Las fiestas patronales siempre son una fecha destacada dentro de una localidad, son si cabe, el momento festivo más esperado de un municipio. El entusiasmo festivo no es propio de nuestro tiempo, ya, como veremos en el siguiente artículo, estaba presente en el Monóvar del siglo XVII. Como referencia vamos a tomar el artículo relativo a este tema analizado por Marcial Poveda Peñataro, y presente en el Manual de Consells del segle XVII (1660-1689).
Las reuniones concejiles, como actualmente, eran el punto de inicio para el proyecto festivo. Según un documento del 5 de julio de 1687 se reunió el Concejo de la Villa aprobando celebrar las Fiestas en honor a Santa Catalina (patrona por aquel entonces de la localidad), San Juan Bautista Evangelista, San Roque, San Gregorio y otros Santos de devoción en la villa. Un particularismo de ese año fue la presencia de una plaga de langosta, por ello con motivo de dicha catástrofe el Jurado Mayor, declaró que las fiestas se realizarían en motivo de nuestro señor que por mediación de los santos, aplaque su ira en la plaga de langosta.
Una particularidad de las festividades locales era que su desarrollo, e incluso, grandilocuencia dependía directamente del dinero que el Concejo recaudase de los vecinos a través de sus oficiales en función de donaciones. En este sentido, Manual de Consells hace referencia a que la reunión concejil de 1687 acordó que se hiciese una colecta entre los vecinos para ayudar a los gastos, y si se recogiesen los suficientes, el Concejo ayudaría con 50 libras (…), si la colecta fuese poca resultaría la Fiesta sin lucimiento y no se haría.
Cada familia, en función de sus condición, clase y situación aporta lo que cree oportuno. Esta aportación no se limitaba simplemente a un desembolso dinerario, ya que se constatan los desembolsos de materias en especie, especialmente: trigo y cebada. En el caso del ejemplo analizado, las Fiestas patronales de 1687, la colecta entre los vecinos fue atendida con gusto y generosidad, lo que propicio un proyecto festivo importante. Tal y como muestra la partida desglosada en la documentación del año estudiado, las fiestas se componían de múltiples actividades: lanzamientos de fuegos artificiales, disparos con arcabuces para emplearlos en la Fiesta del Alardo (un simulacro de combate entre moros y cristianos); corridas de toros, gastos de músicos, distribución de cirios para la procesión etc.
Pese a todo, el momento más solemne de todas las festividades patronales era especialmente la procesión en honor a la patrona y las grandes funciones religiosas realizadas en la Iglesia y amparadas por los predicadores. Ese interés y devoción, no era más que la demostración de los sentimientos religiosos tan arraigados en aquel entonces.