En octubre del año 1496, el Archiduque D. Felipe se presentó un atardecer en el convento para conocer a su prometida y se encontró con una doncella de 17 años, alta y de buen tipo, con el cabello moreno recogido en una trenza, los ojos verdes, con hermosos colores en las mejillas y desprendiéndose de ella una sensación de frescura y serenidad. Iba vestida con sus mejores galas, con la majestuosidad y dignidad propias de ella.
D. Felipe quedó sobrecogido y embargado ante tanta belleza. Después de los saludos de rigor se sentaron frente al fuego de la gran chimenea y pidieron a los caballeros que acompañaban a D. Felipe y a las doncellas de Dª. Juana que los dejasen solos para poder hablar a gusto.
Como D. Felipe no sabía el castellano, Dª. Juana eligió el idioma francés, que conocía bastante bien y que aprendió de su maestro fray Pedro Mártir de Anglería.
D. Felipe, de 18 años, era menudo de cuerpo, delgado, pelo rubio, ojos azules y muy risueño. Cuentan que en aquella primera entrevista estuvo encantador. A las dos horas el Archiduque y la Infanta se trataban ya con tanta familiaridad y llaneza que parecía que se conocían de mucho tiempo.