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Elogio de la locura

                             

 

Imagen obtenida de:

  http://es.wikipedia.org/wiki/Elogio_de_la_locura  

     El elogio de la locura es una obra que supone un momento de descanso, de recreo, dentro de la amplia y seria producción de Erasmo. Es una obra de inteligencia lúdica que se divierte jugando con la broma, la sátira, la ironía, el chiste…

     El libro se publica en París, en 1511, aunque es escrito dos años antes. Erasmo, en la madurez de su vida, se da cuenta de que en el mundo la razón apenas tiene poder y de que reina una insensata confusión. Quiere atacar todo esto, pero decide hacerlo de una forma mesurada, a través de esta obra. Esta idea la concibe al dirigirse a Inglaterra procedente de Italia. Entonces piensa en todo lo que ha visto allí y, considerando el momento poco propicio para meditaciones, opta por divertirse. En la casa de Tomás Moro la trasladará su sátira al papel. El título será Encomium moriae. Más tarde, en 1511, escribe en París la carta que habría de servir de prólogo.

     Erasmo unifica en esta obra varias corrientes. Son fundamentalmente tres las que destacan: la clásica, personificada en Luciano; la carnavalesca, estudiada por Batjin; y el tema de la locura y la nave de los locos, comentada por Foucault y Urs von Balthasar. En cuanto a la primera, diremos que el autor para justificar su burla apela a los clásicos. Quiere integrarse en una la tradición de los discursos extravagantes como el de Virgilio, que le canta al mosquito; el de Glauco, que celebra la injusticia; el de Favorino, que ensalza las fiebres cuartanas, el de Luciano, que compone el Elogio de la mosca… La segunda línea, la carnavalesca, se relaciona con las llamadas “fiestas de bobos” de la Edad Media, con los bufones. Por último, una tercera tradición que se asimila es la de la locura: a finales de la Edad Media y principios de la Moderna abundan las obras que estigmatizan vicios y defectos achacándolos a una especie de gran sinrazón invasiva e irremediable. Las imágenes de la ebriedad y la locura tienen enorme éxito: en 1485 Guyot Marchand publica la Danse macabre, en 1492 Sebastián Brant escribe su Narrenschiff o nave de los locos, en estas fechas el Bosco pinta su desolada “barca de los estultos”…

     El Elogio es ante todo una obra irónica, en la que se dice lo contrario de lo que parece decirse. Es, pues, un discurso que obliga a convertir todas las afirmaciones en negativo para entenderlas. De esta manera, el autor pretende llegar a los lectores a través de la retórica, pero también se intenta proteger: siempre puede negar lo dicho alegando que es un juego.

     El libro aparece dividido en 68 capítulos. Desde el primero, aparece la locura como uno de esos personajes teatrales que hacen su propia presentación y que debutan alabándose.

     A lo largo de los seis primeros capítulos, va haciendo Erasmo ostentación de su propia erudición —aunque aparentemente haya protestas en sentido contrario— a través de frases, proverbios, situaciones, ejemplificación abundante extraída de los clásicos, aunque termine diciendo:

     “Se ha visto, pues, que imito a los retóricos de nuestro tiempo…”

     Los capítulos VII al X nos hacen la presentación de las fuerzas que mueven la sociedad de su tiempo. Lo hace a través de la presentación de sus propios progenitores y cortejo.

     Pero no contento con poner a la Locura como ingrediente de la vida, la presenta como fuente de la misma: “Y en suma, a mí, solo a mí, repito, tendrá que acudir ese sabio si alguna vez quiere ser padre…” Aquí se asoma la amargura de su propio origen.

     En el capítulo siguiente, el XII, habla de la Locura no sólo como fuente de la vida sino de cuanto existe de bueno en el mundo, afirmación que tomada en serio sería una auténtica aberración tanto en su expresión como en su contenido, al hacer de los placeres sensibles la única y verdadera felicidad.

     Fuera de la Locura, los primeros personajes que desfilan alrededor de Ella son la niñez y la vejez (XIII-XIV). En ambos extremos encontramos a la Locura, como dueña y señora.

     Seguidamente —capítulo XV— hace otro alarde de erudición sumiéndose en el “empíreo”, haciendo alusión a dichos, hechos y proverbios de Safo, Ovidio, Luciano Homero, las Geórgicas…

     Los cinco capítulos siguientes los emplea en hacer desfilar en boca de la Locura diversas situaciones e instituciones:

     XVI: disquisiciones sobre la razón y la concupiscencia. Da una visión negativa, de tendencia protestante.

     XVII: sobre la locura de las mujeres.

     XVIII: sobre los festines.

     XIX: sobre la dulzura y trato con los amigos.

     XX: sobre el matrimonio.

     Todo lo somete a su visión satírica, amarga, demoledora, sin esperanza, sin trascendencia.

     XXI: Resume así su visión:

     “En suma, de tal forma no hay ninguna sociedad ni relación humana que pueda ser placentera ni estable sin mí, que ni el pueblo al príncipe, ni el siervo al señor, ni la criada a la señora, ni el discípulo al maestro, ni el amigo al amigo, ni el marido a la esposa, ni el inquilino al casero, ni el camarada al camarada, ni el huésped al anfitrión les soportarían un instante si el uno con respecto al otro no fingieran, ni se adularan, ni se engañaran, prudentemente, ni se untaran con la miel de la Locura.”

     Este pensamiento resumido en el capítulo XXI, como hemos dicho es por una parte un resumen de los anteriores y por otra parte la sustentación de los que siguen, XXII y XXIII:

     -“la primera condición de la felicidad es que cada cual esté satisfecho de ser lo que es”.

     -“Filautía (el Amor Propio) da para ello grandes facilidades.”

     -“logra que nadie tenga queja de su propia belleza, ni de su ingenio, ni de su progenie, ni de su estado, ni de su conducta, ni de su patria.”

    -todas las empresas humanas son realizadas por la “hez de los mortales y no, por los filósofos que velan bajo una lámpara.”

    Como para reforzar las ideas expuestas hasta aquí, Erasmo ofrece en los siguientes capítulos (XXIV a XXVII ambos inclusive) una ejemplificación abundante tomada de hechos de la antigüedad. La tesis expuesta es la siguiente: la sabiduría no sirve para regir los pueblos; éstos la rechazan. Esta argumentación termina en el capítulo XXVIII hablando de las artes.

     A partir del capítulo XXIX no sólo reclama para la locura las excelencias del valor del ingenio, sino también las de la prudencia. Pero no se trata de invitar a vivir la prudencia como virtud sino la prudencia de la vida, la astucia para triunfar en ella.

     La vida es una comedia, hay que adaptarse a ella. De los capítulos XXX a XL insistirá en las mismas ideas aún con mayor cinismo. Contrapone una visión dolorida, pesimista y amarga de la vida a una visión venturosa que sólo se puede alcanzar con la Locura; la realidad de la primera lo lleva a justificar el suicidio, la segunda a la felicidad inconsciente.

     Así, el engaño es lo verdadero. Cuanto más incompetente sea una persona, más grata será su vida y más se le admirará. Ser engañado, parece una desgracia pero, no serlo, constituye una desgracia mucho mayor. Sigue insistiendo, la cordura es una desdicha, la presunción es la felicidad. Bajo esta perspectiva y en corroboración de la tesis que sostiene, hace desfilar a numerosos oficios y profesiones; ciencias, las más preciadas, las del común sentir. Sólo el médico es estimado por los hombres; la Medicina, tal y como hoy la ejercen muchos, no es otra cosa que una forma de adulación, no menos que la retórica, la profesión de leguleyos, propia de asnos; la de teólogos, sólo les sirve para roer legumbres. Los más felices, los que consiguen abstenerse de todo trato con el saber; la felicidad está reservada a los que sólo se dejan conducir por la naturaleza, los animales se contienen dentro de los límites de su condición.

     Los capítulos XL a XLVIII nos ofrecen un ataque frontal, una censura sin paliativos a “todos los pecados de la Iglesia”. Expresa con una inconsciencia sin límites ideas que no por decirlas en tono jocoso representan un menor peligro.

     En los capítulos XLIX a LIII desfilan gramáticos, poetas, jurisconsultos, filósofos y teólogos. A todos ataca, de todos se queja. Concretamente en el XLIX expone parte de su sentido crítico hacia la educación que seguía aún vigente y en concreto hacia los “gramáticos”.

      En el capítulo LIV habla de religiosos y monjes. Se siente con autoridad para vejarlo todo: la confesión, la memoria de los Apóstoles. Si no se debe pensar en su mala fe, una vez más nos admiramos de su ligereza y frivolidad, de su falta de sensibilidad y delicadeza.

     En los capítulos LV y LVI desfilan Reyes, príncipes de la Corte y Cortesanos. La sátira, aunque dura, es mucho más suave y respetuosa.

     En el LVII, el LVIII y el LIX, partiendo de lo anteriormente dicho sobre los príncipes e incluso valiéndose de las mismas imágenes —el significado de los vestidos— fustiga al Sumo Pontífice, cardenales y obispos. Termina con un quiebro frívolo, sin sentido o si se prefiere, lleno de sentido: el de desviar la atención hacia la Locura.

     Llegando al final, en el capítulo LXI dirá: “la Fortuna ama a las gentes poco reflexivas (…) la sabiduría hace a las gentes tímidas y así veréis por todas partes sabios a quienes acompaña la pobreza, el hambre y la oscuridad, y viven olvidados, sin gloria y sin simpatía.”

     En el LXII cita a Catón: “La mayor sabiduría es parecer loco”; a Horacio, con varios versos y Epístolas; a Homero que llama a Telémaco, niño loco; a Cicerón que afirma que “el mundo está lleno de locos.”

     Y por si tales autoridades son de poco peso para los cristianos, —LXIII— trata de robustecer las alabanzas a la Locura con textos de la Sagrada Escritura. En este capítulo como en el siguiente —LXIV— tanto por el contexto como por el modo de interpretar algunos textos, capítulos citados y los siguientes, no podemos por menos de rechazar toda gracia y todo posible ingenio, además de merecernos una total repulsa desde el punto de vista doctrinal.

     Por último, el capítulo LXVIII, sirve de epílogo.

 Fuentes:

-DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

-DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura, edición a cargo de Teresa Suero Roca, Barcelona, Bruguera, 1974.

http://www.opuslibros.org/Index_libros/Recensiones_1/erasmo_elo.htm

59 replies on “Elogio de la locura”

Según tu opinión, ¿cómo trata Erasmo el tema de la superstición en esta obra?

Gracias. Su lectura me permitió tener un panorama general de la obra.

No sé si le ha llegado mis otros mensajes ,por eso vuelvo a preguntar. ¿Cuál sería el argumento (resumido) y la descripción y aparición de todos o los principales de la obra? Es para un trabajo.

Hay un resumen del libro en la página del blog titulada “Elogio de la locura”. La información está sacada del siguiente enlace:
http://www.opuslibros.org/Index_libros/Recensiones_1/erasmo_elo.htm
En cuanto a los personajes, el único propiamente dicho es el de Estulticia, la locura, aunque a lo largo de la obra se refiere a varios colectivos, a los que critica: los teólogos, los religiosos, los sabios, las mujeres… En el blog hay varias entradas sobre ellosm

En la obra Estulticia se elogia a sí misma criticando a los sabios. Se ríe de lo inútil que es alcanzar el auténtico saber teniendo en cuenta el poco caso que se hace a los sabios y el poco peso que tiene la sabiduría en la vida cotidiana, las relaciones humanas e, incluso, la religión. Se trata, una vez más, de una crítica irónica de Erasmo. Se repite a lo largo del libro y se puede ver, por ejemplo, en el capítulo XXIII al hablar de la guerra y también en los siguientes, en los que se refiere a los sabios.

Para mi es evidente que el gran mérito de Erasmo es el de ver morir una época sin alcanzar a ver el nacimiento de la siguiente.

Erasmo analiza la sociedad que le toca vivir e intenta ser realista, pero con un realismo que le conduce a un fuerte pesimismo. Su visión satírica le lleva a ver a la necedad, la locura, el olvido, la adulación, las pasiones, el placer, el amor propio, la broma, la indulgencia, el engaño y el disimulo, la condescendencia, la adulación y la estupidez como los grandes motivadores de la vida humana. Y probablemente tenga una gran parte de razón. Pero su gran defecto está en su pesimismo:

Ser realista sin ser pesimista es admitir que las pasiones ocupan un lugar en la vida de los hombres. Pero, la racionalidad también tiene su lugar en la vida de los hombres.
Ser realista sin ser pesimista es reconocer que los hombres también se cuidan los unos de los otros, aunque haya rencores, envidias, violencia, adulación, engaño, etc.
Ser realista sin ser pesimista es admitir que somos terrenales y no sólo, y ni siquiera principalmente, espirituales. Ser terrenal quiere decir que no podemos estar siempre retirados en nuestro espíritu (en la línea de San Agustín) o en nuestras ideas (en la línea de Platón) o en nuestro convento (en la línea de los monjes), sino que tenemos que vivir con los demás sabiendo que hay necesidades y deseos corporales que han de ser satisfechos si no queremos convertir la vida terrenal en una infierno.

Para mi Erasmo es lo contrario de un vitalista. Los vitalistas se preguntan si hay vida antes de la muerte, para Erasmo la única vida loable es la espiritual y la que nos acerca anímicamente o espiritualmente a Dios. Una postura opuesta a la de Erasmo que nos aclara su injustificado pesimismo es la visión de la vida tal como la entiende Aristóteles. Aristóteles defiende una vida activa, social y política, en la que debemos situar a las pasiones en el término medio (no negarlas). No es un vivir para la muerte ni un vivir “sólo” para el espíritu, (aunque Aristóteles considere nuestras facultades intelectuales como las que nos caracterizan como seres humanos).

Erasmo no vive la modernidad ni la ilustración. Erasmo no vive los avances científicos de los siglos venideros, ni el reconocimiento de la dignidad de la persona, ni la libertad de expresión, ni los inicios de la democracia. Erasmo es un pensador renacentista que se vuelve a los clásicos y que rechaza la Edad Media, pero es un autor que no puede entrever lo nuevo que está empezando y por ello cae en un pesimismo desasosegante.

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