Cerdá y Rico, el erudito de Castalla

Erudito no es, a mi juicio, un sinónimo exacto de ilustrado, aunque no hay duda de que ambos conceptos están relacionados. Francisco Cerdá y Rico (1739-1800) no fue un ilustrado a lo Rousseau. No destacó por su pensamiento filosófico, político o científico, como se suele esperar de un ilustrado propiamente dicho. Fue más bien un humanista, un historiador, un latinista, un paleógrafo, en fin, un hombre de letras, mas no un revolucionario. Pero su labor como editor de libros, amén de otras labores, no fue menos importante que la labor de esos otros intelectuales. La cultura con mayúsculas, cimiento necesario de cualquier revolución (tanto interior como exterior) merecedora de tal nombre, se debe nutrir también de la poesía y de la literatura, no solo porque proporcionen por sí mismas experiencias que no se encuentran en otros lugares, sino también porque tienden a hacer a las personas más sensibles y reflexivas.

En el libro Humanismo y crítica histórica en los ilustrados alicantinos de Antonio Mestre, libro que primero fue charla inaugural del curso 1980-1981 de la Universidad de Alicante, se evidencia ese gran interés que el alicantino tuvo por tales materias de estudio (p. 147):

Cerdá no era hombre que centrara su atención en una sola actividad intelectual. Se le ve siempre atosigado por múltiples trabajos, pues, al mismo tiempo que busca manuscritos, coteja y corrige textos de varios autores, redacta prólogos, corrige pruebas de imprenta… Así, mientras publica las obras de Lope de Vega (1776-1779) con la enorme fatiga de comparar los diversos textos conservados y corrige las pruebas de veintiún volúmenes, edita Expedición de los catalanes de Moncada, Memorias de Alfonso X el Sabio de Mondéjar, La Mosquea de Villaviciosa, Nueva idea de la tragedia antigua de González de Salas, Diana enamorada de Gil Polo, Ocios del conde Bernardino de Rebolledo, Coplas de don Jorge Manrique … con las glosas en verso, Tablas poéticas y Tablas filológicas de Cascales