En el año 1543 en medio de una situación política difícil para el Emperador Carlos V, que se ve obligado a partir de la Península Ibérica hacia el norte de Europa por los problemas que tiene con los príncipes protestantes alemanes de la liga Schmalkalden, con el duque de Clèves y su eterno rival Francisco I de Francia, deja de regente de España a su hijo Felipe, después Segundo de España, junto al equipo de ministros, elegidos por el Emperador que le ayudarán en las tareas de gobierno. El joven príncipe se ve obligado a hacer frente al peligro de una ofensiva turca…pero también a su propia boda.
El Emperador cree que ha llegado el momento de que el joven príncipe asuma responsabilidades propias de quien le va a suceder en el gobierno de España y del Imperio. Por eso al dejarlo de regente -papel que antes desempeñaba la Emperatriz Isabel, y que a la muerte de ésta en 1539 desempeñó el Cardenal Tavera en las ausencias por los constantes viajes de Carlos V-, decide que es hora también de casarlo. Pero surge el problema, ¿con quién casarlo? En un primer momento, allá por el año 1539, el Emperador se plantea un acercamiento con Francia y comenzar así una época de paz hispano-francesa, casándolo quizá con la princesa Margarita; otra posibilidad era establecer vínculos matrimoniales con la dinastía navarra de los Albret, casa real filial de la francesa. Pero en el año 1543 esta opción queda descartada pues dado el rumbo político y la hostilidad francesa es imposible efectuar un acercamiento a través de la unión marital.
Carlos V se decide entonces por la princesa María Manuela de Portugal, hija de Juan III, Rey de Portugal y hermano de le Emperatriz Isabel, madre del príncipe Felipe, y de Catalina, su hermana. Una de las razones que le llevó a esta elección fue la de reforzar la alianza con Portugal, alianza que se llevaba haciendo desde tres generaciones, y así tener un aliado seguro y dedicar todo los esfuerzos en las guerras con el norte de Europa. Otra razón es la necesidad de obtener dinero.
El Emperador había visto crecer los gastos debido a la guerra con Francia, y esta boda suponía una dote que le venía muy bien a la hora de cubrir gastos, pues el Rey Juan III había prometido dotar a su hija Mª Manuela con 300.000 ducados de los cuales 150.000 los pagaría en las ferias de Medina en 1543. Además de estas razones políticas estaban las preferencias personales del príncipe Felipe que prefiere la boda con la princesa María Manuela de Portugal, que es portuguesa como su madre y esto lo anima, a la princesa Margarita de Valois, hija de Francisco I, Rey de Francia.
En 1541 el Emperador y su hermana, Catalina, reina de Portugal, se cruzan una serie de cartas para tantear el matrimonio. Y ya en el año 1542 comienzan las negociaciones de la boda, así el 1 de diciembre de 1542 se firmó en Lisboa el contrato matrimonial de don Felipe y doña María por el embajador español don Luis Sarmiento de Mendoza, así como el de la prometida boda entre el heredero del trono portugués, don Juan, con la hija menor del Emperador, doña Juana, aplazada ésta por la minoría de edad de la prometida.
Una vez obtenida la dispensa papal, necesaria por ser primos dobles, se celebró la ceremonia por poderes el domingo 12 de mayo de 1543, en el palacio del embajador español don Luis Sarmiento de Mendoza, en Almeirim y figura éste como apoderado del novio; ofició el cardenal-infante don Enrique, tío de la novia.
Esta boda no se consuma hasta el mes de noviembre del mismo año en la ciudad de Salamanca.
Pero, ¿cómo se vivieron los preparativos de la ceremonia?, ¿quiénes fueron a recibir a la princesa y acompañaron al novio en estos días tan importantes?, ¿cómo vistieron?, ¿quiénes corrían con los gastos?… Todas estas preguntas podemos contestarlas si nos asomamos al manuscrito que reproducimos, que es la crónica que hace una mano anónima al Emperador Carlos V, que al no poder asistir personalmente a la boda, le pide a éste que se la relate.
El Emperador a pesar de tener grandes preocupaciones y responsabilidades políticas se preocupó personalmente, como cualquier padre, de hablar con su hijo, Felipe, y aconsejarle en materia amorosa, queda constancia de esto en la correspondencia que mantenían padre e hijo. Y además lo dejó bajo la tutela de Juan de Zúñiga para que no se excediese en los contactos sexuales con María Manuela, una vez casados. Y a la joven esposa la deja bajo la vigilancia de los duques de Gandía, los cuales debían colaborar con Zúñiga para que los jóvenes esposos no frecuentasen las relaciones íntimas.
Ante tanto lujo y colorido y tal número de gentes que venían en la comitiva, cada pueblo y ciudad los acogía lo mejor que podían y les hacían un gran recibimiento al entrar en su ciudad. Cuando esto ocurría, salía a recibir la comitiva el regimiento: el corregidor y el cabildo, y la acompañaban al interior de la ciudad; el obispo solía ofrecer un banquete para todo su séquito y los principales señores de la ciudad; el cronista hace hincapié en la magnificencia de los banquetes que ofrece el obispo y la gran cantidad de comensales que se sientan a la mesa, de este modo, hace propaganda de la riqueza del obispo y de su magnanimidad.
El 15 de octubre de 1543 llegó la princesa María Manuela a Elvas y comenzaron los preparativos para efectuar su entrega a los representantes del Emperador Carlos V y del príncipe Felipe. Los portugueses enviaron un correo al duque de Medina Sidonia y al obispo de Cartagena avisándoles que ellos ya estaban preparados para efectuar la entrega de la princesa y por tanto pedían si se podía adelantar al sábado y no esperar hasta el lunes. Pero el duque de Medina Sidonia y el obispo de Cartagena, tras consultarlo entre ellos y meditarlo, decidieron esperar hasta el lunes para ir a recogerla temiendo estropear la entrega por la precipitación y cambio de día, y además de este modo, le daban a la ciudad tiempo para terminar el recibimiento. Pero a la hora de efectuarse la entrega surgieron problemas protocolarios entre el duque de Medina Sidonia y el arzobispo de Lisboa y Luis Sarmiento, embajador del Emperador, y Gaspar Caravallo, embajador del Rey de Portugal en Castilla. Cada uno alegaba tener más derecho a ocupar el primer puesto ante la princesa, que otro. Tras mucho discutir, el duque de Medina Sidonia y el obispo de Cartagena decidieron ceder sus preeminencias y privilegios a favor de Luis Sarmiento y Gaspar Caravallo, para poder así concluir con el encargo del príncipe Felipe. Una vez solucionado este problema se efectúa la entrega de la princesa al duque de Braganza, la rienda de la mula de la princesa al duque de Medina Sidonia y éste la toma y se sitúa a la mano izquierda del duque de Braganza, y el obispo a la mano derecha. Tras esto, se firmaron, al duque de Braganza, los testimonios para refrendar que había cumplido las ordenes del Rey, Juan III de Portugal, y había efectuado bien la entrega, habiéndola recibido bien el duque de Medina Sidonia y el obispo de Cartagena. Tras esto, se efectuó el besamanos a la princesa por aquellos portugueses que se separaban ya de ella.
Aquí comienza el viaje de la princesa por tierras españolas, en cada pueblo y ciudad le hacen un recibimiento que recoge el cronista con todo lujo de detalles. En la carta que el príncipe Felipe dirige al duque de Medina Sidonia y al obispo de Cartagena, se aprecian las pautas protocolarias para recibir a la princesa y tratar con el arzobispo de Lisboa y el duque de Braganza, y cómo han de entrar en las ciudades por las que pasen. En lo tocante al resto del camino, que hay entre Badajoz y Salamanca, lo deja en manos del duque de Medina Sidonia y del obispo de Cartagena ateniéndose a su buen juicio a la hora de honrar a la princesa.
Hasta llegar a Salamanca, por cada pueblo que pasaban le hacían un recibimiento y fiestas, como se puede ver en el manuscrito, pero ninguno tan espectacular y rico como el que se le hace en la ciudad universitaria, La recibieron a la puerta de la ciudad con música y danzas y hubo escaramuzas entre escuadrones de soldados. Salieron a acogerla miembros de la clerecía, de la Universidad y de las Escuelas Mayores.
El príncipe Felipe acompaña a la princesa María Manuela hasta Salamanca sin ser visto, y entra en la ciudad sin recibimiento por petición suya. El joven novio, Felipe, siente curiosidad por saber cómo es su novia, y así pide que le envíen unos retratos. Pero no contento con esto y con las descripciones que le manda el embajador, don Luis Sarmiento por carta, don Felipe sale a escondidas con su cortejo a ver a la princesa. Según Manuel Fernández Álvarez, no sólo es curiosidad lo que mueve a nuestro príncipe a ir a ver a la princesa por el camino, sino que es también cuestión de protocolo, por eso se hace acompañar para tener testigos de qué tiene interés por su futura esposa.
En Aldeanueva, don Felipe se esconde en un mesón que estaba en la calle por donde iba a pasar la princesa, y al punto de hacerlo doña María Manuela, don Antonio de Rojas levantó las mantas, detrás de las que se ocultaba el príncipe, y quedó a la vista de todos para gran alegría de las damas portuguesas. Aquí es donde se ve que él iba a cortejar también a la novia y no sólo a observarla a escondidas.
El enlace se realizó por poderes en la localidad portuguesa de Almeirim el 12 de mayo de 1543, partiendo la princesa inmediatamente a Salamanca para encontrarse con su marido. La misa de velaciones se celebró en la ciudad castellana el 15 de noviembre del mismo año, recibiendo los novios la bendición del arzobispo de Toledo, Juan Pardo de Tavera. La joven pareja se trasladó pronto a Valladolid, donde Felipe dio muestras de su preocupación por la obesidad de su mujer, a pesar de que nos la describen como mujer atractiva, “en palacio, donde hay damas de buenos gestos, ninguna está mejor que ella”. El padre del joven esposo estaba muy preocupado por evitar excesos en las relaciones sexuales de la pareja, abusos que se creían habían causado la muerte al príncipe Juan, hijo mayor de los Reyes Católicos. Para evitar dichos excesos, Carlos dio las pertinentes recomendaciones a su hijo y al ayo de Felipe para evitar frecuentes visitas del príncipe a su esposa e incluso que durmiesen juntos. Por eso se cuenta que en la noche de bodas, sobre las tres de la madrugada, don Juan de Zúñiga entró en la alcoba nupcial y separó a los jóvenes. La recomendación de Zúñiga es que el príncipe no mantenga continuas relaciones con su esposa para que “cada vez que llegue a su mujer lo haría con tanto deseo que sería muchas veces novio al año”.
La madre de María aconseja a su hija sobre la obesidad que disgusta a Felipe y la advierte sobre los celos: “Pon todos los sentidos en el propósito de no dar jamás a tu marido una impresión de celos, porque ello significaría el final de vuestra paz y contento”.
Tras un año de matrimonio el deseado sucesor no llegaba por lo que se decidió aplicar a la joven frecuentes sangrías en las piernas, con el fin de quedar embarazada, lo que ocurrió en los primeros días de septiembre de 1544, seguramente que no debido a las sangrías. Aunque a modo de anécdota, comentar que en la medianoche del 8 de julio de 1545 nacía, tras un complicado parto, un niño que recibiría el nombre de Carlos. A los cuatro días del alumbramiento fallecía la princesa María Manuela, posiblemente debido a las temidas fiebres puerperales. En su momento se alegaron cuestiones peregrinas para justificar la muerte de la princesa como el haber comido un limón – otros cronistas apuntan a un melón – demasiado pronto tras dar a luz. A los 18 años Felipe quedaba viudo y con un hijo legítimo ya que se apunta a una posible relación por estas fechas con doña Isabel de Osorio, hermana del marqués de Astorga, con quien tendría dos hijos llamados Pedro y Bernardino.