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El elogio de la locura Religión

Los teólogos

                               

 

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     “¿Es admisible la proposición que dice: Pater Deus odit Filium?; ¿Habría podido tomar Dios la forma de mujer, de diablo, de asno, de calabaza o de guijarro?”  (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo LIII).

 

     Ahora nos centraremos en el ataque de Erasmo a los teólogos. Lo que más les echa en cara es que se dediquen a divagar sobre cuestiones complejas y formales (que en realidad no les sirven a nadie) y olviden aspectos más prácticos. En la actualidad, los grandes teólogos y la alta jerarquía eclesiástica pierden mucho tiempo discutiendo algunos temas y atacando otros que no son la base del cristianismo y apenas tienen relación con la fe. Estos grandes debates son los que suelen aparecer en los medios de comunicación, los que rápidamente asocia el ciudadano de a pie con la Iglesia (eutanasia, aborto, homosexualidad, métodos anticonceptivos…). Son, frecuentemente, cuestiones relacionadas con las costumbres y no tanto con la religión. Así, resulta chocante que se emplee más tiempo y energía hablando de sexualidad que de pobreza o derechos humanos, aspectos que forman parte de la propia doctrina de la Iglesia (en el concilio Vaticano II la existencia de pobreza extrema se pasa a considerar un pecado).

     La teología se ha ido haciendo una ciencia cada vez más compleja. La sencilla Iglesia primitiva se empieza a complicar cuando se transforma en un fenómeno de masas. Entonces surge la heterodoxia (distintas corrientes, distintos pensamientos) y es necesario conseguir una unidad, determinar qué se debe creer y qué no. Así, nos encontramos con que los evangelios son votados en un concilio. También acabó de este modo el debate acerca de si la mujer tenía alma. Estas grandes divagaciones continúan hoy.

Fuentes:

 -DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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El fariseísmo de los religiosos

     Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que cerráis el reino de Dios a los hombres!” (Mateo 23,13).

      “Pero Cristo, cuando vea que no lleva traza de acabar esta lista de méritos, los interrumpirá exclamando: ¿De dónde ha salido esta nueva casta de judíos? En verdad os digo que yo no conozco más que mi ley, y es la única cosa de que no he oído ni una palabra”  (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo LIV).

     En este caso, Erasmo ataca al clero regular. Los argumentos que se esgrimen son parecidos a los que se usan contra el secular, aunque hay algunos aspectos diferentes. También es distinta la intensidad del ataque: en este caso hay más ironía y se les llega a ridiculizar. En un determinado momento, el autor los compara con los judíos: se refiere a su interés por guardar las formas sin que exista una verdadera devoción. En este sentido, más que con los judíos habría que identificarlos con los fariseos, o con la imagen de los fariseos que nos da el Nuevo Testamento: se los está acusando de hipocresía. No obstante, antes de analizar este tema, debemos tener en cuenta que muchas de las órdenes que Erasmo critica han sido formadas poco antes, por lo que todavía están inmersas en discusiones.

     En primer lugar, se ataca su falta de formación (“estiman como suprema perfección estar limpios de toda clase de conocimientos”). Seguidamente, se va contra su formalismo: “¿habrá algo más chusco sino que todas las cosas las hagan según preceptos, como si se sujetaran a reglas matemáticas, cuya omisión significase sacrilegio?”. Como apoyo usa ejemplos extremos: se ha terminado el número de nudos de la sandalia, el color del cinturón, la forma de los vestidos que deben llevar… Son aspectos que no tienen nada que ver con la fe. Por eso, se incide en que mientras se preocupan de estas minucias no prestan atención a lo importante. Creen que están actuando de una manera perfecta, cuando en realidad se apartan de Dios: “la mayor parte de ellos conceden tanta importancia a las ceremonias y tradicioncillas, que piensan que el Paraíso no es bastante recompensa”.

     Por otra parte, cuando ha terminado de atacar su formalismo, Erasmo (o Estulticia) se centra en su forma de predicar, aspecto en el que los llega a comparar con los charlatanes de los mercados. En realidad, se debe a que sus técnicas y recursos retóricos y su forma de intentar atraerse al auditorio están lejos de aquellos principios que defiende Erasmo. Los monjes y frailes son quizá el rincón más profundo de la devoción tradicional.

     En este aspecto, en la actualidad la situación es algo mejor: la contrarreforma trató de imponer disciplina en los conventos y en nuestros tiempos se suele cuidar más su formación. Sin embargo, también debemos tener en cuenta que el peso que tienen las órdenes religiosas hoy es mucho menor al que tenían en época de Erasmo.

Fuentes:

 -DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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Los ministros de la Iglesia

                            

 

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     Si hemos hablado ya, en relación a la religiosidad exterior, de las diferencias entre lo que es y lo que debería ser la vida religiosa, la crítica de Erasmo se hace más dura al referirse a los ministros de la Iglesia, a los que ataca sin distinción de cargo o de jerarquía por diversas razones.

     De los obispos, cardenales y pontífices, Erasmo critica su vida semejante a la de los nobles y apartada de sus verdaderas funciones. Llevan a menudo los símbolos que los distinguen como un elemento de prestigio, sin ser conscientes de su verdadero significado, y usan sus cargos como fuente de ingresos (“No recuerdan que la palabra obispo quiere decir trabajo, vigilancia y solicitud. Sólo si se trata de recoger dinero se sienten verdaderamente obispos”). Todo está al revés, nada sucede como debería, todo ha perdido su auténtico sentido. No es raro, por tanto, que Erasmo hable de ello a través de la Locura.

     A partir del capítulo LVIII, la crítica se va centrando en colectivos concretos. En éste se refiere a los cardenales, que, siendo los sucesores de los Apóstoles, parecen necesitar riquezas para imitarlos. Una vez más, se pone de manifiesto la pérdida del auténtico sentido del cristianismo y, para ello, se hace referencia a la Iglesia primitiva, cuya pureza Erasmo quiere recuperar.

     Más atención le presta al sumo Pontífice (capítulo LIX), que no trata de imitar la vida de Cristo. Tanto él como los anteriores pueden ser felices y no tener preocupaciones gracias a Estulticia: se apartan de la razón, no piensan en lo que conllevan sus cargos: “¡Cómo tendrían que privarse de sus placeres si alguna vez se adueñase de ellos la sensatez!”. Sin embargo, Erasmo no pasa por alto tampoco a aquellos que viven a la sombra de los papas: “Pero no hay que olvidar lo que sería entonces de tantos escribanos, copistas, notarios, abogados, promotores, proxenetas, y alguno más vergonzoso añadiría, pero temo que resulte ofensivo para el oído”. Aún así, están convencidos de que Cristo está satisfecho con su labor. En la actualidad, esta imagen del sumo pontífice no ha cambiado mucho. Rodeado de ceremonias, pompa y riqueza ahora, además, se suma el problema de la elevada edad con la que suele llegar a este cargo. Esto no es un aspecto de poca importancia: por una parte se supone necesaria una amplia formación y experiencia para llegar hasta aquí. Sin embargo, por otra, debemos tener en cuenta las propias limitaciones fisiológicas del ser humano: la avanzada edad, las enfermedades… dificultan a menudo un ejercicio activo, dinámico de esta función a la vez que se fomenta el inmovilismo.

     Al criticar a los obispos, en el capítulo LX, pone el ejemplo de los alemanes, que viven como auténticos sátrapas. De los sacerdotes, en cambio, dirá que creen cumplir con su deber rezongando las oraciones de cualquier modo. La situación de dejadez aparece en todas las esferas:

     “De la misma manera, los pontífices, diligentísimos para amontonar dinero, delegan en los obispos los menesteres demasiado apostólicos; los obispos, en los párrocos; los párrocos, en los vicarios; los vicarios, en los monjes mendicantes y, por fin, éstos lo confían a quienes se ocupan de trasquilar la lana de las ovejas” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo LX).

Fuentes:

 -DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

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Superstición y religiosidad exterior

     “Mucho más fervorosamente adorada me juzgo al ver que todos me llevan en el corazón, me confiesan con la conducta y me imitan en la vida. Por cierto, que no es éste el género de culto más frecuente, ni aun entre los cristianos. ¡Cuántos de éstos ofrecen a la Virgen Madre de Dios una vela encendida en pleno mediodía, que es cuando no le hace falta alguna! Y, sin embargo, ¡cuán pocos se esfuerzan en imitarla en su castidad, su modestia y su amor divino! Éste sería, sin embargo, el culto verdadero y, con mucho, el más agradable al cielo” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XLVII).

                                

 

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http://pitinis.wordpress.com/2009/08/10/

     Desde el capítulo XL, Erasmo empieza a atacar la religiosidad exterior y la superstición, así como a sus practicantes. Por tanto, va contra los que se complacen en escuchar o explicar falsos prodigios y milagros (ya sea para matar el tiempo o por ánimo de lucro), contra aquellos que veneran las imágenes y pinturas pensando que van a solucionar todos sus males, los que creen que pueden encontrar una forma mundana de reducir la estancia en el Purgatorio, los que se dedican a recitar salmos y textos sagrados de memoria…Todas estas prácticas hacen que se olvide la verdadera esencia del cristianismo y llevan a una religión puramente formal. El Nuevo Testamento y el mensaje de Cristo supone un cambio con respecto a la tradición judía precisamente en ese sentido: se coloca por encima de las leyes y de los formulismos a las personas y a sus obras. Así, podemos recordar las quejas de los judíos cuando Jesús cura en sábado, el caso de la prostituta a la que la ley condena y él decide salvar… Frente a una religión con unas normas claramente establecidas, el cristianismo aparece en sus orígenes como una renovación que pretende ser más coherente. Sin embargo, con el paso del tiempo, la tendencia será la misma. Muy pronto aparece la necesidad de regular aquello que se debe creer y aquello que no, de establecer los criterios por los que un cristiano puede recibir tal nombre, de controlar todas las prácticas. Ello implica un aumento de la complejidad de las formas religiosas: los dogmas proliferan y para demostrar que se es buen cristiano es necesario manifestarlo externamente. Esto se une con las antiguas reminiscencias del paganismo y con una forma de actuar instintiva: es más fácil acercarse a aquello que se puede ver y tocar, a aquello que resulta más fácil o que llama más la atención. Así lo dice Erasmo a través de Estulticia:

     “El espíritu humano está modelado de tal manera, que aprehende mucho mejor lo ficticio que lo verdadero. Si alguien solicita una prueba manifiesta y obvia de tal cosa, acuda a la hora del sermón en una iglesia y verá que si se está hablando de algo serio, todos dormitan, bostezan y se asquean; en cambio, si el vociferador (me he equivocado, quise decir el orador), comienza, según hacen con frecuencia, a explicar alguna historieta asnal, se despabilan todos, prestan atención y escuchan con la boca abierta. Del mismo modo, si se celebra algún santo orlado de fábulas y de poesías –como, si me pedís ejemplos, lo son Jorge, Cristóbal o Bárbara- veréis que se les venera con mucha más devoción que a san Pedro, san Pablo o al mismo Jesucristo” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XLV).

     Erasmo introduce aquí una de las claves de su pensamiento religioso en lo relativo al estado en el que se encuentra Iglesia y, en consecuencia, a la necesidad de renovación. A lo largo de estos capítulos, y  mediante el uso de muchos ejemplos, nos ofrece una imagen que nos resulta familiar. El cristianismo, en la actualidad, sigue teniendo muchos elementos que se relacionan más con la costumbre o con la superstición que con la religión. En cierto modo, responde a unos fines prácticos: es necesaria la existencia de una serie de resortes que permitan controlar a los fieles, guiar sus acciones, mantener la uniformidad en sus conductas y, al mismo tiempo, hacer llegar un mensaje claro, accesible a todos. Esto se consigue potenciando esta  religiosidad exterior frente a la vivencia interna: es difícil controlar lo que piensan las personas y, a la vez, resultaría complicado hablarle de reflexión o de oración interior a la mayor parte de la población.

     Estas formas de actuar han pervivido hasta hoy: en determinados momentos del año podemos ver ríos de gente fervorosa que acude a las procesiones sin haber pasado por la iglesia el resto del año, sin saber exactamente qué significa lo que están haciendo. Pero existe un sentimiento –a menudo no se sabe muy bien de qué tipo- que les mueve a estar allí, a sentirse parte de esa manifestación religiosa, a identificarse con el resto de gente que asiste. Esto nos lleva a un aspecto que Erasmo no llega a tratar: el sentimiento de masa, la necesidad del hombre de pertenecer a algo y de recibir el apoyo de los que procesan sus mismas creencias. En este sentido, la religiosidad exterior, el espectáculo, el colorido y la vistosidad de ciertas manifestaciones no pueden competir con el aislamiento de la devoción interna.               

Fuentes:

 -DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.