Montengón y el pensamiento utópico

  • CARNERO, Guillermo (Ed.). Montengón. Alicante: Caja de Ahorros Provincial de Alicante, 1991. (Serie «El escritor alicantino y la crítica», nº 2). ISBN: 84-86314-63-1.

Tal vez estemos ante el ilustrado alicantino, e incluso español, más innovador y utópico de todos. Guillermo Carnero, consciente de ello, ha tratado de editar -y creo que lo ha conseguido- la obra más completa, o al menos la más reciente y concluyente, que se haya escrito sobre Pedro Montengón y Paret (1745-1824). En ella, con la ayuda y colaboración de diversos autores, se estudian aspectos como la biografía, la bibliografía de y sobre Montengón, sus poesías, su novela el Eusebio, el influjo que tuvieron sus muchas novelas en el mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi, su lado más utópico, las semejanzas con El Criticón (1651-1657) de Baltasar Gracián y otros tantos asuntos.

Si para mostrar resumidamente la relevancia intelectual de este hombre de letras solamente pudiera elegir una parte no muy extensa del presente libro, muy probablemente escogería esta, del capítulo “Utopías posibles al acabar un siglo: Montengón y Thjulén” (pp. 197-211) a cargo de Maurizio Fabbri:

En las cuatro novelas que hemos considerado [Eusebio (1786-1788), Antenor (1788), Eudoxia (1793), Mirtilo (1795)], la utopía reformadora de Montengón se mantiene extraordinariamente coherente y unitaria, insensible al cambio de experiencias y al transcurrir del tiempo, confirmando la intensidad de su voluntad política e ideológica y su profunda aspiración por una sociedad justa, pacífica e incorrupta. Utopía para Montengón significa regeneración de la humanidad a través de la vuelta a la naturaleza, a su pureza, sus leyes y su ritmo. Significa la llegada de una sociedad de hombres libres e iguales fraternalmente solidarios. Significa, más que la vuelta a una imposible «edad de oro», la afirmación total y radical en términos muy explícitos de los principios políticos de la Ilustración más avanzada, por encima de las estratificaciones sociales y de las limitaciones espacio-temporales.

Allí donde crece el comercio, crecen también las «luces»

  • GIMÉNEZ LÓPEZ, Enrique. Alicante en el siglo XVIII: economía de una ciudad portuaria en el Antiguo Régimen. Valencia: Institució «Alfonso el Magnánimo» de la Diputació Provincial de València, 1981. ISBN: 84-00-04853-9.

Parece ser un hecho que allí donde hay crecimiento económico, hay también ilustrados. O al menos eso es lo que se puede deducir del libro de Enrique Giménez, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Alicante. Libro, no obstante, que sin entrar en lo comentado en este post, analiza con rigor la economía y la demografía de una ciudad, la de Alicante del siglo XVIII, “en recuperación”.

Y es que, aunque a algunos/as nos pueda parecer paradójico e incluso injustificable, lo siguiente viene siendo la norma y no la excepción: a mayor crecimiento de la economía (opresora, en gran medida), mayor crecimiento también de la cultura (liberadora, en ocasiones). ¿Acaso hubiera llegado a ser Pedro Montengón quien llegó a ser si en lugar de haber nacido en el seno de una familia de comerciantes y propietarios hubiera nacido en un entorno menos privilegiado? Es preciso, pues, empezar planteando la cuestión en sus justos términos, que no son otros que conocer las causas de la Ilustración y reconocer: a) que los ilustrados alicantinos nacen con un «capital» bajo el brazo y b) que no se puede entender la historia de sus ideas si no entendemos también la historia económica de sus ciudades. Por esa razón, he elegido el siguiente fragmento a modo introductorio (pp. 401-402):

Imagen extraída del libro “La España de la Ilustración (1700-1833)” de Jean-Pierre Almaric y Lucienne Domergue

Al iniciarse el siglo XVIII la ciudad se encuentra bajo los efectos de una catástrofe bélica que vivió como protagonista, donde el asedio de 1708 y 1709 fue el colofón de un ciclo iniciado en 1691 con el bombardeo de la ciudad por la escuadra francesa del Conde D’Estres. El fin del ciclo dejó una ciudad semidestruida, una población dispersa, un ejército de ocupación y, por último, una administración castellana que impone modos novedosos, sobre todo en materia fiscal. Hasta la década de los cuarenta se vive una fase de recuperación, reflejada en un avance de las fuerzas productivas. Las señales que jalonan esta recuperación son: el crecimiento demográfico, las bases de unas nuevas relaciones comerciales vía marítima y con Castilla, la recuperación del regadío y nuevas roturaciones. (…) La situación marítima favorece los intercambios y a su impulso el cultivo de la vid se expansiona. La recuperación agraria viene marcada por dos hechos que denotan su alcance: en 1737, el pantano de Tibi, inutilizado por una rotura en 1697, vuelve a embalsar agua (…). El segundo hecho es el fuerte impulso que recibe la producción vinícola, que conoce una tasa anual del 1,3% entre 1711 y 1739, y de las exportaciones, que pasan de los 4.775 cántaros embarcados en 1711 a los 53.375 cántaros exportados en 1727. La vida rural alicantina, productora de artículos comercializables como el vino, la almendra o la barrilla, comienza a inscribirse en los dominios del comercio internacional.