Matices y desmitificaciones

Indagando sobre Concha Alós, me aparecen dos adjetivos recurrentes: olvidada y denostada. También suelo encontrar un dato erróneo que se ha ido transmitiendo como una leyenda urbana: el año de su nacimiento. En esta entrada voy a tratar de matizar esos adjetivos y desmitificar esa fecha de nacimiento y parar un poco la correa de transmisión. Y, dicho sea de paso, estas aclaraciones servirán, quiero pensar, para matizar los motivos por los cuales se encuentra ese baile de fechas con respecto al nacimiento de la escritora y, por qué no, para desmitificar el halo de olvido entorno a la figura de Concha Alós. Vamos allá.

Sobre el año de nacimiento no cabe discusión alguna fue 1922, así lo pone en su partida de nacimiento. Sin embargo, es muy común encontrar variaciones que aluden a 1926 y 1928. El jaleo es tal que, incluso, las reediciones de sus novelas continúan arrastrando el estigma de 1926. La referencia a 1928 es la menos frecuente, pero la puedes encontrar en trabajos como el de Fermín Rodríguez de 1985. No hay una respuesta clara para asegurar el motivo por el cual no existe uniformidad al criterio del año de nacimiento y, mucho menos, por qué el dato de 1922 cedió para ser sustituido por 1926. Puestos a especular en alguna razón, me sumo a las teorías propuestas por la surcoreana Eunhee Seo, que en 2010 defendió su tesis doctoral en la Complutense de Madrid. Según la autora, la propia Concha Alós podría haber deseado ocultar su edad para acortar la diferencia que la separaba de Baltasar Porcel, quince años menor que ella. Quién sabe, esto es hablar por hablar.

Poca importancia tiene que nuestra Concha Alós quisiera equiparar su edad a la de su joven amante. Bien por ella. Fue muy valiente al desafiar las leyes franquistas cuando, recordemos, el divorcio ni estaba ni se le esperaba y, para colmo, el adulterio femenino estaba penado incluso con cárcel. Pero no nos desviemos. El dato en cuestión continúa siendo algo muy esquivo y no es para menos. Para saber de Concha Alós hay que bajarse al barro y mancharse las manos. Como lo hizo la alosiana original, mi querida Amparo Ayora del Olmo, profesora de la Universitat Jaume I, yo la llamo: la portadora de la antorcha alosiana.

En 2015 se publicó su trabajo Las guerras de Concha Alós: Castellón, historia y relato, premiado por el Ayuntamiento de Castellón de la Plana. Ese libro encendió muchas luces a mi investigación e hizo que quisiera saber más sobre la mujer que firmaba la autoría: Amparo Ayora del Olmo. Así pues, con ayuda de otra alosiana, Verónica Bernardini, conseguí contactar con ella, nos conocimos en Berlín. Toda una aventura que quizá os cuente otro día. Lo interesante en este punto es que gracias a ese encuentro tuve acceso a esa partida de nacimiento, bueno, en verdad, ya la había visto en la tesis doctoral de Bernardini que defendió su tesis sobre Concha Alós en L’Orientale de Nápoles en 2019, pero las conversaciones con Amparo me llevaron al conocimiento de una serie de datos, más allá del famoso año de nacimiento, que me han ayudado mucho en la reconstrucción de una vida tan apasionante y novelesca como fue la de Concha Alós. Gracias a Amparo Ayora he visto su expediente académico del instituto donde estudió en Castellón, su matrícula en la Escuela Normal de Maestras en Palma de Mallorca…

Poco a poco, las piezas encajan y, desde aquí, me gustaría que estas palabras sumaran para aportar un pelín de rigor académico y ajustar los datos, por justicia, porque sí. Ahora ya no estamos (o al menos, en eso queremos estar), en una sociedad prejuiciosa en la que ninguna mujer podía salirse de los marcados límites del tiesto y, ay, bendita la que osara a hacerlo. Ahora, querida Concha nadie te va a decir nada (y peor para el que lo haga) por haber estado con el hombre que amabas importando un comino qué edad tenía o dejaba de tener, lleva con orgullo tu edad y proclama todo lo alto que quieras el número 22.

Y hablando de justicia, quiero hacer un alto en esos adjetivos tan manidos ya: olvidada y denostada. Se usan con una tranquilidad de mantra que, francamente, me chirría. Me explico. Desde el mencionado estudio de Fermín Rodríguez de 1985, Mujer y sociedad: la novelística de Concha Alós, se recopilan una serie de lindezas por parte de los críticos de la época que no tienen desperdicio alguno. Aquí la muestra:

escrita en un lenguaje a veces innecesariamente crudo. Digo innecesariamente ⸺y me abstengo de añadir citas⸺ porque la crudeza no le va a una mujer culta y refinada como Concha Alós. No importa que los vocablos soeces sean puestos en boca de personajes vulgares en los momentos oportunos (el señor Iglesias Laguna, 1985: 20).

Y la cosa sigue. Federico Carlos Sainz de Robles y Correa a tenor de la publicación de El caballo rojo: «le sobran unas docenas de terminachos zafios y expresiones excrementicias. Que extrañan e irritan más porque salen de la pluma de una mujer» (1985: 20). Otro: José Luis Martín Abril cuando habla de Los enanos:

…el mal gusto de muchas situaciones putrefactas …la crudeza en la expresión; la definición de circunstancias utilizando un procedimiento premeditadamente indecoroso; la mancha que se multiplica; la fealdad; la fealdad de las conciencias en general. Todo lo cual Concha Alós podía haberlo velado con habilidad, pues para ello dispone la escritora de gran destreza… Es una pena que Concha Alós ensucie de esta manera la poesía, la fuerza sentimental, la dulce ironía, la profunda visión de la vida que la mujer lleva dentro; con todo lo cual, creo yo, está llamada a crear auténticos panoramas de limpia belleza insuperable (1985: 20).

No es de extrañar que si solo se tienen en cuenta estas apreciaciones tan amables sobre la escritora (creo que manifiesto con suma claridad mi ironía), es muy fácil caer en la trampa de la denostación. Y motivos no les falta, viendo el panorama. Sin embargo, creo que es momento de matizar y añadir otras críticas que fueron amables de verdad y que valoraron como corresponde esa narrativa que «no era propia de una mujer». Por ejemplo, en La Vanguardia el 22 de abril de 1970 en una reseña de La madama:

Si no fuera porque Concha Alós ha obtenido ya con sus obras […] un puesto relevante en el cuadro de los novelistas actuales, bastaría La madama para darle acceso a ocupar lugares de honor en la clasificación de nuestros mejores autores. El dominio del idioma castellano en sus más ricos y variados matices, el ahondamiento poético de sus creaciones, de sus personajes inmersos en la viva realidad de las circunstancias, la compleja y, a la vez, transparente psicología de sus criaturas literarias, […] todo ello […] que se desarrolla con espontánea fluidez (1970: 58).

O las críticas literarias publicadas en La Estafeta Literaria de la mano de Leopoldo Azancot o Mari Carmen Celis el 15 de diciembre de 1972 y el 1 de octubre de 1975, respectivamente:

alza una voz hasta ahora no escuchada, con manchas de sangre y barro, a través de la cual se desvela el misterio de la intimidad de un ser humano; un libro de relatos de donde se levanta una voz a cuyo conjuro se abren las puertas de esa cámara secreta desde la que el ser humano ⸺en este caso, una mujer; o mejor, una hembra⸺ se enfrenta con el mundo.

[…]

Concha Alós ha encontrado en las fronteras de lo indecible una palabra, una inflexión verbal, apenas la raíz de un grito, en la que su yo secreto se ha reconocido (Azancot, 1972:1171).

Desde Los enanos hasta Os habla Electra hay un largo camino, sucesivas etapas de constante búsqueda de expresión y contenido, en las que la novelista ha ido accediendo a lugares por los que la imaginación puede manifestarse ampliamente, siguiendo un ritmo preciso hasta apoderarse del pensamiento del lector, colocado en ese laberinto de sombras, buscando siempre, de nuevo, como entonces… (Celis, 1975: 2228-2229).

Podría continuar, pero que para la muestra un botón. Me gustaría dejar claro que, como todo escritor que se precie y una vez que su obra sale al público se expone a críticas buenas y a otras que no lo son tanto. Y que nuestra Concha Alós encontrara un par de piedras en su zapato no quiere decir que fue algo unánime o vilipendiador para su obra. Por otra parte, esas cuatro notas negras en la crítica sobre su novelística no son suficiente para sepultar a una autora en el olvido, tal y como afirma Paula Cabrera Castro en su artículo de 2020 en la antología de estudios de género de Incómodas: escritoras españolas en el franquismo. Ese supuesto olvido, relativo olvido desde mi punto de vista que ahora trataré de argumentar, responde a un movimiento silenciador que más tiene que ver más por memoria histórica que por cuestiones de género, que, cuidado, no quiere decir esto que este motivo no ande por ahí también haciendo interferencias. Todo suma.

Para ser totalmente fieles a la realidad, la obra de Concha Alós nunca ha dejado de estudiarse. Las primeras noticias que se tienen son las de Fermín Rodríguez, al que le siguieron la estadounidense Ada Ortúzar-Young y Genaro J. Pérez en 1993, otros estudios de Francisca López dos años más tarde que también incluyó novelas de Concha Alós en su análisis, Elizabeth Ordóñez en 1998, Pilar Nieva de la Paz en 2004 y así hasta llegar a las tesis doctorales de Eunhee Seo, nuestra alosiana francesa Noémie François que también defendió su tesis en 2016, la de Verónica Bernardini, el trabajo de Amparo Ayora, Noelia Adánez, Paula Cabrera, Constantino Bértolo… La lista sigue. ¿Cómo puede estar olvidada una autora tan estudiada? Lo que ocurre es que el nombre de Concha Alós no está en la nómina de las canónicas Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite o Ana María Matute. Ya nos gustaría a las alosianas que el nombre de nuestra Concha formara parte de la pléyade femenina de las letras españolas, pero vamos a ser modestas. Vayamos poco a poco en la reivindicación y la justicia.

Como decía, y por desgracia para nuestro patrimonio cultural de posguerra, el olvido selectivo no solo se cierne sobre nuestra autora, otras coetáneas a ella también están en la misma situación, si no que le pregunten a Dolores Medio, Carmen Kurtz, Mercedes Salisachs, Montserrat Roig, Elena Soriano, Elena Quiroga, Adelaida García Morales, Carmen Gómez Ojea, Luisa Carnés, la poeta Ángela Figuera, Paulina Crussat, Concha Castroviejo… y, bueno, paro porque tengo que poner el final en algún nombre, pero necesitaría siete entradas para hacer justicia a todas. Este olvido selectivo que digo no se trata de un olvido académico, estas autoras han sido estudiadas y lo continúan siendo. El problema, creo yo, es que el circuito cultural de nuestro país sepultó nombres incómodos para la memoria histórica y eso también afectó a autores masculinos. ¿Alguien se acuerda de Lauro Olmo y su Pechuga de la sardina? ¿O se acuerda de José Avello Flórez y sus Jugadores de billar? ¿O de alguna película también de la temática de la época impactante como La piel quemada dirigida por Josep Maria Form en 1967? Tranquilidad. Yo tampoco los conocía, apenas hace una semana me los mencionó mi director de tesis para que consultara estas obras y, así, poder hacer un cuadro completo del contexto cultural.

Con estas pinceladas que no dan ninguna justicia, muy a mi pesar, quiero poner de manifiesto un problema que tenemos como sociedad con nuestra propia cultura. En este centrifugado de producción cultural está incluida Concha Alós que, siento decirlo, no fue tan injustamente olvidada ni tan violentamente denostada, todo es matizable, y que nació a mucha honra en 1922. Las alosianas igualmente seguimos peleando para que el nombre de Concha Alós se firme con tinta de plata en el firmamento que le corresponde, esto es, en lo más alto. Puestos a mitificar, santifiquemos su nombre.

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