Por más que las pinturas de su admirado Tiziano todavía proyectaran la imagen de un monarca triunfante, la idea imperial de Carlos V había quedado desbaratada por la fuerza de los hechos. Alejándose del mundanal ruido, el emperador buscó en el reino de Castilla el lugar para sus meditaciones. Yuste, anclado en Extremadura, fue el lugar elegido en 1556. Un monasterio apacible que acogió a un hombre derrotado en su interior y asediado por los achaques de la enfermedad.
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