro nuevo: la sucesión al trono.