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El elogio de la locura Sabiduría

Palas y Estulticia

“Por ende, si el más torpe es el más satisfecho de sí y el rodeado de mayor admiración, ¿quién preferirá la verdadera sabiduría, que cuesta tanto trabajo adquirir, que vuelve luego más vergonzoso y más tímido, y que, en suma, complace a mucha menos gente?” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la Locura, capítulo XLII).

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Los teólogos

                               

 

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     “¿Es admisible la proposición que dice: Pater Deus odit Filium?; ¿Habría podido tomar Dios la forma de mujer, de diablo, de asno, de calabaza o de guijarro?”  (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo LIII).

 

     Ahora nos centraremos en el ataque de Erasmo a los teólogos. Lo que más les echa en cara es que se dediquen a divagar sobre cuestiones complejas y formales (que en realidad no les sirven a nadie) y olviden aspectos más prácticos. En la actualidad, los grandes teólogos y la alta jerarquía eclesiástica pierden mucho tiempo discutiendo algunos temas y atacando otros que no son la base del cristianismo y apenas tienen relación con la fe. Estos grandes debates son los que suelen aparecer en los medios de comunicación, los que rápidamente asocia el ciudadano de a pie con la Iglesia (eutanasia, aborto, homosexualidad, métodos anticonceptivos…). Son, frecuentemente, cuestiones relacionadas con las costumbres y no tanto con la religión. Así, resulta chocante que se emplee más tiempo y energía hablando de sexualidad que de pobreza o derechos humanos, aspectos que forman parte de la propia doctrina de la Iglesia (en el concilio Vaticano II la existencia de pobreza extrema se pasa a considerar un pecado).

     La teología se ha ido haciendo una ciencia cada vez más compleja. La sencilla Iglesia primitiva se empieza a complicar cuando se transforma en un fenómeno de masas. Entonces surge la heterodoxia (distintas corrientes, distintos pensamientos) y es necesario conseguir una unidad, determinar qué se debe creer y qué no. Así, nos encontramos con que los evangelios son votados en un concilio. También acabó de este modo el debate acerca de si la mujer tenía alma. Estas grandes divagaciones continúan hoy.

Fuentes:

 -DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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El fariseísmo de los religiosos

     Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que cerráis el reino de Dios a los hombres!” (Mateo 23,13).

      “Pero Cristo, cuando vea que no lleva traza de acabar esta lista de méritos, los interrumpirá exclamando: ¿De dónde ha salido esta nueva casta de judíos? En verdad os digo que yo no conozco más que mi ley, y es la única cosa de que no he oído ni una palabra”  (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo LIV).

     En este caso, Erasmo ataca al clero regular. Los argumentos que se esgrimen son parecidos a los que se usan contra el secular, aunque hay algunos aspectos diferentes. También es distinta la intensidad del ataque: en este caso hay más ironía y se les llega a ridiculizar. En un determinado momento, el autor los compara con los judíos: se refiere a su interés por guardar las formas sin que exista una verdadera devoción. En este sentido, más que con los judíos habría que identificarlos con los fariseos, o con la imagen de los fariseos que nos da el Nuevo Testamento: se los está acusando de hipocresía. No obstante, antes de analizar este tema, debemos tener en cuenta que muchas de las órdenes que Erasmo critica han sido formadas poco antes, por lo que todavía están inmersas en discusiones.

     En primer lugar, se ataca su falta de formación (“estiman como suprema perfección estar limpios de toda clase de conocimientos”). Seguidamente, se va contra su formalismo: “¿habrá algo más chusco sino que todas las cosas las hagan según preceptos, como si se sujetaran a reglas matemáticas, cuya omisión significase sacrilegio?”. Como apoyo usa ejemplos extremos: se ha terminado el número de nudos de la sandalia, el color del cinturón, la forma de los vestidos que deben llevar… Son aspectos que no tienen nada que ver con la fe. Por eso, se incide en que mientras se preocupan de estas minucias no prestan atención a lo importante. Creen que están actuando de una manera perfecta, cuando en realidad se apartan de Dios: “la mayor parte de ellos conceden tanta importancia a las ceremonias y tradicioncillas, que piensan que el Paraíso no es bastante recompensa”.

     Por otra parte, cuando ha terminado de atacar su formalismo, Erasmo (o Estulticia) se centra en su forma de predicar, aspecto en el que los llega a comparar con los charlatanes de los mercados. En realidad, se debe a que sus técnicas y recursos retóricos y su forma de intentar atraerse al auditorio están lejos de aquellos principios que defiende Erasmo. Los monjes y frailes son quizá el rincón más profundo de la devoción tradicional.

     En este aspecto, en la actualidad la situación es algo mejor: la contrarreforma trató de imponer disciplina en los conventos y en nuestros tiempos se suele cuidar más su formación. Sin embargo, también debemos tener en cuenta que el peso que tienen las órdenes religiosas hoy es mucho menor al que tenían en época de Erasmo.

Fuentes:

 -DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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Los ministros de la Iglesia

                            

 

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     Si hemos hablado ya, en relación a la religiosidad exterior, de las diferencias entre lo que es y lo que debería ser la vida religiosa, la crítica de Erasmo se hace más dura al referirse a los ministros de la Iglesia, a los que ataca sin distinción de cargo o de jerarquía por diversas razones.

     De los obispos, cardenales y pontífices, Erasmo critica su vida semejante a la de los nobles y apartada de sus verdaderas funciones. Llevan a menudo los símbolos que los distinguen como un elemento de prestigio, sin ser conscientes de su verdadero significado, y usan sus cargos como fuente de ingresos (“No recuerdan que la palabra obispo quiere decir trabajo, vigilancia y solicitud. Sólo si se trata de recoger dinero se sienten verdaderamente obispos”). Todo está al revés, nada sucede como debería, todo ha perdido su auténtico sentido. No es raro, por tanto, que Erasmo hable de ello a través de la Locura.

     A partir del capítulo LVIII, la crítica se va centrando en colectivos concretos. En éste se refiere a los cardenales, que, siendo los sucesores de los Apóstoles, parecen necesitar riquezas para imitarlos. Una vez más, se pone de manifiesto la pérdida del auténtico sentido del cristianismo y, para ello, se hace referencia a la Iglesia primitiva, cuya pureza Erasmo quiere recuperar.

     Más atención le presta al sumo Pontífice (capítulo LIX), que no trata de imitar la vida de Cristo. Tanto él como los anteriores pueden ser felices y no tener preocupaciones gracias a Estulticia: se apartan de la razón, no piensan en lo que conllevan sus cargos: “¡Cómo tendrían que privarse de sus placeres si alguna vez se adueñase de ellos la sensatez!”. Sin embargo, Erasmo no pasa por alto tampoco a aquellos que viven a la sombra de los papas: “Pero no hay que olvidar lo que sería entonces de tantos escribanos, copistas, notarios, abogados, promotores, proxenetas, y alguno más vergonzoso añadiría, pero temo que resulte ofensivo para el oído”. Aún así, están convencidos de que Cristo está satisfecho con su labor. En la actualidad, esta imagen del sumo pontífice no ha cambiado mucho. Rodeado de ceremonias, pompa y riqueza ahora, además, se suma el problema de la elevada edad con la que suele llegar a este cargo. Esto no es un aspecto de poca importancia: por una parte se supone necesaria una amplia formación y experiencia para llegar hasta aquí. Sin embargo, por otra, debemos tener en cuenta las propias limitaciones fisiológicas del ser humano: la avanzada edad, las enfermedades… dificultan a menudo un ejercicio activo, dinámico de esta función a la vez que se fomenta el inmovilismo.

     Al criticar a los obispos, en el capítulo LX, pone el ejemplo de los alemanes, que viven como auténticos sátrapas. De los sacerdotes, en cambio, dirá que creen cumplir con su deber rezongando las oraciones de cualquier modo. La situación de dejadez aparece en todas las esferas:

     “De la misma manera, los pontífices, diligentísimos para amontonar dinero, delegan en los obispos los menesteres demasiado apostólicos; los obispos, en los párrocos; los párrocos, en los vicarios; los vicarios, en los monjes mendicantes y, por fin, éstos lo confían a quienes se ocupan de trasquilar la lana de las ovejas” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo LX).

Fuentes:

 -DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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Superstición y religiosidad exterior

     “Mucho más fervorosamente adorada me juzgo al ver que todos me llevan en el corazón, me confiesan con la conducta y me imitan en la vida. Por cierto, que no es éste el género de culto más frecuente, ni aun entre los cristianos. ¡Cuántos de éstos ofrecen a la Virgen Madre de Dios una vela encendida en pleno mediodía, que es cuando no le hace falta alguna! Y, sin embargo, ¡cuán pocos se esfuerzan en imitarla en su castidad, su modestia y su amor divino! Éste sería, sin embargo, el culto verdadero y, con mucho, el más agradable al cielo” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XLVII).

                                

 

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http://pitinis.wordpress.com/2009/08/10/

     Desde el capítulo XL, Erasmo empieza a atacar la religiosidad exterior y la superstición, así como a sus practicantes. Por tanto, va contra los que se complacen en escuchar o explicar falsos prodigios y milagros (ya sea para matar el tiempo o por ánimo de lucro), contra aquellos que veneran las imágenes y pinturas pensando que van a solucionar todos sus males, los que creen que pueden encontrar una forma mundana de reducir la estancia en el Purgatorio, los que se dedican a recitar salmos y textos sagrados de memoria…Todas estas prácticas hacen que se olvide la verdadera esencia del cristianismo y llevan a una religión puramente formal. El Nuevo Testamento y el mensaje de Cristo supone un cambio con respecto a la tradición judía precisamente en ese sentido: se coloca por encima de las leyes y de los formulismos a las personas y a sus obras. Así, podemos recordar las quejas de los judíos cuando Jesús cura en sábado, el caso de la prostituta a la que la ley condena y él decide salvar… Frente a una religión con unas normas claramente establecidas, el cristianismo aparece en sus orígenes como una renovación que pretende ser más coherente. Sin embargo, con el paso del tiempo, la tendencia será la misma. Muy pronto aparece la necesidad de regular aquello que se debe creer y aquello que no, de establecer los criterios por los que un cristiano puede recibir tal nombre, de controlar todas las prácticas. Ello implica un aumento de la complejidad de las formas religiosas: los dogmas proliferan y para demostrar que se es buen cristiano es necesario manifestarlo externamente. Esto se une con las antiguas reminiscencias del paganismo y con una forma de actuar instintiva: es más fácil acercarse a aquello que se puede ver y tocar, a aquello que resulta más fácil o que llama más la atención. Así lo dice Erasmo a través de Estulticia:

     “El espíritu humano está modelado de tal manera, que aprehende mucho mejor lo ficticio que lo verdadero. Si alguien solicita una prueba manifiesta y obvia de tal cosa, acuda a la hora del sermón en una iglesia y verá que si se está hablando de algo serio, todos dormitan, bostezan y se asquean; en cambio, si el vociferador (me he equivocado, quise decir el orador), comienza, según hacen con frecuencia, a explicar alguna historieta asnal, se despabilan todos, prestan atención y escuchan con la boca abierta. Del mismo modo, si se celebra algún santo orlado de fábulas y de poesías –como, si me pedís ejemplos, lo son Jorge, Cristóbal o Bárbara- veréis que se les venera con mucha más devoción que a san Pedro, san Pablo o al mismo Jesucristo” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XLV).

     Erasmo introduce aquí una de las claves de su pensamiento religioso en lo relativo al estado en el que se encuentra Iglesia y, en consecuencia, a la necesidad de renovación. A lo largo de estos capítulos, y  mediante el uso de muchos ejemplos, nos ofrece una imagen que nos resulta familiar. El cristianismo, en la actualidad, sigue teniendo muchos elementos que se relacionan más con la costumbre o con la superstición que con la religión. En cierto modo, responde a unos fines prácticos: es necesaria la existencia de una serie de resortes que permitan controlar a los fieles, guiar sus acciones, mantener la uniformidad en sus conductas y, al mismo tiempo, hacer llegar un mensaje claro, accesible a todos. Esto se consigue potenciando esta  religiosidad exterior frente a la vivencia interna: es difícil controlar lo que piensan las personas y, a la vez, resultaría complicado hablarle de reflexión o de oración interior a la mayor parte de la población.

     Estas formas de actuar han pervivido hasta hoy: en determinados momentos del año podemos ver ríos de gente fervorosa que acude a las procesiones sin haber pasado por la iglesia el resto del año, sin saber exactamente qué significa lo que están haciendo. Pero existe un sentimiento –a menudo no se sabe muy bien de qué tipo- que les mueve a estar allí, a sentirse parte de esa manifestación religiosa, a identificarse con el resto de gente que asiste. Esto nos lleva a un aspecto que Erasmo no llega a tratar: el sentimiento de masa, la necesidad del hombre de pertenecer a algo y de recibir el apoyo de los que procesan sus mismas creencias. En este sentido, la religiosidad exterior, el espectáculo, el colorido y la vistosidad de ciertas manifestaciones no pueden competir con el aislamiento de la devoción interna.               

Fuentes:

 -DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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Edad El elogio de la locura

La eterna juventud

     “Si los mortales se contuviesen de toda relación con la sabiduría y orientasen la vida de acuerdo conmigo, no envejecerían y gozarían dichosos de perpetua juventud” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XIV).

     Las preocupaciones, la vida intelectual, la sabiduría, el uso de la razón… hacen al hombre envejecer prematuramente debido al gran peso que le acarrean. Por el contrario, la vida placentera y despreocupada puede alargar su juventud. Aquí está el secreto para permanecer siempre joven y este don, como todos los anteriores, debemos agradecérselo a Estulticia. Así, cuando se es feliz en todos los aspectos se conserva íntegra la existencia humana. Aquel que tome la vida en broma no sentirá la tristeza de la vejez. En cambio, quien viva dedicado a importantes estudios filosóficos o a graves y arduos asuntos verá como se agota su espíritu y su savia vital antes de llegar a la plena juventud.

     En este sentido, la juventud se asocia a la inmadurez. Quien no es capaz de asumir ningún tipo de responsabilidad o de preocupación no llegará nunca a envejecer, a entrar en el mundo adulto. Por otra parte, esto tiene también su manifestación física y aquí Estulticia compara a sus necios (regordetes, lucidos, con piel brillante) con aquellos que han envejecido demasiado rápido (las canas, las arrugas que marcan las facciones… las tomamos a menudo como signo de las preocupaciones).

     Así, Estulticia además de presentarse como el origen de la vida, aparece como la representante de la mejor etapa de la misma, aquella que le resulta a todo el mundo más agradable y feliz, más digna de recordar: la juventud, a la que en nuestra época –mucho más que en la de Erasmo- se le rinde auténtico culto.

Fuentes:

 -DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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Edad El elogio de la locura

Las edades del hombre

      “¿Quién ignora que la edad más alegre del hombre es con mucho la primera, y que es la más grata a todos?” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XIII).

      Estulticia no sólo es la responsable del origen de la vida, sino que también está presente a lo largo de todas sus etapas, aunque de distinta manera. Durante la infancia se manifiesta con claridad, pues sólo gracias a ella los niños son capaces de soportar las lecciones de sus maestros y ganarse los beneficios de sus protectores. Por eso, siempre tenemos ganas de abrazarlos y de besarlos, siempre acabamos perdonando sus travesuras (o riéndonos con ellas).

     También durante la juventud está presente Estulticia. A ella se debe el encanto que tiene esta etapa, caracterizada por su falta de sensatez. Son los años más placenteros en la vida de cualquier persona, de los que se tiene siempre un mejor recuerdo. Es el momento en el que nos sentimos capaces casi de cualquier cosa, por muy difícil o absurda que sea.

     Sin embargo, a medida que el ser humano crece empieza a cobrar prudencia, como dice Estulticia. Entonces “descaece su hermosura, languidece su alegría, se deshiela su donaire”. Cuando llega a su edad adulta, el hombre debe organizar su vida, hacer frente a las preocupaciones que le van surgiendo… Es una etapa más dura y pesada, en la que se aleja de Estulticia y de los placeres que ésta podría proporcionarle.

     Finalmente, llega la vejez. Este es un momento molesto tanto para los que lo sufren como para los que conviven con ellos. Ningún mortal sería capaz de soportarlo si Estulticia no estuviera allí para devolverlo de nuevo a su infancia. En este sentido, hay gran parecido entre los niños y los ancianos: ambos divagan y tontean. De hecho, los dos disfrutan mucho en compañía. Así pues, la Insensatez, en la última etapa de la vida se apiada de aquellos que deben soportar el peso de los años y los libera de sus preocupaciones: “he favorecido al viejo haciéndole delirar […] gracias a mi favor el viejo es feliz, grato a sus amigos y no tiene nada de inepto para las fiestas”.

Fuentes:

 -DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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Amor

Amor, matrimonio y procreación

                                  

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http://daalle.blogdiario.com/i2008-06/

     Estulticia debe convencer al público de lo necesaria que es. Por eso, se sitúa en la fuente misma de la vida. En este sentido, es capaz de hacer que el más sabio recurra a ella si quiere ser padre, pues es “aquella otra parte tan estulta y tan ridícula, que no puede nombrarse sin suscitar risa, la que propaga el género humano”. Y, por otra parte, “¿qué mujer permitiría el acceso de un varón si conociese o considerase los peligrosos trabajos del parto o la molestia de la educación de los hijos?” o “¿qué hombre ofrecería la cabeza al yugo del matrimonio si, como suelen hacer los sabios, meditase antes los inconvenientes que le traerá tal vida?” (capítulo XI). Así, en el matrimonio y en la procreación está presente Estulticia a través de algunos de sus acompañantes como la Demencia o el Olvido (éste hace que una mujer que haya pasado por estas incomodidades decida repetirlas).

    También al amor, tan relacionado con estos aspectos, tiene parentesco con Estulticia: “¿por qué es siempre niño Cupido? ¿Por qué si no por ser un bromista y no hacer ni pensar nada nunca a derechas?” (capítulo XV). A menudo se habla del amor como de algo irracional, que no se puede evitar ni controlar por muy perjudicial que pueda resultar. Se dice que es ciego (ajeno a todo defecto, cualquier inconveniente que pueda provocar), y a eso se refiere también la Locura cuando dice: “Cupido, padre y autor de todo afecto, que, por obra de su ceguera, toma lo feo por hermoso, hace que entre vosotros cada cual encuentre hermoso lo que ama, de suerte que el viejo quiera a la vieja como el mozo a la moza” (capítulo XIX). Pero, ¿es esto una prueba definitiva de lo irracional del amor? Si el viejo quiere a la vieja no es porque no la vea tal como es, sino por lo que ella le aporta, por la unión que hay entre los dos, porque le resulta más afín a él mismo que cualquier joven. ¿Eso no tiene nada de racional? Nos acercamos a quien despierta en nosotros estos sentimientos aunque no nos convenga si lo que recibimos a cambio –o lo que creemos que podemos recibir- es más que lo que vamos a perder –o lo que creemos que podemos perder-, si pensamos en ese momento que merece la pena. No todo en el amor puede ser impulso y ceguera, pues éstos no suelen durar mucho. En cada decisión que tomamos, en cualquier aspecto de nuestra vida, la razón y los sentimientos se entremezclan sin que podamos diferenciarlos del todo. Nunca la razón puede ser acallada del todo y nunca los sentimientos pueden olvidarse. Es posible que a veces primen más unos u otra, pero al fin y al cabo dejarse llevar por un impulso en un determinado momento no deja de ser una decisión.

Fuente:

-DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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Estulticia

La mujer, “animal ciertamente estulto”

     Erasmo habla de la estupidez del ser humano en general a través de Estulticia. Sin embargo, en el capítulo XVII se refiere a las mujeres. Comienza diciendo que el varón está destinado a gobernar las cosas de la vida, algo para lo cual se le debió otorgar “algo más del adarme de razón concedido”. Por eso, Estulticia decide “que se le juntase con una mujer, animal ciertamente estulto y necio, pero gracioso y placentero, de modo que su compañía en el hogar sazone y endulce con su estupidez la tristeza del carácter varonil”. Ninguna mujer puede según ella llegar a ser tenida por sabia (y si lo intenta sólo conseguirá ser doblemente necia). “Así, la mujer será siempre mujer, es decir, estúpida”. Pero precisamente por eso, debe estar agradecida a Estulticia por tener más suerte que los hombres en muchos casos. Por otra parte, en la relación entre ambos la Locura está siempre presente, pues si, por un lado, es la necedad la que encomienda las mujeres a los hombres, por otro, no hay nada que éstos no les toleren. El capítulo acaba así: “De ello son prueba, piense cada cual lo que quiera, las tonterías que le dice el hombre a la mujer y las ridiculeces que hace cada vez que se propone disfrutar de ella. Ya sabéis, por tanto, el primero y principal placer de la vida y la fuente de que emana ésta.”

     Espero no haber asustado a nadie con estas citas. Debemos decir que la imagen de la mujer durante el Renacimiento no es la misma que podemos tener en la actualidad, aunque sí han pervivido ciertos tópicos. Es conocida la antigua visión de la mujer como ser irracional, capaz de pensar por sí misma, eternamente tutelada por el hombre, con una humanidad puesta en duda en momentos como el Concilio de Mâcon (en el que se discute frenéticamente si tiene alma)… Aunque pueda parecer que todo esto forma parte del pasado, el poso que ha dejado en la mentalidad colectiva sigue y seguirá presente durante mucho tiempo. Al decir la Locura que la mujer es “un animal ciertamente estulto” alaba su despreocupación, su incapacidad para pensar demasiado, su forma de dejarse llevar por las pasiones y de disfrutar del momento (“son de natural más propensas al placer y a la jocosidad”, dirá en el capítulo XXXVI). Algunos de estos aspectos nos son conocidos, pues, ¿acaso no hemos oído decir nunca el tópico que las mujeres son más sentimentales que los hombres o que se dejan llevar antes por los impulsos que éstos? Hasta la década de 1960 aproximadamente se enseñaban en los colegios españoles los valores característicos de cada sexo agrupados en dos columnas de la siguiente manera: 

                             

 

Imagen obtenida de:

PALACIOS, Luís (coord.), Historia de España, Madrid, Club Internacional del Libro, 2007.

     Aunque afortunadamente en nuestros tiempos los centros de enseñanza ya no se dedican a este tipo de cosas, la idea de que la mujer es, en general más sentimental, impulsiva y pasional que el hombre ha seguido presente en zonas más o menos ocultas de nuestra conciencia. Además, existe la sensación de que puede ser más empática, comprender mejor los sentimientos de los demás. ¿Es esto cierto o se trata sólo de un tópico derivado de unas ideas muy antiguas a las que se unen aspectos como su clásica vinculación al ámbito familiar? ¿Es la mujer más sentimental que el hombre o sólo se trata de que tiene menos reparos en mostrar sus sentimientos (o ninguna de ambas cosas)? ¿Qué opinas?

Fuentes:

-DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=32589

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Estulticia y la postmodernidad

     Estulticia, la locura, bien podría ser un personaje de una obra de nuestros días. A lo largo de todo su elogio defenderá valores que pueden oler a postmodernidad. Por una parte, pone en cuestión todo lo que se ha dicho y se ha creído hasta entonces, todo lo que siempre ha parecido ser lo lógico, lo racional. El mundo no es como los sabios quieren que sea, ni tampoco es visto por todos igual. Ni siquiera lo podemos comprender por completo, pues “es tan grande la oscuridad y la variedad de las cosas humanas que nadie puede conocer de modo diáfano”. Todo es relativo, aparecen los distintos tonos de grises: “si alguien come una salazón podrida de la que los demás no pueden soportar ni siquiera el olor y a él le sabe a ambrosía, ¿qué le impide ser feliz?” (capítulo XLV). A ello se le suma la propia insignificancia de la vida de cada ser humano: “nadie podría imaginar el bullicio y las tragedias de que es capaz un animalillo de tan corta vida, pues en una batalla o en una peste se aniquilan y desaparecen en un instante millares de tales seres” (capítulo XLVIII).

     ¿Podemos decir entonces que Erasmo es un postmoderno adelantado a su tiempo? Es cierto que el ambiente en el que vive se parece mucho al nuestro por la fuga de certezas, la espera de novedades y el sentimiento de crisis. Sin embargo, a pesar de todo esto él cree firmemente en las posibilidades del ser humano, en el progreso, en la posibilidad de un mundo mejor (de hecho llega a ser un auténtico idealista en este sentido). Además, debemos tener en cuenta que quien habla en el Elogio es la Locura y, aunque todas las cosas que diga puedan parecer ciertas, no podemos tomarla en serio. A través de ella el autor critica todo lo que no le gusta, pero también aprovecha que es Estulticia y no él quien habla para llevarlo al absurdo, para ridiculizarlo hasta el extremo.

     Erasmo intenta escribir para el gran público. Utiliza los medios literarios para llegar a los lectores. En esto es un ultramoderno. Sin embargo, la técnica que utiliza se queda en la postmodernidad. La ironía expande confusión. Ballart escribe que es una modalidad del pensamiento y del arte, sobre todo en épocas de desazón espiritual, en las que dar explicación de la realidad se convierte en un propósito abocado al fracaso. Pero hay que distinguir dos tipos de ironía. Por una parte, la ironía antigua es un artificio sin dolo. Consiste en expresar una cosa diciendo la contraria. Sin embargo, la ironía postmoderna es una concepción del mundo. La afirmación de que nada tiene un significado preciso. Un elogio de lo equívoco. Erasmo no se enreda aquí. Su ironía es antigua, no desemboca en un escepticismo diletante. No es postmoderno, sino un ilustrado ultramoderno.

Fuentes:

-DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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El Elogio y El Quijote

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http://evamate.blogspot.com/2009/04/frases-celebres.html

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La imagen de la locura y del loco

       “Y al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aún sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad”. Jacques Lacan.

     Estulticia, traducida como Locura, es en realidad la Insensatez. No se trata de una locura como patología, como demencia. Es más bien ese comportamiento improvisado, instintivo, lleno de vitalidad, que a menudo vemos con cierta condescendencia en aquellos más dados a practicarlo.      

      Con su ironía, Erasmo describe el mundo en el que vive, un mundo fruto de la necedad. Doña Insensatez hace en el censo de su progenie: violencias, falsas alegrías, supersticiones, aburridas disputas de teólogos… La sabiduría acaba resultando aburrida, cargante. Así, visto a través de los ojos de Estulticia, el tonto es el sabio, que no sabe disfrutar de los placeres de la vida. Cervantes repite esta pareja en Don Quijote y Sancho. Sin embargo, observada desde la sabiduría, Doña Insensatez y su progenie aparecen como falsas y engreídas. Todo depende del enfoque con el que se mire. Cuando todo el mundo está loco, estar cuerdo es una locura.

     “Había una vez, en la lejana ciudad de Wirani, un rey que gobernaba a sus súbditos con tanto poder como sabiduría. Y le temían por su poder, y lo amaban por su sabiduría.

     Había también en el corazón de esa ciudad un pozo de agua fresca y cristalina, del que bebían todos los habitantes; incluso el rey y sus cortesanos, pues era el único pozo de la ciudad.

     Una noche, cuando todo estaba en calma, una bruja entró en la ciudad y vertió siete gotas de un misterioso líquido en el pozo, al tiempo que decía:

     -Desde este momento, quien beba de esta agua se volverá loco.

     A la mañana siguiente, todos los habitantes del reino, excepto el rey y su gran chambelán, bebieron del pozo y enloquecieron, tal como había predicho la bruja.

     Y aquel día, en las callejuelas y en el mercado, la gente no hacía sino cuchichear:

     -El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán perdieron la razón. No podemos permitir que nos gobierne un rey loco; debemos destronarlo.

     Aquella noche, el rey ordenó que llenaran con agua del pozo una gran copa de oro. Y cuando se la llevaron, el soberano ávidamente bebió y pasó la copa a su gran chambelán, para que también bebiera.

     Y hubo un gran regocijo en la lejana ciudad de Wirani, porque el rey y el gran chambelán habían recobrado la razón.” (Gibrán Jalil Gibrán, El rey sabio).                           

Fuentes:

 -DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

http://www.elpsitio.com.ar/Noticias/NoticiaMuestra.asp?Id=1363

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/otras/gibran/reysabio.htm

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El elogio de la locura Estulticia

Estulticia se presenta

 

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     “Diga lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero, aquella, y precisamente la única, que tiene poder para divertir a los dioses y a los mortales cuando quiero” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo I).

     En los primeros capítulos Estulticia se presenta e introduce su propio elogio como haría cualquier orador o escritor. A lo largo de toda la obra es ella quien habla en primera persona, ensalzando sus virtudes y mostrando su papel preponderante en todos los aspectos de la vida. Sus argumentos llegan a estar tan bien trabados que el lector puede sentirse tentado de darle la razón. Sin embargo, no hay que olvidar que se trata de la Locura. En este sentido, podemos decir que a lo largo de la obra se mezclan varias cosas. Por una parte, resulta irónico que Estulticia se elogie a sí misma, no parece serio, no nos podemos fiar de lo que dice. No obstante, a la vez, ella critica todo tipo de colectivos y actitudes; es más, aparece continuamente la idea de que ella es la única que se muestra tal como es: todos los demás fingen, ocultan sus verdaderos instintos y motivos, tratan de parecer racionales.

     Estulticia comienza hablando de la mala imagen que tiene. Los mortales hablan mal de ella, sin embargo, en realidad, la aprecian: el auditorio se relaja y alegra cuando ella toma la palabra. Dejarse llevar por ella, evitar pensar… es a menudo el camino más fácil. En este sentido, Estulticia se compara con el nepente, bebida divina que provoca el olvido y con él el alivio, la felicidad. El ser humano necesita de la Locura, pero además ésta es algo consustancial a su naturaleza, le es imposible desprenderse de ella. No se puede tomarse la vida siempre en serio (con frecuencia resulta absurda).

     En el capítulo II Estulticia presenta su propósito: va a realizar un encomio de sí misma. Aunque esto no sea lo habitual, a ella le parece lógico: ¿quién se conoce mejor que uno mismo? Por tanto, ¿quién podría alabarse mejor? A esto antepone la imagen de ciertos intelectuales hipócritas que sobornan a algún retórico para que recite sus mentiras (capítulo III). Ella, sin embargo, será siempre sincera. Prueba de ello será su discurso improvisado y repentino.

     No sería propio de la Locura definirse a sí misma como si estuviera escribiendo un tratado serio, una enciclopedia. A esto se le añade la imposibilidad de establecer límites: su poder lo abarca todo, está en todas partes. Por eso, comenzará diciendo simplemente que ella es una dispensadora de bienes, llamada Stultitia por los latinos y Moria por los griegos.        

     Es en este punto (capítulo IV) donde comienza a establecer un paralelismo con las divinidades grecolatinas. Así, pasa a establecer su genealogía en el capítulo VII. Habla de su padre, Pluto (“el verdadero padre de los dioses y de los hombres); de su lugar de nacimiento, las islas Afortunadas (“donde no hay trabajos, ni vejez, ni enfermedad”), lugar exento de preocupaciones; de las ninfas que la criaron, la Ebriedad y la Ignorancia, dos componentes importantes de la Locura; de los compañeros que la acompañan (el Amor Propio, la Adulación, el Olvido, la Pereza, la Voluptuosidad, la Demencia, la Molicie y los dioses Festín y Sublime Modorra)… Sus redes son, por tanto, verdaderamente amplias. Nadie puede escapar de ella: “ejerzo autoridad incluso sobre las autoridades” (capítulo IX).

     Finalmente, Estulticia pasa a presentar los beneficios que ofrece: de ella procede el origen mismo de la vida y de todo lo que es placentero en ella. La Locura o Insensatez proporciona al alma una alegría similar a la embriaguez constante, un placer sin egoísmo. ¿Cómo podríamos rechazarla entonces? ¿Quién no querría ser feliz? Estulticia se muestra constantemente como el único camino hacia la felicidad completa, pues ni los mejores oradores pueden conseguir el mismo efecto en su público.

 Fuentes:

-DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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El elogio de la locura

Cuestiones generales

     El elogio de la locura o Encomio de la Estulticia consta de 68 capítulos breves en los que Estulticia, la Locura (o más bien la Insensatez) se alaba a sí misma y nos habla de todos los bienes que proporciona a los dioses y a los hombres. La vida, el amor, el matrimonio, la procreación, la amistad… en todo está presente. Por eso, iremos analizando cada uno de estos aspectos por separado. En ellos está presente de modo continuo la crítica del propio autor a todo aqullo que no le gusta de su tiempo. por eso, a veces, cuando la reflexión es más profunda, podemos llegar a olvidar quién está hablando.

                              

 

Imagen obtenida de:

http://www.teatro.mendoza.edu.ar/mesterj.htm