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Si hemos hablado ya, en relación a la religiosidad exterior, de las diferencias entre lo que es y lo que debería ser la vida religiosa, la crítica de Erasmo se hace más dura al referirse a los ministros de la Iglesia, a los que ataca sin distinción de cargo o de jerarquía por diversas razones.
De los obispos, cardenales y pontífices, Erasmo critica su vida semejante a la de los nobles y apartada de sus verdaderas funciones. Llevan a menudo los símbolos que los distinguen como un elemento de prestigio, sin ser conscientes de su verdadero significado, y usan sus cargos como fuente de ingresos (“No recuerdan que la palabra obispo quiere decir trabajo, vigilancia y solicitud. Sólo si se trata de recoger dinero se sienten verdaderamente obispos”). Todo está al revés, nada sucede como debería, todo ha perdido su auténtico sentido. No es raro, por tanto, que Erasmo hable de ello a través de la Locura.
A partir del capítulo LVIII, la crítica se va centrando en colectivos concretos. En éste se refiere a los cardenales, que, siendo los sucesores de los Apóstoles, parecen necesitar riquezas para imitarlos. Una vez más, se pone de manifiesto la pérdida del auténtico sentido del cristianismo y, para ello, se hace referencia a la Iglesia primitiva, cuya pureza Erasmo quiere recuperar.
Más atención le presta al sumo Pontífice (capítulo LIX), que no trata de imitar la vida de Cristo. Tanto él como los anteriores pueden ser felices y no tener preocupaciones gracias a Estulticia: se apartan de la razón, no piensan en lo que conllevan sus cargos: “¡Cómo tendrían que privarse de sus placeres si alguna vez se adueñase de ellos la sensatez!”. Sin embargo, Erasmo no pasa por alto tampoco a aquellos que viven a la sombra de los papas: “Pero no hay que olvidar lo que sería entonces de tantos escribanos, copistas, notarios, abogados, promotores, proxenetas, y alguno más vergonzoso añadiría, pero temo que resulte ofensivo para el oído”. Aún así, están convencidos de que Cristo está satisfecho con su labor. En la actualidad, esta imagen del sumo pontífice no ha cambiado mucho. Rodeado de ceremonias, pompa y riqueza ahora, además, se suma el problema de la elevada edad con la que suele llegar a este cargo. Esto no es un aspecto de poca importancia: por una parte se supone necesaria una amplia formación y experiencia para llegar hasta aquí. Sin embargo, por otra, debemos tener en cuenta las propias limitaciones fisiológicas del ser humano: la avanzada edad, las enfermedades… dificultan a menudo un ejercicio activo, dinámico de esta función a la vez que se fomenta el inmovilismo.
Al criticar a los obispos, en el capítulo LX, pone el ejemplo de los alemanes, que viven como auténticos sátrapas. De los sacerdotes, en cambio, dirá que creen cumplir con su deber rezongando las oraciones de cualquier modo. La situación de dejadez aparece en todas las esferas:
“De la misma manera, los pontífices, diligentísimos para amontonar dinero, delegan en los obispos los menesteres demasiado apostólicos; los obispos, en los párrocos; los párrocos, en los vicarios; los vicarios, en los monjes mendicantes y, por fin, éstos lo confían a quienes se ocupan de trasquilar la lana de las ovejas” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo LX).
Fuentes:
-DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.