Erasmo viene al mundo en un momento crucial. Cuando él nace, la Edad Media está quedando atrás para dar paso a una nueva y trascendental etapa, la Edad Moderna. Este tiempo está lleno de esperanzas y miedos. Esto es lo que le hace contemporáneo nuestro: su época vive una crisis de certezas tan fuerte como la está viviendo la nuestra. Él mismo se encuentra con un pie puesto en las antiguas y otro en las nuevas, viendo como la sima se abre bajo él. Ésta es la calve para comprender a un hombre que ve desmoronarse el mundo medieval e intenta poner a salvo lo salvable.
La transición de la Edad Media a la Edad Moderna es una época destacada en la que se precipitan los acontecimientos. El puesto que ocupa Europa en el mundo se ensancha. En el transcurso de unos pocos años un descubrimiento sigue a otro: en 1486, Bartolomé Díaz llega al cabo de Buena Esperanza; en 1492, Colón toca las Antillas; en 1497, Sebastian Cabot alcanza la península del Labrador, mientras Vasco de Gama abre por el este el camino de las Indias; en 1500, Cabral llega a Brasil, y de 1519 a 1522, Elcano da por primera vez la vuelta al mundo. Desde ahora el espacio y el tiempo cambian por completo de valor y medida. El gusto y la fiebre de aventura se apoderan de Europa, que se convierte en el centro del mundo y dueña del universo. Al mismo tiempo, tienen lugar los descubrimientos de Copérnico y la invención de la imprenta, que acarrea un considerable avance en la difusión de los libros y la cultura.
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Por otro lado, también hay cambios importantes en el ordenamiento político. En estos momentos asistimos al surgimiento del Estado Moderno: un territorio con fronteras determinadas, un gobierno común y un sentimiento de identificación cultural y nacional de sus habitantes. Los reyes son quienes inician este proceso a lo largo de los siglos XIV y XV. Interesados en concentrar el poder en su persona, deben negociar con los señores feudales, quienes ceden sus derechos individuales sobre sus feudos, a cambio de una serie de privilegios. Erasmo es contemporáneo de los Reyes Católicos, del emperador Carlos V, de Enrique VII y de Enrique VIII, de Luís XII y de Francisco I… Estos monarcas se encuentran al frente de las principales potencias de la época: las más ricas y centralizadas, las que poseen con ejércitos más poderosos. Precisamente por esta razón, las rivalidades entre ellas dirigen en buena medida el rumbo de los acontecimientos. Así, la época de Erasmo va a estar marcada por continuas guerras (frente a las cuales él defenderá el pacifismo), encuadradas dentro del proceso de formación de los nuevos estados y la delimitación de sus fronteras.
La economía es también objeto de un hondo cambio debido a las nuevas formas de vida, en las que las ciudades van ganando protagonismo de la mano de la burguesía. Este colectivo, que aumenta en número e importancia, va a aprovechar el crecimiento de la actividad industrial, así como el desarrollo comercial fruto del auge de la navegación y de los nuevos descubrimientos.
Sin embargo, este ensanchamiento del mundo exterior (a nivel político, económico, territorial…) tiene como corolario una profunda transformación del mundo psíquico. Todo lo que depende del dominio del hombre experimenta una violenta sacudida, que alcanza incluso las más profundas regiones del alma. En consecuencia, el estremecimiento general llega también a la religión. Durante la Edad Media, la Iglesia mantiene encerrado en rígidas reglas al dogma, el cual resiste todos los embates; una ciega sumisión caracteriza a la época. La autoridad eclesiástica da órdenes y los creyentes las obedecen. Sin embargo, poco a poco la antigua sumisión y la obediencia ciega van desapareciendo. Al mismo tiempo, la torpe y endémica mezcla de religión y política empieza a resultar intolerable. Durante mucho tiempo la Iglesia y el Imperio se han repartido los poderes temporales y espirituales, sin distinguirlos bien, metidos en un batiburrillo que va desde la picaresca hasta el crimen. Los papas han puesto su poder espiritual al servicio de fines políticos, han borrado los límites entre ambas entidades, han abusado de los castigos espirituales, de la excomunión y del entredicho; durante cuarenta años, un papado dividido ha propinado a diestro y siniestro excomuniones enloquecidas, con lo que se ha vivido simultáneamente un miedo en lo que no se cree, y unas creencias que no aseguran. Al mismo tiempo, los afanes nacionalistas emergen y la imprenta agranda todas las reivindicaciones y todos los malestares. Surge una nueva cultura, ferozmente crítica con la Iglesia.
Ante esta situación de desazón, de decepción, de falta de respuestas, de garantías para la salvación, surge una voluntad de encontrar una forma perdida que no siempre desemboca en una ruptura de la unidad. Ante la posibilidad de una solución institucional, se esbozan varios caminos marcados por el individualismo. El primer camino es el misticismo o intento de alcanzar directamente lo divino, fuera de las vías ordinarias, insistiendo en la oración, la meditación… (devotio moderna). Una segunda dirección es el Humanismo, un movimiento religioso, estético y filosófico que merece una especial atención.
Aparecido en el siglo XV en Italia y difundido en el siglo XVI por toda Europa, el Humanismo se caracteriza por un esfuerzo, a la vez individual y social, por afirmar el valor del hombre y de su dignidad y fundar en su estudio un modo de vida por el que el ser humano llegue a ser eterno. Se trata de un movimiento ligado al redescubrimiento de la antigüedad. La Edad Media ha tenido una visión mutilada y deformada de las obras y del pensamiento de los clásicos. Sin embargo, a partir del siglo XIV, humanistas como Petrarca y Boccaccio comienzan el lento movimiento de reconquista de la herencia antigua, descubriendo los manuscritos de obras ignoradas o mal conocidas. Poco después, en la primera mitad del siglo siguiente, Lorenzo Valla inicia la crítica externa de los textos. Pero junto con esta recuperación de los clásicos, otro de los fundamentos del Humanismo va a ser la exaltación de la dignitas hominis y el renovado interés por el ser humano: se admiran los cuerpos como encarnación de las almas y se aman las almas para remontarse por ellas hasta Dios. El cambio está relacionado con la filosofía de este movimiento: el neoplatonismo.
A pesar de tener su origen en Italia, las nuevas ideas se extienden pronto al resto de Europa. Entre los vehículos que facilitan este proceso se encuentra el nuevo invento de la imprenta. Aparecida en 1450, en la región renana, supone una auténtica revolución: en la segunda mitad del siglo XV se calcula que salen de las imprentas europeas más de 15 millones de ejemplares de libros. El mayor éxito de librería de un autor contemporáneo corresponde precisamente a una obra de Erasmo, los Adagia. Pero ésta no será la única forma de difusión del Humanismo. En este proceso influirán mucho también las relaciones permanentes que se establecen entre los hombres, por medio de viajes, correspondencia, estancias destinadas a la enseñanza… En este sentido, nada ilustra mejor la solidaridad de los hombres cultos, la rapidez de la difusión de las ideas, la universalidad del saber y el elevado ideal de los defensores de este movimiento, que la carrera y la influencia del autor acerca del que trata este blog.
Pero a la hora de definir por completo el Humanismo, es necesario hacer referencia a sus diversas vertientes:
-En primer lugar, se trata de una estética, en la medida en que la contemplación de la belleza es un medio superior de conocimiento de lo real. Lo bello, lo armonioso, lo equilibrado… está más cerca de lo divino.
-No obstante, si bien el arte es un medio de conocer los misterios de la naturaleza, no por eso se descuida la ciencia. De hecho, el Humanismo empieza a poner las bases de un método científico, pero este esfuerzo no llega a culminar.
-Por otra parte, siendo el hombre el centro de la reflexión humanista, ésta elabora una ética, a la vez individual y social. La moral humanista reposa en un optimismo fundamental: el hombre es bueno por naturaleza y está naturalmente dispuesto a conformarse al plan divino. Trasladada al plano colectivo y social, esta moral se vincula a todo lo que preserve la libertad, a todo lo que permita una elección razonada del bien. En los escritos políticos de Erasmo se expresa claramente este concepto. El buen príncipe debe querer el bien común. Tomás Moro irá más lejos, describiendo en su Utopía (1516) una sociedad ideal. Pero el Humanismo también es inspirador del pensamiento terriblemente realista de Nicolás Maquiavelo (1469-1527).
-Por último, este movimiento desemboca en una teología. Todos los humanistas son espíritus profundamente religiosos. Su filosofía está demasiado impregnada de idealismo, demasiado dedicada al conocimiento del ser y demasiado preocupada del acceso al mundo divino como para no plantear claramente el problema religioso.
Pero, como vemos en el vídeo, la península Itálica lo mismo que es cuna del Humanismo, es también el gran taller del Renacimiento. Sin remontarnos hasta Giotto (1226-1337), hay que fechar en los primeros decenios del siglo XV la implantación de los grandes temas y los grandes medios del arte del Renacimiento. Tres artistas florentinos son los que ocupan el primer plano: Brunelleschi (1377-1446; primero orfebre y escultor, plantea los principios de la nueva arquitectura), Masaccio (1401-1428; rompe en pintura con el gótico internacional y vuelve al realismo de Giotto) y Donatello (1386-1466; da a la escultura sus nuevos aspectos de monumentalidad, nobleza y realismo).
Dentro de esta nueva corriente, Florencia será hasta fin de siglo, el centro dominante. El nuevo arte se desarrolla en ella favorecido por el ambiente intelectual, el mecenazgo… El fin de esta etapa está marcado por grandes figuras: Botticelli, Leonardo da Vinci… Pero al inicio del siguiente siglo, hechos como la caída de los Médicis o la expedición de Carlos VIII a Italia hacen que los artistas se desplacen fundamentalmente a Roma, donde el papado se lanza a una política constructiva. El advenimiento de León X supone el cénit de este período y abre a Miguel Ángel la carrera de arquitecto. Rafael de Sanzio o Bramante serán algunos de sus contemporáneos.
Sin embargo, al igual que el Humanismo, el Renacimiento también traspasa pronto las fronteras italianas, adoptando en cada lugar sus propias características. Así podemos hablar del ejemplo francés; de los Países Bajos, lugar de penetración del Humanismo gracias a Erasmo, donde, sin embargo, la introducción de la estética italiana es lenta y difícil; del Sacro Imperio, con artistas como Alberto Durero o Hans Holbein el Joven, que retrata al propio Erasmo; de Inglaterra, donde el Renacimiento es, sobre todo, de tipo literario con autores como Shakespeare; de la península Ibérica, donde la reacción contra el erasmismo a partir de 1530 es también una reacción contra la paganización del arte.
Ésta es la época en la que vive, escribe, piensa, estudia… el protagonista de este blog, el autor de El elogio de la locura. Erasmo de Rotterdam es más que un hombre influido por su época, un hombre de su época. De hecho, el balance que sobre ésta podemos hacer también sería aplicable a la obra y al legado de este personaje. A la hora de establecer una síntesis de la revolución espiritual y estética de la primera mitad del siglo XVI, hay que tomar conciencia de un relativo fracaso. A una concepción optimista del hombre responden hogueras, prisiones, guerras y conflictos entre Estados. En este sentido es simbólico el fracaso del erasmismo. Sin embargo, algo queda. El Humanismo sienta las semillas de ideas fecundas que los siglos siguientes hacen fecundar: la fe en el poder de la razón libre, el irremplazable valor del individuo, el respeto hacia los demás, la promoción de la experiencia para completar o corregir la herencia de la historia, el papel formador de la pedagogía…
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Fuentes:
-DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.
-DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura, edición a cargo de Teresa Suero Roca, Barcelona, Bruguera, 1974.
-BENASSAR, M.B.; JACQUAR, J.; LEBRUN, F.; DENIS, M. y BLAYAU, N., Historia moderna, Toledo, Akal, 2005, 5ª ed.
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One reply on “Época”
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