- MOLINA MARTÍNEZ, José Luis. Anticlericalismo y literatura en el siglo XIX. Murcia: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1998. ISBN: 84-8371-041-2.
Hablar de la Ilustración es hablar, en parte, de anticlericalismo y de laicismo. La liberación de la persona no pasa solamente por la superación de las monarquías absolutas, sino también por la liberación de los poderes despóticos de la Iglesia. No se trata de renunciar a los dogmas centrales del cristianismo libremente aceptados (que también, dado el caso), sino de renunciar al autoritarismo religioso, esto es, a la elitización y estatalización de la religión que se viene produciendo, al menos, desde el neolítico. Hasta aquí, desde luego, la teoría del anticlericalismo. En la práctica, este sirvió muchas veces de disfraz y de coartada a aquellos que, en el fondo, iban detrás de más poder y de más riqueza. En nombre del individuo y de la libertad, le arrebataron gran parte de su poder y de sus propiedades a la Iglesia («quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón») para dárselo después al Estado y al Capital, es decir, a ellos mismos. No otra cosa fue, en esencia, la desamortización de los bienes eclesiásticos.
El libro de José Luis Molina que encabeza este post y que da pie a esta reflexión personal, repasa la historia de la literatura anticlerical decimonónica en España, entendiendo «literatura» en sentido amplio. Véase, a modo de introducción, su índice y algunas páginas de acceso libre. Por buscarle algún defecto, podría decirse que aunque es un libro introductorio y recopilador de gran utilidad, a veces se le echa en falta un lenguaje más fluido y menos esquemático.
En cualquier caso, reproduzco un pequeño fragmento sobre el alicantino y anticlerical Antonio Bernabeu, de quien no sabemos tanto como nos gustaría (pp. 93-94):
Antes y después del Trienio [1820-1823] es importante la actividad del alicantino Antonio Bernabeu (1761-1825), clérigo jansenista (…). «Bernabeu fue anticlerical en cuanto preconizó la reducción de la esfera de la influencia eclesiástica a los asuntos específicamente espirituales» y porque quiso efectuar una reforma en la Iglesia española que «confluía en la laicización de la sociedad» (La Parra, 1984, 124). Pensamos que la continuidad de esta idea hubiera permitido plasmar en la realidad un catolicismo liberal.