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El gran viaje de Felipe II

El gran viaje de Felipe II (primera parte)

 

El gran viaje de Felipe II duró seis meses. En 1548, cuando Felipe tiene veintiún años, su padre decide que era la hora  de que el Príncipe conociese y se diese a conocer en Europa entera. El Príncipe salió de España con un brillante cortejo. ¡El país estaba al borde de la ruina pero el Príncipe tenía que ir como quien era “como el heredero de la monarquía más poderosa de su tiempo”!. La principesca comitiva estaba formada por más de tres mil viajeros entre el séquito del Príncipe, lo mejor de la nobleza de Castilla y cerca de 1500 miembros de la guardia que los protegía. 

 Según las crónicas del tiempo, el viaje fue largo y fatigoso desarrollado a lo largo de seis meses, entre el 2 de octubre, en que el Príncipe parte de Valladolid y el 1 de abril, en que se realizó el encuentro con su padre en el palacio de Bruselas.

Monasterio
Monasterio de Monserrat

El Príncipe avanza lentamente entre constantes fiestas  -banquetes, justas, saraos-, como en cada gran ciudad se preparan a su paso y en su honor. Y esto ya en la propia España, lo que se hace lento en demasía. En cinco días Felipe se pone en Zaragoza, pasando por Peñafiel, Aranda y Catalayud.

Antes de entrar en Barcelona, hace la obligada visita a la montaña santa, Montserrat, y en la Ciudad Condal, se aloja en casa de doña Estefanía de Requesens, la viuda de su ayo don Juan de Zúñiga, honrándola así y mostrando una de sus cualidades: el respeto hacia las figuras de la anterior generación que habían servido a su padre y a él mismo.

 

 

Desde Barcelona embarca en galeras rumbo a Génova, encontrándose con un mar muy revuelto, por lo cual tarda diez días en el trayecto. Una vez en Génova y después  de varios días de agasajo nuestro Príncipe parte hacia Milán, una de las etapas importantes de aquel viaje. En Milán fue huésped del gobernador, aquel notable personaje italiano, Fernando de Gonzaga, que durante años había servido al Emperador como virrey de Sicilia.

 

 

Catedral de Milán
Catedral de Milán

 

Nuestro Príncipe sale de Milán encaminándose por la llanura lombarda, para buscar los pasos alpinos que le llevarán a Trento, Innsbruck y Munich. Al entrar en el ducado de Mantua se asiste a una movilización de la nobleza del norte de Italia, lo mismo que a la llegada a Génova o a Milán.  Desde Mantua, Felipe II se dirige a Trento. Allí esperaban a Felipe II los grandes personajes alemanes: el cardenal de Augsburgo, Mauricio de Sajonia y el duque de Baviera.

En la región de Trento, y en su honor, el cardenal despliega tres mil infantes de guerra: “los cuales dispararon todos para hacer salva y dar contentamiento a S.A…”

Era como un sueño. Todos, grandes y chicos, compartían en honrar al Príncipe, en festejarle, en rendirle tributo y pleitesía.