- ABASCAL, Juan Manuel; DIE, Rosario; CEBRIÁN, Rosario. Antonio Valcárcel Pío de Saboya, Conde de Lumiares (1748-1808): apuntes biográficos y escritos inéditos. Madrid: Real Academia de la Historia; Alicante: Instituto Alicantino de Cultura «Juan Gil-Albert», 2009. ISBN: 978-84-96849-54-9.
No es mera casualidad que Antonio Valcárcel Pío de Saboya, quien llegó a ser un arqueólogo consumado, naciera en 1748, año en que los primeros arqueólogos modernos redescubrieron y excavaron la antigua ciudad romana de Pompeya, sepultada hasta entonces bajo las cenizas expulsadas por el monte Vesubio en el verano del 79 d.C. Prueba más que suficiente de que la nueva corriente arqueológica de la Ilustración influyó fuertemente en él, es su libro recopilatorio Inscripciones y antigüedades del reino de Valencia, terminado pocos años antes de morir.
La obra que da origen a este post, del catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Alicante Juan Manuel Abascal, Rosario Die y Rosario Cebrián, es el mayor y mejor compendio realizado hasta la fecha sobre la figura del Conde de Lumiares. Habría mucho y bueno que reseñar sobre un trabajo como ese, pero seguramente no lo haríamos tan bien como María del Rosario Hernando. Lo que sí que podemos hacer, acción esta mucho más modesta, es reproducir un pequeño aunque significativo y curioso fragmento del libro (p. 36) para inducir a su lectura:
Según Sempere Guarinos, contemporáneo de Lumiares (…): “El Señor Conde de Lumiares debió a una desgracia su afición a la literatura, porque habiéndole encerrado sus padres por ciertas travesuras, quando joven, en el castillo de Alicante, al tiempo que tambien lo estaba en él el Marqués de Valdeflores [sic], conociendo éste su talento, procuró estimularlo a la lectura, exhortándolo y aún rogándole con la mayor ternura que se aprovechara de aquel infortunio, empleando bien el tiempo (…). El estudio que más lo aficionó fue el de la Numismática, precediendo a él como parte muy esencial el de las lenguas y el de las antigüedades. Fue tal la afición que adquirió el señor Conde a la lectura que hubo día de estarse quince horas leyendo continuamente, sin levantar cabeza.”