Francia

          Herencia medieval, la guerra de los Cien Años había supuesto para Francia una de las etapas más críticas de su larga historia, en la que su propia identidad nacional se había visto amenazada. Pero tras su finalización, se operó una amplia recuperación en todo el país que en el terreno político se plasmaría en la consolidación de la autoridad monárquica y en la construcción de un Estado soberano, libre de injerencias extranjeras, factores ambos que propiciarían el desarrollo del absolutismo galo desde la segunda mitad del siglo XV hasta mediados del XVI, una vez superadas las oposiciones internas, sobre todo de la poderosa nobleza, y las relativas frustraciones de la política exterior (guerras de Italia, acoso de las fuerzas del Imperio…).
          Mucho de lo que se había conseguido en el transcurso de ese largo período secular estuvo a punto de perderse durante la segunda mitad del Quinientos, debido a la profunda división religiosa, social y política de los franceses, que trajo consigo la tragedia de la guerra civil, con sus secuelas de odio, muerte y destrucción, el hundimiento de la soberanía monárquica, el rebrote de los particularismos, la reacción nobiliaria y, en general, los enfrentamientos internos de todo tipo que amenazaron y estuvieron a punto de derribar la inestable construcción estatal que con tantas dificultades se había empezado a edificar acabada la anterior contienda de la guerra de los Cien Años.
          Por tanto, la génesis de la organización política francesa correspondiente a la formación del absolutismo monárquico presentó en los primeros tiempos modernos dos fases bien diferenciadas: una de avance y otra de retroceso. La primera se caracterizaría por el afianzamiento de la soberanía de la Corona, por el control de ésta sobre los poderes locales y estamentales, por la fijación y ampliación de su espacio territorial, por la creación de una fiel administración pública, centralizada y operativa, y de una hacienda que supo aportar los recursos materiales necesarios para llevar a cabo una ambiciosa intervención en los conflictos internacionales, acción a la que no fue ajena la formación de un poderoso ejército real, sustentado en parte por el crecimiento demográfico y potenciado por la buena coyuntura económica de que se gozó durante aquel tiempo.
          La siguiente fase, la correspondiente al período de las guerras de religión de la segunda mitad del siglo XVI, se definiría por la inversión de estos factores, por una evolución contraria a la que hasta entonces se había venido produciendo, que vendría marcada por la debilidad de la Monarquía, por, la pérdida del prestigio que ésta había sabido labrarse, por la descomposición del aparato estatal unificado que se rompería en multitud de pedazos, por la inoperatividad de la burocracia, por la división social y las luchas entre grupos, por los efectos negativos de una coyuntura económica depresiva; en fin, por los efectos variados de la profunda crisis general que se iba a sufrir y que tanta incidencia tendría para el conjunto de la población francesa y para los poderes establecidos.

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