El Misteri d’Elx, no es una obra de arte plástica sino lírica, si bien de una categoría auténticamente monumental. Es lógico, por tanto, que la gente en lugar de considerarlo una obra humana, quisiera atribuirle un origen prodigioso junto a la imagen de la Asunción, patrona de esta ciudad.
La tradición, por todos conocida pero no documentada hasta el 1710, nos cuenta la llegada de un arca con una inscripción antigua (Soch pera Elig) a la playa de Santa Pola en el año 1226. Dentro de aquella arca se encontraron la imagen de “La Mare de Déu” y el texto del “Misteri de su muerte i ascensión”. Este Misteri, como es sabido, se canta en valenciano antiguo y es una de las joyas de la literatura catalana (Sanchís, 1995. p. 48).
Los problemas para la representación del Misteri i la Festa, fueron numerosos y diversos, así pues, en los últimos años del siglo XVI, el hecho de no poseer suficientes recursos económico y de que no hubiera personas dispuestas a regir la Cofradía, provocó que el Misteri estuviese en peligro de desaparición. Pero fue en el año 1609 cuando, de manera definitiva, el Consejo de la villa tomó el acuerdo de hacerse cargo de la organización y financiación de la Festa. Para ello, estableció una serie de impuestos municipales, entre los que hay que destacar el de la moltura de granos y el de la venta de carnes.
Más problemas acaecieron en los años 1700 y 1734. A causa de una cuestión de exención de tasas municipales al clero y por una pugna sobre el nombramiento del Maestro de Capilla respectivamente. Las fricciones entre ambos estamentos subieron de tono de manera alarmante aunque, finalmente, prevalecieron los derechos del Consejo fundamentados en las costumbres y tradiciones históricas conservadas en la ciudad.
En los últimos años del siglo XVIII -con la prohibición de la escena de la “Judiada” a causa de los altercados que ocasionaba- y en los primeros del XIX -con la supresión de la capilla musical ilicitana- el Misteri entró en un periodo de clara decadencia artística. Decadencia que se acentuó en el último tercio del ochocientos, tanto por la escasez de recursos económicos dedicados a la obra y la inestabilidad en los cargos municipales -el Maestro de Capilla, por ejemplo-, como, sobre todo, por la escasa importancia que concedían a la representación los propios ilicitanos, incluyendo las autoridades políticas. (Castaño i Sasano, 1992. pp. 93-99).