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El desarrollo del motín de 1766 en Elche

Detrás del motín de Elche de 1766 aparece la figura de José Beltrán Esclapes, el cual, junto a Bautista Blasco, Francisco Romero y José Vázquez, se parecieron reunir para orquestar los acontecimientos que se desarrollarían a partir del 13 de abril de 1766.

El motín se inició de buena mañana en el arrabal de San Juan, cuyo cabildo estaba procediendo a las subastas de regalías y derechos señorías del Duque de Arcos. Entre la gran cantidad de gente el ya citado Bautista Blasco, conocido como “el venerable viejo”, levanto la voz y diciendo hablar en nombre del común procedió a declararse contrario a cualquier subasta, iniciando así una acalorada discusión con el procurador, don Ricardo Sánchez, al cual acuso de ser un “segundo Esquilache”. Fue en este contexto, y al grito de “Viva el rey, muera el Duque de Arcos y don Ricardo Sánchez, segundo Esquilache”, cuando se inició la revuelta señorial.

En Elche fueron depuestos los dos justicias, el alcalde mayor, Tomas Andres Gusema, y los otros dos ordinarios el mismo día 13 por la tarde. El lunes 14 llego la revuelta a Almoradí, el 16 a Catral, el 20 a Crevillente y Novelda, el 21 a Albatera; finalmente, el día 22, se produjo el asalto al Castillo de Santa Pola, el cual pertenecía al Duque de Arcos, siendo la toma bastante sencilla, pues el alcaide del castillo, llamado Ortiz, no opuso resistencia alguna. Como se puede observar, en términos generales el movimiento se dirigió contra el régimen feudal, centrándose especialmente contra el Duque de Arcos. El citado duque, participó el 23 de marzo en el consejo de guerra que reunió Carlos III ante los sucesos acontecidos en Madrid, mostrándose en tal consejo en una actitud bastante beligerante, siendo de la opinión de que la revuelta debía de combatirse con una dura represión, mostrando de esta forma su severo carácter.

La revuelta se extendió hasta el 3 de mayo, cuando Beltrán Esclapes y las restantes cabezas del motín cayeron apresados.

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Señores y propietarios del Elche del XVIII

La propiedad de Elche durante el siglo XVIII estaba repartida entre los pequeños propietarios, los cuales eran cultivadores directos, normalmente enfiteutas, los propietarios de tipo medio, y la cúspide social, la cual estaba compuesta por la Iglesia, el Duque de Arcos y los Santacilia; los miembros de esta cúspide social percibían la mayor parte de las renta de la tierra, combinando la propiedad compartida de estas con los privilegios y jurisdicciones particulares que el feudalismo, todavía vigente, les permitía disfrutar.

El Duque de Arcos, junto a la familia de los Santacilia, poseían el dominio directo de las tierras de Elche. El Duque, aunque poseía el señorío jurisdiccional, no tenia como enfiteutas suyos a todos los propietarios del término de Elche, pues éste no era el único señor de la villa. En la partida rural de Asprillas se elevaba un señorío sin jurisdicción que era propiedad de un viejo linaje nobiliario local, los Santacilia; esta familia eran los verdaderos señores de la citada partida rural, percibiendo de la misma todos los censos enfitéuticos y el tercio de diezmo, aunque, a diferencia del Duque, no aparecían en los padrones del siglo XVIII como grandes propietarios; pero ello no nos debe de llevar a engaño, pues pese a no aparecer en estos, gozaban de tan importantes derechos y rentas que no sería correcto omitirlos, pues son precisamente ellos, como señores feudales, los que en calidad de sus privilegios se presentan como verdadera cúspide de la estructura social, siendo por esta razón por la que no constan a efectos fiscales en los padrones mencionados previamente.

Aparte del Duque de Arcos y de los Santacillia, en el Elche de mediados del siglo XVIII encontramos otra institución que poseía una gran cantidad de censos en su haber; se trataba de las iglesias de Santa María y del Salvador, parroquias que no aparecen, al igual que no lo hacían los Santacillia, entre los grandes propietarios de Elche. Las iglesias de Santa María y del Salvador contaban con una porción muy importante de los propietarios de las tierras, los cuales pagaban escrupulosamente un censo anual al clero en virtud del derecho que este poseía sobre sus tierras; la razón de la existencia de este elevado numero de propietarios endeudados con las dos parroquias hay que buscarla en el papel financiero desarrollado por la Iglesia durante la Edad moderna, ofreciendo prestamos a campesinos y cediendo tierras a cambio de un rédito anual.