Miguel Fernández-Braso

El 18 de diciembre de 1968 un joven escritor subió por las floridas cuestas de Vallvidrera para encontrarse con una estimada amiga. Faltaba un año para que esa amiga viera publicada su quinta novela, La madama. Así, en un apacible atardecer rojo invernal el joven escritor, periodista, editor y futuro galerista se sentó a tomar un whisky en el salón de la casa de su querida amiga Concha Alós. Miguel Fernández-Braso deseaba entrevistar a su colega De escritor a escritor. Este es el título del libro, publicado en 1970 poco después de La madama, donde Miguel Fernández-Braso transcribe las conversaciones mantenidas con otros escritores desde Gabriel García Márquez a Juan Benet, pasando por Baltasar Porcel, Max Aub, Carlos Barral, Ángel María de Lera, José Luis Castillo-Puche, el poeta Ángel González o la narradora de cuentos infantiles y traductora Carmen Bravo-Villasante.

La entrevista con su amiga transcurre relajadamente porque, en realidad, no es una entrevista al uso, es una charla distendida entre amigos donde se cuelan impresiones de escritores. La intención de Miguel Fernández-Braso es entrar en la «íntima geografía» de su amiga, desea «inflar los pulmones de la curiosidad en su atmósfera vital» (1970: 137). Sentados en ese salón con vistas a la neblina del atardecer que va palideciendo los rojos, el joven escritor adivina que es entre las montañas y las brumas del entorno privilegiado de Vallvidrera donde Concha Alós encuentra «el reposo necesario para la creación». Miguel Fernández-Braso bromea, un poco medio en serio: «Aquí no se puede escribir mal» y «Concha sonríe» (1970:138). El amigo hace alusión al ineludible asunto del premio Planeta de 1962 y, después, el definitivo de 1964. Ella admite serena: «Planeta lanzó mi nombre y mi obra al mundo literario, a las librerías, al público. […] Si mi obra se sostiene, será por ella misma» (1970: 138). Estas palabras coinciden con las reproducidas en otra entrevista del 14 de mayo de 1965 en el Diario de Burgos realizada también por Miguel Fernández-Braso que, por entonces, firmaba como Miguel Fernández.

A la pregunta: «¿Qué quisiera aportar a la novela española?», Concha Alós responde:

No sé…  No me he planteado el problema de esta manera. La novela española así, como si fuera la producción de cereales y cítricos, no me dice nada. Sé lo que pretendo con mi obra, con cada una de mis novelas. Dentro de algún tiempo, críticos e historiadores, si quieren, ya me relacionarán con esto de la novela española. Sí, mi propósito es escribir novela testimonio: ser testigo del tiempo que me toca vivir, reflejar personas y hechos vivos, deshacer, dentro de mis posibilidades, los mitos impuestos, aceptados soñolientamente o por convivencia, decir la verdad (1970: 139).

Luego hablan de La madama, del mucho trabajo que le ha llevado escribirla y con la que se ha fijado mucho más en la técnica narrativa que en sus anteriores novelas. Concha Alós piensa que el escritor es como la tierra: «necesita abono para producir fruto fresco y jugoso». Miguel Fernández-Braso le da la razón y afea las palabras proferidas por Francisco Umbral en La Estafeta Literaria el 1 de octubre de ese 1968, donde afirma sin contemplaciones que «Concha Alós, nombre intermedio, no parece ya a la altura de su eclosión: esperemos» (p. 39). Así, Miguel Fernández-Braso defiende, desdiciendo al colega Umbral, que Concha Alós «es de las escritoras que avanzan con paso firme, porque se ha planteado, de manera humilde y honda, su labor» (1970: 140). Concha Alós se limita a opinar que:

Posiblemente escribo mejor ahora que años atrás. El oficio de escribir, como todos los oficios, se consigue trabajando. Pero no es fácil. Cada vez que me enfrento con un nuevo tema, con el propósito de novelarlo, encuentro dificultades, tantas dudas, que a veces llego a pensar si no habré aprendido nada. […] Palabras, ideas, personajes, todo se desborda, se amontona. El trabajo está en limar, concretar, decir escuetamente, sobriamente, cortar. Es difícil, muy difícil (1970: 141).

Miguel Fernández-Braso concluye con varias ideas sobre su amiga y colega de letras: la primera que «la prosa de Concha Alós tiene temperatura humana, escozor dramático, temblor poético»; la segunda que sin buscar «grandes pretensiones ideológicas […] en cada página hay fuertemente abrazado como un eco de nuestros sentimientos», son palabras dichas «al oído del corazón» para que «retumben en la bóveda del alma» y la tercera es que Concha Alós se alza como «una mujer estudiosa de todo lo que estimula y aprieta el corazón del hombre»; «es humanidad hecha palabra» (1970: 141-42).

Gracias, Don Miguel por este retrato tan certero de nuestra querida escritora. Desde el ámbito investigador se confirma cada una de estas delicadas impresiones, descritas con tanto mimo y admiración.

La lectura de la conversación entre Miguel Fernández-Braso y Concha Alós reproducida en De escritor a escritor me ha permitido asomarme a un pedacito más de la vida de Concha Alós y me ha servido para reafirmarme en mi valoración sobre su obra: tan respetada y admirada por mí. Arrobada por la curiosidad y el afán investigador, trato de repetir la aventura de aquella entrevista. Pero, esta vez, cambiando Vallvidrera por la calle Villanueva de Madrid, donde se encuentra la Galería de Arte Fernández-Braso, hija de un proyecto embrionario desde que en 1971 el escritor y editor decidiera abrir la librería Rayuela junto a Carmen Muro, situada en la calle Tutor. Poco a poco, según informa la web de la galería, «los cuadros fueron ocupando más espacio e interés» que los libros. En Rayuela se dio a conocer la obra de Antonio Tàpies, Alberto Corazón, Rafael Canogar, Antonio Saura o Manolo Millares. La librería daría paso a la galería Rayuela en la calle Claudio Coello dirigida por Carmen Muro. En estos años, entre 1971 y 1980 fecha en la que Miguel Fernández-Braso crea la galería Juan Gris, el escritor se hace cargo de la editorial Guadalimar que también contaría con una revista especializada en arte con el mismo nombre. Rayuela formaría parte de la primera edición de la feria de arte contemporáneo ARCO de Madrid. No sería hasta 2011 cuando las galerías Rayuela y Juan Gris se unirían «en un espacio más amplio y adaptado a las nuevas necesidades expositivas» en la calle Villanueva.

El pasado 13 de octubre tuve el placer de visitar la galería y conocer personalmente a Miguel Fernández-Braso, tras varias llamadas telefónicas con conversaciones breves, pero muy interesantes. Llevo un par de días en Madrid. He de aprovechar al máximo mi estancia en la capital. Las visitas al Archivo General de la Administración me llevan tres días, otra consulta al Archivo Histórico de Defensa me ocupa la mañana del viernes. Ese viernes 13. En mi feliz cálculo por abarcar y concentrar al máximo las tareas, me comprometo a consultar el sumarísimo y llegar a una hora decente −las once y media, Don Miguel tiene que marcharse antes de la una− a la galería en tiempo récord. Spoiler: llego tarde, como una hora después de lo convenido. Mal. Muy mal. Me siento avergonzada. Menuda primera impresión. Encima, la gracia del retraso me resta tiempo de entrevista.

Llego apurada y sudada (he tenido que hacer un trasbordo en las líneas de metro que, para colmo, hago mal: pudiendo escoger un itinerario corto, me voy por el largo). No puede ir peor. Oigo mi rigor investigador perderse con la descarga de agua de cualquier cisterna. Pero contra todo pronóstico, abro la puerta de la galería y allí me espera el célebre escritor, editor y galerista sentado en su despacho. Un lugar apacible con sillones de terciopelo y muchos, muchos libros por todas partes: el lugar de mis sueños. Poco me importa, si afuera, el cielo está palideciendo los azules brillantes de la luz solar. Esperaba, por mi desconsideración ante la tardanza, ser recibida con algún gesto de contrariedad, algún comentario hostil, algo… Nada. Miguel Fernández-Braso me decida una gentil sonrisa y me extiende una mano amable que me dice con su cálido gesto: Tranquila, ya has llegado.

Me invita a sentarme en esos cómodos sofás de suave terciopelo. Con el apuro de las carreras por el metro, por un momento, olvido todo lo que quería decirle, preguntarle… Pero nuevamente, la mirada de Don Miguel me calma, me pone en su sitio y, sin más, comenzamos a hablar de nuestro nexo común: Concha Alós.

Obviamente, la conversación no se dilata demasiado. Pero los escasos veinticinco minutos que puede dedicarme son extremadamente hermosos y sustanciales. Me cuenta muchas cosas sobre Concha Alós, unas ya las sabía, otras no. Me confirma o desmiente ciertas informaciones que yo tengo que ir completando para el desarrollo de mi tesis doctoral. Miguel Fernández-Braso me cuenta que también él fue amigo de Concha Ibáñez y que compartía su pasión por el arte pictórico con Concha Alós. Se conocieron en un contexto formal en torno a 1962, cuando el joven escritor colaboraba en cabeceras como Pueblo, ABC o el citado Diario de Burgos. De aquellos encuentros formales fue surgiendo una amistad profunda entre él y el binomio Alós-Porcel. Le agradezco enormemente su tiempo y su paciencia. Quedamos en seguir hablando a través de WhatsApp. Me da la enhorabuena por mi entusiasmo y mi admiración sincera por nuestra novelista… De aquel encuentro del pasado 13 de octubre en la galería de la calle Villanueva puedo revelar la anécdota que me contó de Concha Alós cuando una noche, al volver a Vallvidrera en coche, en una de las oscuras cuestas vio a una mujer con un niño pequeño aferrándose a un chal deshilachado para cubrirse del helado viento de aquellas montañas. Ella pidió a Baltasar Porcel, que conducía atento a la carretera, que diera media vuelta. Tenían que ayudar a aquella mujer y a su niño. Así lo hizo Baltasar Porcel y ambos socorrieron a una mujer y a un niño que estaban en peligro de hipotermia. Esta historia me la contó Don Miguel tras preguntarle sobre la humanidad de la escritora que él describe en su entrevista del 18 de diciembre de 1968 y concluye: «Concha Alós desbordaba humanidad».

Pues sí. No puede tener más razón Miguel Fernández-Braso. Concha Alós era humana a rabiar y lo demostraba en cada palabra que salía de su pluma. Gracias, Don Miguel, por aquellos veinticinco minutos y por haberme hecho todavía «más humana» la figura de Concha Alós.

De sumarios y expedientes

La investigación sigue su curso. Lentamente. Gota a gota. Durante el ralentí del verano, he ido preparando una visita a los Archivos Generales de la Administración y de Defensa, sitos en Madrid, con el objetivo de consultar los expedientes de censura de las novelas de Concha Alós publicadas en la década de los sesenta, así como el sumario de su padre que fue represaliado durante la dictadura franquista.

Gracias a las conversaciones con Amparo Ayora del Olmo supe del ajusticiamiento del padre por parte del régimen. La hermana menor de Concha Alós corroboró este hecho en entrevistas realizadas en el domicilio de Amparo. Pero, claro, el testimonio oral debe ser revestido de datos objetivos, es decir, documentos oficiales que arrojen luz a las causas del encarcelamiento, de las fechas, del tiempo de condena… Disponer de esos detalles dan pista sobre la vida de Concha Alós cuya infancia transitó la dictadura de Primo de Rivera y la II República hasta el desenlace de la Guerra Civil, cuando era una mocita a punto de cumplir los diecisiete años. El final del conflicto bélico trajo consigo la muerte prematura de su madre y el castigo de su padre. Un padre, por otro lado, que decían las malas lenguas no biológico. Sin embargo, al margen de chismorreos, las sospechas se mantienen cuando se descubre en la partida de nacimiento de Concha Alós que Francisco Alós la reconoció ante notario tres meses después de haber nacido.

Los datos objetivos difícilmente podrán hablar sobre cómo asimiló Concha Alós esa nueva etapa de su vida, cómo se sintió; pero sí pueden aportarnos las claves del desarrollo de los acontecimientos y, a partir de ellos, inferir las cuestiones menos tangibles. Por eso, es importante consultar ese sumario porque los datos abren de manera fehaciente ventanas al pasado, ayudando a comprender mejor una circunstancia y, en definitiva, a entender mejor un modo de escribir como es el caso que me concierne.

El sumario descansa en el Archivo General e Histórico de Defensa cuya referencia, disponible en un Excel descargable en la web oficial de la Institución, me facilitó mi director de tesis, Juan A. Ríos Carratalá. La búsqueda en el archivo PARES (Portal de Archivos Españoles) no me dio buenos resultados y él, acostumbrado como está a la consulta de documentación sobre consejos de guerra, me encontró el dato. Me llamó un sábado por la tarde para darme la noticia. La investigación no conoce días de descanso.

Además del sumario, los expedientes de censura también son una parte vital del proceso de investigación sobre la literatura alosiana. El goteo del avance investigador ha ido postergando esta tarea esencial; sin embargo, he conseguido acotar un tiempo concreto para colmar este vacío en mi próximo viaje a Madrid. Son numerosas las cajas de consulta que me esperan en el AGA. Se permiten máximos de quince por día y tengo volumen para tres, contando con una velocidad de lectura y/o digitalización más que respetable. Vayan haciendo cálculos.

La investigación también me lleva, a veces, a toparme con puntos ciegos o callejones sin salida, al menos aparentes. Pues en un intento de saber más sobre el periodo de Concha Alós como funcionaria pública una vez conseguida su plaza de maestra en la isla de Mallorca, he buscado su expediente personal en el AGA y en el Archivo Central de Educación. En el Archivo General de la Administración, muy amablemente y sin que sirva de precedente, me facilitaron una copia digitalizada de dicho expediente que consta de un total de dieciocho folios. Los documentos que lo componen no suponen una novedad ni aportan datos distintos a los que ya barajaba porque son prácticamente los mismos que Joan Font Roig envió a Amparo Ayora del Olmo desde el Archivo Histórico de la Universidad de las Islas Baleares. El personal del Archivo Central de Educación me remitió al mismo expediente del AGA, pero con signatura diferente. El rigor investigador me obliga igualmente a consultarlo. Así que, seguiré insistiendo para poder verlo aprovechando mi visita a Alcalá de Henares el próximo mes de octubre.

La investigación sigue su curso. Lentamente. Gota a gota. El ralentí del verano abre un bostezo hacia la rutina, hacia la burocracia obligada a la hora de preparar este tipo de consultas que, aunque tediosas por la yincana administrativa, son tremendamente satisfactorias cuando se alcanzan los objetivos y, sobre todo, se rellenan los espacios en blanco de una vida tan azarosa e interesante como la de nuestra escritora Concha Alós.

La transferencia del arte

Concha Alós dejó la isla de Mallorca en 1960 para instalarse en Barcelona junto a Baltasar Porcel. Consiguieron un enclave privilegiado en Vallvidrera y, allí, comenzaron a forjar un círculo de amistades nutrido de las diferentes manifestaciones artísticas. Así, la literatura de ambos escritores entró en contacto con el arte pictórico de grandes figuras catalanas del momento. El libro biográfico sobre Baltasar Porcel de Sergio Vila-Sanjuán (2021) arroja algunas trazas al respecto.

El escritor y periodista expone en su monografía cómo la amistad con Miguel Lerín Seguí, un «agente de aduanas y coleccionista de arte» −no menciona nada sobre su pasión por el tenis y su labor destacada como juez-árbitro del Conde de Godó−, permitió a la pareja entrar en contacto con el arte. Miguel Lerín Seguí tenía una casa en Vallvidrera a la que apodaban «La Gordita» por su opulencia de espacios. «La Gordita» era el lugar de encuentro del ámbito intelectual que se deleitaba cada fin de semana con una paella sentados en el mirador de la residencia con vistas a la ciudad, según cuenta Sergio Vila-Sanjuán. En esas reuniones coincidían Concha Alós y Baltasar Porcel con artistas de la talla de Jacqueline Laurent o Jaume Pla. Sin embargo, pronto crecería una afinidad mayor entre ellos y el pintor Eduardo Arranz-Bravo y su esposa, Carmen Mestre. A los cuatro les gustaba Vallvidrera porque «ofrecía una forma de vivir más discreta», opina Arranz-Bravo. Pero no solo, al pintor le encantaban los atardeceres de Vallvidrera porque le parecían «un espectáculo prodigioso, vivo, tan repetido como inédito». En aquella altitud de vientos hinchados de «rojos alucinados», paleta de azules y nubes plateadas, «se creó un hilo de simpatía entre nosotros, entre su literatura y mi pintura», continúa el pintor. (cit. en Vila-Sanjuán, 2021: 49).

Además, añade: «En la intimidad teníamos un contacto muy fácil y natural, no íbamos de divinos. Nuestras carreras se fueron desplegando bastante paralelamente». De hecho, La Vanguardia del 17 de octubre de 1965, Juan Cortés reseñó la exposición de Arranz-Bravo en la Galería de Arte Syra donde se recogieron «treinta lienzos al óleo, una serie de guachas y dibujos en tinta china y la ilustración de tres textos de los cuales uno es una narración de Concha Alós, caligrafiada también por él»; así como otras cuatro ilustraciones «para un cuento de Baltasar Porcel» (p. 43). La amistad trajo inspiración y creatividad común. La transferencia en el arte se había hecho obra.

Detalle de una carta de Arranz-Bravo a Parcerisas, julio de 1968 COLECCIÓN FRANCESC PARCERISAS). La Vanguardia, 1-II-2021.

La exposición de la Galería Syra fue el inicio de aquella transmedialidad artística entre literatura y pintura. Se descubre de nuevo en La Vanguardia del 6 de octubre de 1968, la exposición de «El VII Salón Femenino de Arte Actual», ubicado en la Sala Municipal de Arte −«antigua capilla del Hospital de la Santa Cruz, […] contando con la colaboración del Ayuntamiento de Barcelona y la Diputación»− que reunió a ochenta expositoras. La junta directiva estuvo compuesta por la presidenta María Asunción Raventós, la secretaria Concepción Ibáñez, como relaciones públicas Mercedes de Prato y Claude Collet como tesorera. Además de otras vocales como Teresa Lázaro, María Josefa Colom, Caty Juan, Nuria Limona y Rosario Velasco. El nombre de Concha Alós aparece en la formación de patronato junto a Elisa Lamas, Amparo Ramírez de Cartagena, Montserrat Rogent, Roser Grau y Trinidad Sánchez Pacheco. Todas ellas de estimable protagonismo en las artes plásticas del ámbito catalán. El objetivo del evento era presentar un catálogo de nómina femenina a «la sección catalana A.E.C.A». La redacción del catálogo contó con el prólogo «del Doctor Castillo», acompañado de «un agudo escrito de Concha Alós glosando la incorporación femenina a la producción artística y dos notas biográficas, con sus correspondientes ilustraciones de las invitadas de honor» que fueron Maruja Mallo y la esmaltista barcelonesa Montserrat Mainar, continúa explicando el artículo del medio catalán (6-X-1968, p. 49).

Concha Alós continuó activamente en los círculos de exposiciones. Se hizo amiga de las pintoras Caty Juan y Concha Ibáñez. El 15 de noviembre de ese 1968, poco más de un mes tras El Salón Femenino de Arte, Caty Juan expuso su obra en la Sala Macarrón tal y como muestra el diario ABC. La nota de prensa reproduce las impresiones de Concha Alós sobre el arte de su colega: «Tiene razón Concha Alos: de sus cuadros se desprende una atmósfera armoniosa y tranquila, real» (p. 41). Dos años más tarde, Miguel Fernández Braso escribió para la cabecera madrileña sobre la exposición «El paisaje humano» de Concha Ibáñez el 27 de noviembre de 1970. Miguel Fernández Braso asegura que Concha Alós acompañó en todo momento a su tocaya y añade: «La popular novelista interpreta con gran lucidez los lienzos de esta enteriza pintora catalana» (p. 101). Por su parte, Julio Trenas reseñó la exposición en La Vanguardia el 30 de diciembre de ese mismo año, completando la información de Miguel Fernández Braso. La entradilla concreta que la exhibición tuvo lugar en el «Club Pueblo» y que Concha Alós prologó la misma con estas palabras: «estos cuadros respiran serenidad y miran de frente, sin desmelenamiento, toda la desnuda soledad del hombre» (p. 59).

Concha Ibáñez. Lanzarote, óleo sobre lienzo, 2001.

Tanto el trabajo de Sergio Vila-Sanjuán como la tesis doctoral de Noémie François, revelan a través de la epístola conservada de la escritora que la amistad con las pintoras mallorquina y barcelonesa, así como con el matrimonio Arranz-Bravo y Mestre se prolongó hasta más allá de la ruptura sentimental con Baltasar Porcel. La correspondencia entre la pareja durante el verano de 1970, mientras él estaba en París con María Àngels Roque, que se casaría con ella el 27 de julio de 1972, indica el ferviente interés de la escritora por el arte pictórico. En ausencia de Baltasar Porcel en ese último verano como compañeros, Concha Alós acudió con sus amigos a exposiciones de Joan Miró u otras exhibiciones como L’Arc en la Sala Rovira. Además, continuó celebrando cenas con el círculo del pintor catalán y planeando escapadas con sus amigas Concha Ibáñez y Emilia Xargay con motivo de la inauguración de la exposición Caraltó en Palamós. Sin embargo, Concha Alós no pudo reunirse con sus amigas en aquella ocasión porque, según cuenta en una carta del 5 de julio de 1970, la noche anterior cenó con otros amigos y bebió whisky: «como me pasa a veces, me hizo daño y pasé el sábado fastidiada; por eso no pude ir. Ya estoy bien» (en Vila-Sanjuán, 2021: 280).

La hemeroteca y las anécdotas rescatadas de la epístola reproducida por Sergio Vila-Sanjuán abren la ventana a un pasado efervescente de continuo trasvase creador entre la escritura de Concha Alós y los cuadros de sus amigos; pues Concha Alós tenía la habilidad de leer aquellas pinturas llenas de magnetismo y personalidad con la misma maestría con la que empuñaba su pluma. Ellos pintaban y ella narraba, pero a la inversa, ella pintaba sus narraciones y ellos escribían sus cuadros en gamas de colores.

La transferencia del arte no se limitó al ámbito catalán, traspasó fronteras. El holandés Adrian Stahlecker también formó parte del círculo de amistades de Concha Alós. La Vanguardia del 16 de mayo de 1965 descubre un retrato de Concha Alós pintado por el artista. La fotografía encabeza la reseña de una exposición del holandés en Barcelona que es tildada de «bravía tónica» (p. 51). Ese retrato hace inferir una amistad que todavía no ha sido explorada del todo. Por el momento, no se sabe cómo ni cuándo se conocieron Adrian Stahlecker y Concha Alós, el grado de complicidad entre ambos, si también acudía cada fin de semana a comer paella a «La Gordita»; cómo surgió la idea de pintar ese retrato, ¿fue por algún motivo concreto? ¿Simple inspiración? ¿Un regalo? La nota de prensa tampoco indica la fecha en la que el cuadro fue pintado. Tampoco aclara si formó parte de la exposición que tuvo lugar en Barcelona, pero ¿por qué lo elegiría La Vanguardia si no? La reseña concluye diciendo: «Muy digna de ser tenida en cuenta es también la penetración con que el artista arranca la psicología de las personas que retrata». Aquí se añade el recorte de prensa, la foto no tiene buena calidad, pero juzguen ustedes.

Sin respuestas claras ante la lluvia de interrogantes, las alosianas pensamos que la amistad entre Concha Alós y el holandés tuvo que ser firme porque por esas fechas (1964) Los enanos se tradujo al holandés por Mr. A. Schwartz, según aporta el dato Verónica Bernardini, bajo el título De Dwergen. La transferencia del arte no solo traspasó fronteras a nivel creativo e interpretativo, también sirvió para abrir el texto a más lectores. La transferencia del arte tiene muchas formas de manifestarse y Concha Alós supo estar en el momento adecuado con las personas adecuadas.

Se busca obra de teatro

Últimamente ando muy silenciosa por aquí. Las obligaciones investigadoras me tienen un tanto atada y recorto de donde puedo. Pero ha sido gracias a esta maratón de clasificación de referencias de hemeroteca, de artículos pendientes por leer, de escritura empedernida organizando datos y buscando la manera de redactarlos de forma inteligente y amena −toda una tarea− que me he encontrado con una pepita de oro enterrada bajo la montaña de notas de prensa. Se trata de una noticia breve y muy curiosa en el ABC del 16 de agosto de 1967, en su página 40. El escrito es apenas una columnilla que ocupa una décima parte de la hoja de periódico en la margen derecha. Pero hay que ver cuánta información puede ofrecer una cosa tan pequeña. La noticia, más abajo reproducida, cuenta, además de las maravillosas vacaciones de Concha Alós en las costas azules y blancas de Mahón, que la escritora está trabajando en su nueva novela, por fechas se sabe que se trata de La madama. Pero aporta un dato más, dice que: «Ha terminado su primera obra de teatro». Esta es la parte en la que me quedo muda, me rasco la cabeza y luego reacciono volviendo a repasar mis referencias por si se me hubiera traspapelado semejante pista importante. Pero no. No hay obra de teatro entre las más de cien referencias que suman sus colaboraciones de prensa, guiones de televisión… ¿Entonces?

Pregunto a mis Alosianas que se muestran igual de perplejas que yo. No tienen conocimiento de ninguna obra de teatro escrita por Concha Alós. Pero algo debe de haber, dudo que el simpático entrevistador mencione la referencia porque sí. Así que, a falta de tiempo para contaros cosas más interesantes de nuestra escritora, hoy soy yo la que envía la misiva S.O.S desde la playa náufraga en la que me encuentro. Como dicen en las películas de Western: se busca vivo o muerto, recompensa a convenir. Si alguien tiene conocimiento de esa obra de teatro, por favor, que se manifieste…

Recorte de la noticia. ABC 16-VIII-1967, p. 40

 

La noche del Planeta

Cada 15 de octubre desde 1952, día de Santa Teresa y en honor a la esposa de José Manuel de Lara cuyo nombre coincide con la onomástica, la editorial Planeta brinda su cotizado (y codiciado) premio literario. La noche del señalado 15 de octubre de 1962, paseaba nerviosa por el hall del Hotel Ritz una misteriosa mujer vestida de negro con moño alto y gafas de pasta. Esa mujer se llamaba Concha Alós y había presentado un manuscrito que, contra todo pronóstico, iba pasando las fases de votación del jurado. Ese manuscrito llevaba por título El sol y las bestias y fue el vencedor de la noche.

Concha Alós recibe la noticia de su premio. Foto ABC y La Vanguardia.

Concha Alós sonreía radiante. Los focos de la prensa la apuntaban a ella. Su ansiado premio literario por el que tanto había luchado por fin se ha materializado. Ese premio significaba su consagración como escritora, la entrada en el parnaso de las letras españolas. Pero como en todos los cuentos, siempre aparece un villano para pifiarlo todo. El villano en cuestión era un señor sin atributos de malvado como cuernos, garras o colmillos, solo disponía de su poblado bigote. Esos pelillos se movieron contundentes cuando la boca portadora del sujeto profirió en mitad de la sala que esa novela estaba comprometida con la editorial a la que él prestaba fiel colaboración bajo el título Los enanos (Plaza & Janés). Ese señor de bigote espeso se llamaba Tomás Salvador y acusó a De Lara de entregar el premio a la novela para beneficiarse del escándalo. El señor De Lara se rio a carcajadas. Estaba tranquilo y se tomó el agravio con humor. Dijo que no quería problemas y la obra fue descalificada automáticamente en pro del finalista Ángel Vázquez con Se enciende y se apaga una luz. Lo curioso del asunto es que quien realmente se benefició del escándalo fue precisamente el señor Salvador quien publicitaba la flamante novela editada bajo su sello, aludiendo a la polémica del Planeta (véase la hemeroteca de La Vanguardia).

Hasta aquí creo que no he contado nada nuevo. Como diría una amiga: «No he descubierto el agua tibia», me gusta esa expresión. El caso es que, lógicamente, el asunto del Planeta marcó un antes y un después en la vida de Concha Alós, pero no solo para ella, también para Ángel Vázquez que a ambos les perseguiría en adelante como una segunda piel el estigma del Planeta fallido. En 1977 hubo otro escándalo en Planeta, una disputa entre Jorge Semprún y Manuel Barrio con una acusación de sobornos y favoritismos. Pero esa es otra historia. Lo importante de todo esto es que a Concha Alós el escándalo le allanó el camino literario para saltar a la palestra del reconocimiento. En otras palabras, la propaganda de la polémica la catapultó a la fama y al mundo literario de lleno.

Parece que no ando muy fina porque no salgo de las obviedades. Tomás Salvador y su bigote amenazaron bravucones en la ceremonia XI del Planeta con que irían a los tribunales si el señor De Lara se empeñaba en publicar la obra. De Lara impasible. Dijo algo así como: «No voy a permitir que nada de eso ocurra». En efecto, la sangre no llegó al río como dicen en mi pueblo. Rápidamente se llegó a un acuerdo entre las editoriales y la autora volvió a salir beneficiada, ya que cobraría la misma cantidad del Planeta solo que siendo premio literario de Selecciones de lengua española de Plaza & Janés.

Los días posteriores a la entrega del premio medios como ABC y La Vanguardia aludían a la noticia literaria del año. Cuando Tomás Salvador delató a Concha Alós, por supuesto, las miradas se centraron en ella pidiendo explicaciones. Ella fue tajante y se defendió argumentando que fueron ellos los primeros en incumplir el contrato. Hacía meses que esperaba ver su obra publicada tal y como le habían prometido los editores de Plaza & Janés, pero el tiempo pasaba y la novela continuaba en el cajón. Concha Alós le contó a Fermín Rodríguez que ella presentó la obra al concurso mensual de Selecciones de lengua española. Con la entrega firmó un recibo en el que se especificaba que la narración quedaba sujeta por un año al sello editorial. Sin embargo, a los tres meses Tomás Salvador le comunicó que no pensaba publicar la novela por considerarla «de tendencias socialistas». Le devolvió dos ejemplares de las tres copias que Concha Alós había entregado en un principio bajo el pretexto de que la tercera no la encontraba y que probara «suerte en otra editorial». Creo que el resto de la historia ya se puede figurar. De hecho, el propio Lara confesó en entrevistas concedidas tras el bombazo que Salvador le dijo personalmente antes de la ceremonia de los premios que no tenía ninguna intención de publicar la novela (ABC, 19-X-1962, p. 45).

Este cuento, aun con villano y todo, acaba bien. Tomás Salvador corrigió su mal ojo inicial y consiguió varias tiradas exitosas de Los enanos, José Manuel Lara no vio perjudicado el prestigio de su premio literario, más al contrario, y nuestra querida Concha Alós obtuvo lo que quiso: convertirse en escritora de ley y entrar en los circuitos culturales.

Concha Alós creía tanto en su trabajo que la llevó a luchar con todas las estrategias posibles a su alcance, es decir, no se rindió ante la negativa de Plaza & Janés y presentó su novela a más concursos literarios. Probó suerte en el Nadal que únicamente consiguió pasar la primera ronda de selección (ABC, 7-I-1962, p. 75-6), también tocó la puerta al Ciudad de Palma en el cual llegó a ser finalista… y no conforme, no paró hasta conseguir el campanazo de la noche mágica de Santa Teresa.

La perseverancia de Concha Alós es un hito a seguir. El éxito de Los enanos no mermó su empeño de trabajar duro. Pues dos años después cayó el Planeta, esta vez sin escándalos ni sorpresas, y en 1967 consiguió su premio de Guiones de Televisión Española. Y así hasta hoy que todavía gozamos de su escritura, de su sensibilidad y de su rabia con la pluma.

José Manuel Lara (c) y el escritor Sebastián Juan Arbó (d), premio Planeta 1949, con Concha Alós. Foto: EFE/CARLOS PÉREZ DE ROZAS en Castellón Plaza.

La reedición de La Navaja Suiza en 2021 fue seleccionada por La Sexta en su sección «Ahora qué leo».

La providencia

Fermín Rodríguez cuenta en su estudio que en las conversaciones mantenidas con Concha Alós durante el agosto de 1972 escucharla hablar era «como leer sus novelas» (1985: 23). Qué gran privilegiado este Fermín. En mi determinación por descifrar ese mundo alosiano y llegar a las capas más profundas de su pensamiento ⸺con esto me refiero a su posición frente a la vida, a su sistema axiológico⸺, me apoyo en la ecocrítica y en el ecofeminismo. Sin embargo, cuando uno se sumerge en los textos de Concha Alós, se enfrenta a unos planteamientos filosóficos que esconden aristas que van más allá de la condena al patriarcado o al capitalismo aniquilador.

Los valores subrayados por Concha Alós en sus textos tienen que ver con la autenticidad humana, concepto que se aproxima a lo que ella entiende por libertad y dignidad, con la comunión con el otro sin intermediarios celestiales, solo a través de la empatía sincera, la comunicación y el amor ⸺en su sentido más radical, no en su definición romántica o manida que se tiene de⸺: «Rechazo todos los valores establecidos, creo en el amor, en ser libre» le dijo a Fermín Rodríguez (1985: 169). Para Concha Alós, nuestro modelo de sociedad nos aleja de todos esos ideales, nos impide la comunicación, el amor y, por tanto, se forjan individuos aislados, alienados y ya ni hablemos de la autenticidad, de la libertad o de la dignidad.

Y, así, llegamos hasta el espinoso tema de la religión, la idea de Dios, la providencia. Es recurrente encontrar en las novelas de la escritora una postura crítica hacia los preceptos religiosos, a lo dogmático establecido por la cultura occidental y católica, sobre todo, en tiempos densos como el franquismo. Concha Alós rechaza esas ideas, lo normativo, lo hegemónico:

De dios tenemos noticias indirectas, a través de la religión únicamente, y el catolicismo hace sentir esta presencia indirecta en forma negativa, con prohibiciones de carácter moral que limitan al individuo y con el miedo como acicate para el cumplimiento de las obligaciones que la misma iglesia impone. Estas prohibiciones, este miedo —aprendido en la niñez—forman parte de la persona y contribuyen a la infelicidad del ser humano. Y no sirve decirse que todo es una trampa para mantener en pie la sociedad (Fermín Rodríguez, 1985: 119).

La idea de Dios en las novelas de Concha Alós es una falacia, una figura ausente e indiferente con los problemas humanos. Algunos personajes lo buscan a través de la intelectualidad como Archibald en Las hogueras (1964), otros mediante el amor como María en Los enanos (1962), otros gracias a la realización personal como Cristina en Los cien pájaros (1963) e, incluso, desde la identidad propia como Electra de Os habla Electra (1975). Pero que su idea de Dios no se parezca a ninguno de los adorados por las religiones existentes, no significa que ella no tuviera una creencia propia sobre el tema:

¿Cómo? No, no he descartado la idea de Dios. Tengo mi Dios particular, aunque no practique ningún credo. Creo que lo real está mucho más allá de lo que vemos, igual que piensan los salvajes. Y lo mismo que Kammerer, Freud, en parte, y, sobre todo, Jung; pienso que el azar puede convertirse en una fuente de revelaciones tanto en lo científico como en lo sobrenatural. Por eso no me repugnan ni la química, ni las brujas, ni los espiritistas, ni el Tarot. Muy al contrario (Roberto Saladrigas, 1972: 34).

Con esto presente, nos preguntamos entonces, ¿qué es la providencia para Concha Alós? En una palabra, el azar. En versión extendida: una concepción que tiene muchas caras, pero ninguna definida, algo todavía por descubrir, que no responde a una entidad concreta. Su percepción de lo real como algo no dado totalmente o algo incompleto invita a pensar en un planteamiento mágico de la vida en el que no se cierra a nada para buscar posibles respuestas desde distintos ángulos. Así lo expresa en una entrevista para Ana María Moix:

Me interesa mucho todo lo relacionado con el mundo ultrasensorial, es decir, no sólo me interesa, sino que creo en hechos pertenecientes a este ámbito inexplorado. Si científicamente el azar provoca revelaciones y descubrimientos, ¿por qué no creer en otros hechos producidor por el azar en otros terrenos? ¿Por qué negamos lo que no vemos si vemos tan poco? ¿Los horóscopos? Creería en un estudio bien hecho, en el horóscopo divulgador que sale en la prensa no, no creo. En cambio, he tenido experiencias sorprendentes con echadoras de cartas, y sí creo, repito en un mundo ultrasensorial (1974: 15).

Parece evidente que el mundo alosiano está plagado de mucha inquietud y curiosidad. La «imaginación desbordante» de la autora, junto con su extrema sensibilidad ante una realidad claustrofóbica e injusta que apenas entendía, la llevó a concebir un mundo más allá de lo tangible: «Todo, el mundo, la vida, mis sentimientos, poseían una intensidad rara que yo quería explicar, pero no sabía cómo ni a quién» (Roberto Saladrigas, 1972: 34). Por fuerza debía haber algo más. La realidad no podía limitarse a eso. Concha Alós no se conformó con lo dado y buscó en otro lugar para concebir su idea de Dios. Ese lugar por antonomasia fue la escritura. La providencia en estos términos tiene más que ver con la capacidad humana de abrir la mente y percibir su mundo circundante, entenderlo en todo su esplendor y crudeza. El azar, ese algo fortuito, no es más que una válvula de escape que acerca a la verdad, a lo auténtico. Es el ente libre que conecta al ser humano con el otro lado del espejo, con su existencia errante y casual bajo un cielo con estrellas, pero sin Dios.

Foto: Colita. Disponible online en el Arxiu Nacional de Catalunya. Signatura: ANC 790582_7

 

La escritora de la vida misma

Tras la euforia alosiana, fue necesario volver a la calma investigadora de despacho y flor blanca en jarrón minimalista. A decir verdad, sobre mi escritorio hay libros y papeles desordenados, ni rastro de esa flor, pero me gusta pensar que está en algún lugar mirándome inquisidora porque no le doy a la tecla. Pero la flor debe de entender que mi corazón ha estado lejos estos días, en concreto, en Calafell merendando fruta con Concha Alós.

Sí, llegué una calurosa tarde a su modesto apartamento de la costa tarraconense, el aire estaba apretado con el fuerte olor a glicinas y buganvillas, escandalosamente moradas y mirando descaradas al sol que todavía apuntaba alto aquellas horas. «Pero, ¡pasa! Que te vas a achicharrar…» me dice Concha Alós en cuanto me ve aparecer con la cara embotada. «Gracias, gracias» musito tímidamente mientras paso y me quito el bolso del hombro. Ella lleva el bañador puesto y una toalla liada sobre la cintura a modo de falda, «¿Quieres bajar a la playa? Hace un calor horrible». La miro. No he traído traje de baño. No le digo nada, pero ella adivina. «¡Anda! Coge lo que quieras de ese cajón, seguro que te encaja algo». Me encaja. Bajamos a la playa. La arena está caliente y se pega en la planta de los pies. Concha Alós ríe, no me espera y se mete al agua como una posesa. Me salpica para que la acompañe. Dudo. Ella insiste y me lanza más agua. No me queda más remedio, me zambullo en la cresta de una ola rizada. La sensación tibia sobre la piel mojada es reconfortante, su risa me trasporta a un lugar remoto, seguro, feliz. Es agosto de 1972 y yo no he nacido todavía.

No sé por qué cada vez que leo el monográfico de Fermín Rodríguez (1985) y me detengo en la parte en la que él llega a su modesto apartamento de Calafell para entrevistarla, a mí me da una envidia tremenda y me imagino que soy yo la que está ahí con ella, compartiendo confidencias y comiendo fruta jugosa y madura cogida directamente de un enorme frutero hasta quedarnos con las manos pringosas, pegajosas, por el dulce néctar  y, después de la perorata de rigor, nos vamos a la playa a sentir la vida a través de los rayos de sol; porque las glicinas y las buganvillas crecen en sus textos, porque el salitre del Mediterráneo impregna cada una de sus historias; porque Concha Alós escribe a la vida, pese a la etiqueta de escritora oscura que pende sobre ella.

Fermín Rodríguez nos descubre que: «la palmaria sinceridad es uno de los componentes en el arte de Alós que da vida a su obra» y añade: «[salta a la vista] el carácter tan personal de la literatura de Alós, del deseo de expresar su propio mundo». Pero, ¿cómo es ese mundo? ¿Realmente es tan oscuro? Roberto Saladrigas en una entrevista con Concha Alós para la revista Destino en 1972 escribió: «Alós posee un mundo personal ancho y rico, de dimensiones inaprensibles que ella intenta ir desentrañando y explicarlo a través de su obra de creación para, al fin, explicarse a sí misma». ¿Y qué necesita explicar Concha Alós? No es tan sencillo:

[Mis escritos] son también vivencias mezcladas con gritos de protesta, con ideas que me han pasado por la cabeza, con invenciones y todas las fantasías que quieras. En un principio una intuye que posee un mundo peculiar que es como un globo que se hincha y se hincha, y que tenemos que echarlo fuera para que nos deje respirar y no nos ahogue. En ese intento, el de deshacernos del globo, o del propio universo, te debates como una mosca dentro de la urna, y de pronto te encuentras con media docena de novelas en la calle y con el globo incordiando todavía.

El globo de Concha Alós es un universo limitado por la misoginia franquista, no es de extrañar que «[opte] por el combate contra tantas injusticias […] más que inquietud parece sentir irritación» comenta Fermín Rodríguez en su estudio y ella misma le replicará a Antonio R. de las Heras para una entrevista en el ABC en 1970: «Creo, sin embargo, que la característica principal de mi obra es la actitud rebelde de mi literatura frente a unas estructuras sociopolíticas que considero injustas». Ya tenemos los ingredientes: rabia, impotencia y una pluma como única arma de lucha. ¿Quiere decir eso que su escritura sea oscura y no respire vida o ganas de pinchar el globo y salir volando? Yo creo que, justamente, al contrario.

Fermín Rodríguez destaca en su monográfico tres temas principales de la narrativa alosiana: el desamor, la soledad y, relacionada con ésta, la incomunicación. Sobre el desamor afirma que: «[es] más profundo y personal que alcanza la vida y las relaciones íntimas de los personajes». Antonio R. de las Heras la acusa directamente de destruir el amor: «El amor que hay en sus obras lo ha estrellado previamente contra el suelo y ha recogido sus trozos». Pero ella le desmiente rotunda:

No, no estoy de acuerdo. Usted dice que destruyo el amor, que lo dejo pulverizado. No, de ninguna manera. Para alguno de mis personajes el amor es más importante que la vida, que el sentido de la propia dignidad, más fuerte que cualquier otra cosa: María, en Los enanos, languidece y acaba muriendo porque no soporta la separación, que ella misma se ha impuesto con el ser amado; Cristina, la joven protagonista de Los cien pájaros, se hunde cuando la abandona su amante; solo un gran esfuerzo de voluntad y la esperanza de su maternidad la arrancan de la desesperación, dándole fuerzas para comenzar la lucha contra la hostilidad de una sociedad que la ahoga; Sibila de Las hogueras, arriesga su bienestar y una posición honorable para salvar al hombre que la ha estafado, pero al cual sigue amando; Manolo Causanilles de El caballo rojo, no se siente definitivamente derrotado, aunque su partido haya perdido la guerra, hasta que Nanín, su compañera, lo abandona para ponerse a salvo. Es entonces cuando queda despojado de todo deseo de lucha u honor y se deja prender sin oponer resistencia. Y podría citarle varios ejemplos más. ¿Cree usted que esto es pulverizar el amor? ¿Destruirlo? Yo diría que es dejarlo vivo y lacerante. Lo que sí podría usted decir es que el amor en mis novelas no es eterno, como en la literatura rosa y estimulante para jovencitas o soñadoras matronas.

Así es, el amor en Concha Alós es vivo y lacerante porque está anclado a lo humano y lo representa desnudo en la intemperie esperando a que alguien le dé cobijo y lo cubra con una manta. No se trata de destruirlo, sino de quitarle las capas de significaciones vacuas o convencionalismos. El amor también duele y es humano sentir dolor, forma parte de la vida.

Sobre la soledad y la incomunicación que reina en los personajes alosianos, Fermín Rodríguez dice que aparecen atrapados en «algo que no pueden controlar», es un algo «radical y terrible que [les] impide la comunicación [dejando] al descubierto la desgarrada alienación de los seres indefensos, la distancia insalvable y la separación que en una sociedad como la española surge entre generaciones, clases o personas de distinta sensibilidad». Noelia Adánez en su ensayo (2019) se muestra en la misma línea subrayando la desconfianza que domina las relaciones humanas que aparecen en las historias de Concha Alós. Dice: «En todas las novelas de Alós los personajes están sometidos a terribles conmociones» y habla también de su «descomposición moral». Pero cómo no va a ser así si como Adánez misma admite:

En tiempos de guerra y de represión los cuerpos no son meros accesorios, sino centrales en la configuración del pensamiento humano. Los personajes de sus historias arrastran la huella del frío, del hambre, del dolor físico y de toda suerte de privaciones. Sus novelas están llenas de referencias a lo fisiológico, a la sangre, al deseo, al aullido y a lo abyecto.

En un contexto tan descarnado como la posguerra donde la primera necesidad de vida es la supervivencia en la más absoluta hostilidad no hay espacio para la moralina o la empatía con el otro. Solo hay tiempo para observar al cuerpo y darle lo que pide. Por muy cruda que parezca esta realidad, no podemos catalogarla como oscura por poco que nos guste, también es otra cara de la vida y no se puede mirar hacia otro lado. Es necesario dejar constancia para intentar que eso no vuelva a ocurrir. Efectivamente, los personajes alosianos habitan escenarios atravesados por la desconfianza, aparecen aturdidos, desquiciados, desbordados, pero también hay luz en ellos, esperanzas de cambio y lucha por cambiar su realidad circundante, mucha lucha. Sin embargo, esta lucha no tiene por qué ser sinónimo de garantías de éxito, la vida no es siempre un cuento de hadas con un desenlace tranquilizador. Concha Alós dibuja un retrato honesto de la vida. Eso, a mi juicio, no es para nada oscuro, sino valiente y auténtico. La sinceridad palmaria que decía Fermín Rodríguez. La vida misma con todas sus caras, las amables y las no tanto.

Yo también escribo esta entrada desde las entrañas, la impotencia y la rebeldía ante una etiqueta que considero injusta ⸺en este momento siento que mi flor blanca, estirada y esmirriada en su jarrón feísimo e inútil, arquea las cejas con vehemencia⸺. La narrativa de Concha Alós puede parecer dura y dolorosamente llana, pero es que se trata de una escritura humana, muy humana, que busca grietas de luz para plasmar otro mundo posible y salir de ese globo asfixiante. El lector o lectora que se acerque a sus novelas y se zambulla en la ola rizada del mar de Concha Alós tendrá el privilegio de empaparse de vida. Como le dijo ella misma a Antonio R. de las Heras: «Quizá se fija usted excesivamente en lo de gris y cotidiano, al tiempo que olvida características acusadas y reconocidas en mi obra: la carga lírica; las frecuentes fugas hacia el humor inesperado […] el pueblo, el mar, el paisaje, cuentan tanto como un personaje; […] la acción transcurre paralela a una sinfonía de tiempo que se señala con la plenitud».

Bibliografía:

Adánez, Noelia. (2019). Vivir el tiempo. Mujeres e imaginación literaria. Barcelona: Edicions Bellaterra.

De las Heras, Antonio R. (5 marzo de 1970). «Escritores al habla. Concha Alós» en Diario ABC, 117.

Rodríguez, Fermín. (1985). Mujer y sociedad: la novelística de Concha Alós. Madrid: Orígenes.

Saladrigas, Roberto. (1972). «Monólogo con Concha Alós» en Destino, n.º 1817, 34.

 

Homenajes y vuelta a casa (parte II)

He necesitado tres días para asimilar todo lo vivido este fin de semana en Castellón. Los actos en honor a Concha Alós tuvieron lugar toda la semana desde su inauguración el pasado 20 de febrero en La Casa de los Caracoles: visionado de documental sobre la escritora por Ximo Roses; representación teatral de la mano de Virginia Lloret que dirigió con mimo a Concha Pascual (en el papel de Concha Alós), José Manuel Román, Virginia Fuertes, Raúl Fuertes y la propia Lloret que interpretaron fragmentos de El caballo rojo; recital a cargo de Sandra Ferró i Juan Carlos Cornelles, incluso, hubo una actuación de la coral Juan Ramón Herrero dirigida por Manuel Torada. Muy emotivo y solemne. La semana fue realmente magistral.

Las Alosianas nos reunimos el jueves por la tarde. Emocionadas, cansadas y un poco nerviosas pensando en la presión de nuestro encuentro oficial en La Casa de los Caracoles al día siguiente. No sé si esta entrada será capaz de hacer justicia y transmitir todo el calor y el apoyo recibidos y la conexión entre las Alosianas porque fue algo mágico. Sin aspavientos ni exageraciones.

El viernes 24 de febrero fue largo, pero grato. El día comenzó con la inhumación de los restos mortales de Concha Alós. Acordaos de lo que os conté en la entrada anterior de la primera parte. La música en directo de un violinista y un chelista nos envolvió con sus notas interpretando soberbiamente La dansa de la primavera de María del Mar Bonet, Que tinguem sort de Lluís Llach y unas piezas de la banda sonora de La vida es bella. El encargado del Cementerio San José de Castellón, Antonio Porcar, dedicó unas palabras respetuosas a la autora, a su familia, que esta vez sí pudo acompañarla en su segunda despedida, y a los amigos y curiosos que tuvieron la voluntad de asistir. En la primera parte, no incluí en los créditos de agradecimiento a Antonio Porcar. Muy mal, porque su labor en este homenaje fue más allá de gestionar el espacio de dónde serían ubicados los restos mortales en el camposanto. Porcar ha demostrado mimo, cariño y respeto a la figura de Concha Alós y es digno de mencionar. Contactó con Juan Cabeza para que se encargase de la escultura mortuoria, buscó el espacio más idóneo para que pudiera descansar definitivamente nuestra escritora y, desde luego, sus palabras fueron el broche final para tal delicada gestión. He aquí los resultados de ese trabajo meticuloso:

Fotografías de Noémie François

La alcaldesa de Castellón, Amparo Marco, solícita y atenta ofició todo el acto. Duró aproximadamente tres cuartos de hora. La verdad es que no puedo decir el tiempo exacto porque las Alosianas estábamos tan emocionadas que no mirábamos el reloj y solo teníamos ojos para nuestra autora. Fue muy impactante ver la caja chiquita y ocre que se introducía por manos anónimas y cuidadosas dentro de su columbario. Allí estás querida Concha, en tu lugar de infancia, en el lugar que te esperaba, en tu lugar. La lápida se selló con un ramillete de rosas rojas, flores blancas guardaban los pies de la tumba: María del Mar Bonet no te olvida. Nosotras tampoco. Estás muy presente con tu literatura, querida Concha. La música del chelo y el violín continúa sonando mientras nos abrazamos, nos hacemos fotos, sonreímos con los labios un tanto crispados por la emoción. A mí me tiemblan las manos. Quiero hacer un vídeo y mi móvil no responde. Concha desea una vez más la discreción. Aquí os dejo una pequeña muestra fotográfica que ha salido en los periódicos locales de Castellón como El Periòdic. Pongo los enlaces de Castelló 24 y Las Provincias, también de la página del Ayuntamiento y del Archivo Histórico de la Universidad de las Islas Baleares por Joan Font Roig que facilitó a Amparo Ayora el expediente de Magisterio de Concha Alós.

Fotografía Ayuntamiento de Castellón realizada por Daniel Soldevila.

Después, para reponer fuerzas y pensando en coger energías para el Encuentro de la tarde, las Alosianas fuimos hasta el puerto para comer un buen arroz del senyoret. Con la tripa llena y el ánimo caldeado, llegamos a La Casa de los Caracoles para probar micro y encender ordenadores. Todo a punto. Poco a poco, la sala se iba llenando. La gente iba ocupando sus butacas, nosotras desde el estrado veíamos caritas impacientes y sonrisas ansiosas. A las seis en punto, nuestra Alosiana original, Amparo Ayora del Olmo abrió el acto. Nos habló de la infancia de Concha Alós en un Castellón devastado por los bombardeos de la Guerra Civil, nos habló de su colegio, de su Instituto Ribalta, de sus vivencias en Castellón y de los lugares que ya no están como la calle del Agua, la Heladería Capri o el monito vestido de militar que rondaba por allí pidiendo comida a los clientes hasta que un invierno lo dejó tieso. Amparo Ayora comenzó su comunicación con un vídeo del No-Do [ 2′ 11”] en el que Concha Alós era galardonada con su premio Planeta en 1964 por Las hogueras y concluyó con una fotografía de una joven Alós con trencitas y mirada inocente que dedicaba a sus amiguitas antes de marcharse a Lorca.

Fotografía cedida por Isabel Gimeno Beser.

El reverso dice: “Para mis queridísimas amiguitas para que no me olviden. Conchita Alós”.

Tomó la palabra la siguiente Alosiana, Verónica Bernardini, que hizo un recorrido por la narrativa de Concha Alós y su transición desde un realismo social muy apegado a los «padres» como Camilo José Cela hasta emanciparse con una voz más experimental rompiendo el texto, incorporando monólogos interiores, contrapuntos, superposición de planos narrativos… Todo un recorrido de crecimiento personal y profesional muy vinculado a lo femenino y la búsqueda de identidad desde la figura de lo materno, elemento esquivo dentro de la cultura patriarcal. Así, Verónica Bernardini nos hizo ver de manera muy perspicaz cómo la novela Los cien pájaros comienza con esa ruptura del realismo social para ir adentrándose, poco a poco, en los avernos de la madre hasta culminar en sus tres últimas novelas: Os habla Electra, Argeo ha muerto, supongo y El asesino de los sueños.

Noémie François cogió el testigo alosiano para hablarnos de una faceta menos conocida (o trabajada) de Concha Alós: su producción periodística y su labor de guionista. Nuestra Alosiana deslumbró al público con sus descubrimientos, contándonos el compromiso social de la autora en sus más de ochenta artículos de opinión repartidos entre La Vanguardia, La Estafeta Literaria, Diario Femenino, Destino y Blanco y Negro (este último me faltó citarlo en una entrada anterior, pero el dato me era desconocido; para mí, la charla de Noémie François fue muy iluminadora también como investigadora en la materia alosiana). Sobre los guiones que ella ha podido consultar de forma inédita, nos habló de las curiosidades a la hora de adaptar un formato textual a otro visual y como, por ejemplo, en el caso de La caída, adaptación parcial de la novela Los enanos, el director Sergi Schaaff tomó elementos de la novela misma incorporándolos al guion saltándose el propio guion. También nos habló de la adaptación de La segunda carta que toma un personaje secundario y muy poco presente de Las hogueras para darle mayor representación en el formato televisivo.

La gente estaba expectante. Mostraban entusiasmo con todo lo que les contaban mis compañeras de mesa. Entre las tres ponencias habíamos consumido más de una hora, pero el público continuaba atentamente fiel. Llegó mi turno. Ahora sí que temblaban mis manos, no sabía si la voz me saldría del cuerpo, ⸺además, literalmente hablando porque unos días antes había padecido una afonía severa; una manera más técnica para decir que el resfriado me había dejado muda⸺.

Contra todo pronóstico, flui. Hablé y conseguí la empatía del público. No quería ser pesada. Viernes casi las ocho de la tarde. Un reto. Les conté mis pesquisas investigadoras y mis intenciones de vincular la narrativa de Concha Alós con la Ecocrítica o el Ecofeminismo. Dos conceptos teóricos un tanto arriesgados dado el acople cronológico, ya que las publicaciones de Concha Alós durante su segunda etapa en la década de los setenta coinciden con el surgimiento de la Ecocrítica de la mano de Cheryll Glotfelty, del mismo modo que el Ecofeminismo comienza a teorizarse por esas décadas también. Prometo entrada explicativa sobre este maremágnum. Lo importante en este momento es que presenté fragmentos de tres de sus cuentos (dos de Rey de gatos. Narraciones antropófagas y otro publicado en La Estafeta Literaria en 1972) y de mi adorada Os habla Electra. Traté de ilustrar con ejemplos lo que pretendía explicar acerca de la dominación y la opresión en la cultura humana. Lo que en palabros se conoce como androcentrismo y antropocentrismo. Mi intención era mostrar cómo Concha Alós refleja estas cuestiones en sus textos. Coincidiendo con mi Alosianas, concluí subrayando la capacidad de análisis de Concha Alós para observar su mundo circundante, su alto compromiso social, su pensamiento tan abierto y tolerante, su agudeza a la hora de plasmarlo en el papel, su osadía para expresarlo de forma rabiosa y contundente.

En definitiva, las cuatro Alosianas, cada una desde su ámbito, mostramos la concienciación de una gran mujer y, sin haberlo hecho adrede, conseguimos unidad en nuestra diferencia de exposición. Tal y como nos hizo llegar un espectador: «ha sido una ponencia dividida en cuatro partes».

Nos dieron más de las ocho. El público aplaudió hasta dejarse las palmas rojas y se generó un debate hermoso y muy animado en el que, ahíto de curiosidad, preguntó muchas cosas sobre Concha Alós o el trayecto de nuestras investigaciones. Casi tienen que echarnos de allí. Se acercaban las nueve, el toque de queda de La Casa de los Caracoles. Con mucha pena, dimos por cerrada la sesión y ese público tan maravilloso que nos acompañó hasta el final, vino en tropel hasta el estrado para abrazarnos, besarnos y darnos las gracias con todo el cariño del mundo. Habían aprendido mucho de una autora que había pasado desapercibida en su propia ciudad. Estaban orgullosos de contar entre sus convecinos con una escritora tan ilustre. Se despidieron de nosotras prometiendo leer de nuevo las novelas de Concha Alós a partir de nuestra mirada con detalles que desconocían, otros que no la habían leído se comprometieron a hacerlo. Y así, de forma natural, se formó una sinergia preciosa en la que las Alosianas contagiamos nuestro entusiasmo por una gran autora al público y el público nos regaló de vuelta su frenesí. Algo absolutamente perfecto, redondo, inolvidable.

Volví a casa con el corazón lleno del trabajo bien hecho y de lo compartido con mis Alosianas y con Castellón. Volví a casa con los pies flotando dos palmos sobre el suelo, volví pensando en que Concha, ahora, estará un poquito más a gusto allá donde esté. La vuelta a su casa de la infancia parece haber culminado, pero su homenaje sigue latiendo en nuestros corazones y los actos continuarán…

 

 

Homenajes y vuelta a casa (parte I)

Justo ayer se inauguró en La Casa de los Caracoles de Castellón de la Plana la exposición en honor a Concha Alós. Pincha aquí si quieres ver la galería de fotos. El colofón a este homenaje será el próximo viernes 24 con la participación de las cuatro Alosianas, así en mayúscula, donde cada una hablará de un aspecto diferente de la literatura de Concha Alós. Pero eso ya os lo contaré en la segunda parte de esta entrada. Ahora me detengo en el making off del homenaje hasta llegar al gran día de ayer.

Podría retrotraerme al pasado julio. Ola de calor en Berlín (para ellos 35º C es muerte súbita). He estado más de ocho horas viajando en trenes regionales desde Frankfurt haciendo malabares con los horarios y los trasbordos (esto se explica porque tenía el abono de verano alemán y viajar así era muy económico). El atracón de tren mereció la pena. Había quedado con la que sería mi futura antorcha alosiana en una brasería de comida española frente a un hotel berlinés más o menos céntrico. La Alosiana original. Amparo Ayora del Olmo. Ella lleva trabajando en Concha Alós desde hace varios años. Yo había leído su ensayo Las guerras de Concha Alós: Castellón, historia y relato de 2015. Para mí era muy importante conocerla, hablarle de mi investigación.

A riesgo de repetirme, creo que no he contado cómo insistí a Verónica Bernardini, nuestra Alosiana de Nápoles, para que me pasara el contacto de Amparo Ayora. Ella también había estado años antes con Amparo y, gracias a ella, Verónica conoció y entrevistó a la hermana de Concha Alós. Francamente, he de confesaros que, como buena friki Alosiana que soy, a mí me daba vueltas la cabeza y mataba por poder hacer lo mismo que Verónica. Así que me convertí en una chica pesada y acribillé a correos la bandeja de entrada de Bernardini. Y ahí me vi, semanas más tarde, sentada en la brasería de comida española en Berlín, con tremendo sudor en la espalda porque los 35ºC apretaban, conociendo a la mujer que iluminaría mi camino alosiano con su energía y empeño.

Allí le conté a Amparo Ayora mi lucha, sin demasiado éxito, por conseguir que la figura de Concha Alós fuera revalorada porque, hasta hace bien poquito, su nicho era un número perdido entre las sinuosas colinas de Montjuïc. El nombre de Concha Alós estaba siendo rescatado por el mundo editorial, pero necesitaba un toque, un empuje, algo grande… Amparo lo tenía claro. Me dijo: «Mira, bonica, hace tiempo que tengo una idea. De hecho, estuve hablando con María del Mar Bonet, pero no pudo ser. Ahora será diferente. Vamos a traer a Concha Alós a Castellón, junto a su familia. Donde debe estar». No me acuerdo si fueron sus palabras exactas, estoy ficcionalizando el momento, pero creo que la idea queda bastante clara.

Nos pusimos manos a la obra. La misión consistía en conseguir hablar con María del Mar Bonet, la persona que tenía los derechos de la tumba de Concha Alós, ya que fue ella quien se hizo cargo de los gastos del sepelio cuando Concha Alós falleció en julio de 2011. Tiré de contactos, hablé con Biel Mesquida pidiéndole ayuda, él me dijo que sí, que hablaría con Bonet. El escritor mallorquín es amigo de María del Mar Bonet y también estuvo en el entierro de Concha Alós. Pero debió pasar que o tenían la agenda muy apretada o yo era una mindundi para tomarme en serio. Yo deseaba por todos los medios ayudar a Amparo Ayora para retomar unas conversaciones entre Bonet y Ayora que se quedaron congeladas en 2017, cuando ambas se conocieron en el Auditorio de Castellón y Amparo le regaló un ejemplar de su libro. En aquel encuentro ya proyectaron la idea de gestionar el traslado de los restos mortales de Concha Alós a Castellón, pero por cuestiones de agenda y otros eventos personales, la idea fue quedando relegada… hasta ahora.

De manera que, cinco años después, se inició la burocracia. Amparo Ayora consiguió contactar de nuevo con María del Mar Bonet que facilitó la documentación que necesitaba Ayora. Amparo fue al Ayuntamiento y se reunió con la alcaldesa Amparo Marco que desde el primer momento se entusiasmó con el proyecto de Ayora. Se dio luz verde y Amparo Ayora comenzó a trabajar duro.

Mi aportación quedó al margen, apoyo moral, poco podía hacer desde Granada (una vez que volví de Frankfurt) con una mudanza a Alicante a la vuelta de la esquina. Es una justificación barata, lo reconozco. Pero ella estaba en Castellón, tenía los contactos, la documentación, tenía todo el poder en su mano para conseguir ese algo grande, como de hecho ha conseguido. Lo primero fue organizar la vuelta póstuma a casa de Concha Alós. Burocracia. Espera. Contactos con el cementerio de Castellón, con el de Barcelona… Y finalmente, el pasado 24 de noviembre, se hizo realidad: Concha Alós volvió a Castellón después de muchas décadas desde que saliera con su marido para instalarse en la isla de Mallorca.

No fue un traslado común. El Ayuntamiento, guiado por los consejos de Amparo Ayora, deseaba otorgarle un espacio conmemorativo a la tumba de Concha Alós en un enclave visible y acompañado de una escultura de Juan Cabeza. El nicho ya está culminado y el próximo viernes 24 será la celebración oficial del entierro de Concha Alós en su nuevo merecido lugar de reconocimiento. El empeño de Amparo Ayora del Olmo y la gentileza del Ayuntamiento de Castellón han permitido que sea posible este viernes para que las Alosianas podamos estar en el acto. Prometo fotos en la próxima entrada.

El periodista Ximo Górriz se alza como cronista de estos eventos en el diario digital Castellón Plaza porque, en consonancia con el evento oficial del funeral póstumo con toda la pompa que en su día no tuvo, tiene carácter y motivo la exposición de honor a Concha Alós en la que, de nuevo, nuestra Alosiana original, ha puesto toda la carne en el asador. Ha pintado y limpiado vitrinas, ha escrito paneles informativos, ha ayudado en las tareas de montaje museístico… También ha cedido su material bibliográfico a la causa. En este punto, es necesario agradecer la confianza y el material fotográfico y personal cedido por la familia Alós, su hermana Mercedes y sus hijos Elena y José Francisco, importantísimo para que esto fuera posible, así como el aporte desinteresado de Montserrat Badal (ya os contaré sobre esta gran mujer) y a más personas que han colaborado activamente en la preparación de unos actos que están diseñados desde el amor y el respeto a la figura de Concha Alós.

Archivo Fotográfico de Pau Barceló. Fecha desconocida pero se estima que la foto fue tomada entre la década de los 60 y 70. Material cedido por Montserrat Badal.

Estas personas merecen ser nombradas y reconocidas: Delfina Miravete, María Rubert ayudando en el montaje de la exposición, José Luis Lorenz y Paco Mezquita por permitir el acceso al Archivo del Instituto Ribalta, donde estudió Concha Alós, Joan Font del Archivo de la Universidad de las Islas Baleares, Virginia Lloret, Raúl Fuertes, Virginia Fuertes, José Manuel Román y Concha Pascual que durante la inauguración leyeron fragmentos de la novela El caballo rojo; Ximo Roses, Ramón Marín, las hijas de Rosa Tena, amiga de la infancia de Concha Alós… Todos estos nombres salen del muro de Facebook de Amparo Ayora, porque en su trabajo infinito ha dado espacio para agradecer toda la ayuda brindada y yo, en mi posición pasiva hasta el viernes 24, no me queda más que copiar como un loro.

Y lo que surgió de una conversación en un lugar anodino de Berlín ⸺en verdad no surgió, Amparo ya lo tenía en mente desde 2017, pero me gusta pensar que mi ingenuidad investigadora empujó a que se retomaran unas ideas que estaban relegadas en un cajón cualquiera⸺ ha cobrado vida y se ha hecho realidad gracias al trabajo desinteresado de muchas personas contagiadas por ese espíritu alosiano insuflado por Amparo Ayora del Olmo. Yo volví a Frankfurt feliz en un tren Flix con olor a ganado y poca ventilación, pero por lo menos tardé cuatro horas en vez de ocho. Supe que ese viaje había sido el inicio de algo hermoso y de enjundia para el mundo alosiano. Y eso es lo que me llevé de aquella aventura.

La cosa es seria, pues, el Ayuntamiento de Castellón de la Plana cuenta con la colaboración de la Diputación Provincial de Castellón y de la Generalitat Valenciana (los créditos públicos no pueden dejarse de lado). Las Alosianas se pondrán cara este viernes 24, nos conocemos vía e-mail, vía WhatsApp, pero todavía no hemos llegado a la corporalidad de las tres dimensiones. Llegamos en lo bonito, para poner la guinda a todo un esfuerzo titánico de este homenaje tan emotivo y necesario. Y mientras llega el día mágico, no queda más que decir gracias. Gracias, Amparo, por reunirnos, por conseguirlo, por contagiarnos tu tesón.

Matices y desmitificaciones

Indagando sobre Concha Alós, me aparecen dos adjetivos recurrentes: olvidada y denostada. También suelo encontrar un dato erróneo que se ha ido transmitiendo como una leyenda urbana: el año de su nacimiento. En esta entrada voy a tratar de matizar esos adjetivos y desmitificar esa fecha de nacimiento y parar un poco la correa de transmisión. Y, dicho sea de paso, estas aclaraciones servirán, quiero pensar, para matizar los motivos por los cuales se encuentra ese baile de fechas con respecto al nacimiento de la escritora y, por qué no, para desmitificar el halo de olvido entorno a la figura de Concha Alós. Vamos allá.

Sobre el año de nacimiento no cabe discusión alguna fue 1922, así lo pone en su partida de nacimiento. Sin embargo, es muy común encontrar variaciones que aluden a 1926 y 1928. El jaleo es tal que, incluso, las reediciones de sus novelas continúan arrastrando el estigma de 1926. La referencia a 1928 es la menos frecuente, pero la puedes encontrar en trabajos como el de Fermín Rodríguez de 1985. No hay una respuesta clara para asegurar el motivo por el cual no existe uniformidad al criterio del año de nacimiento y, mucho menos, por qué el dato de 1922 cedió para ser sustituido por 1926. Puestos a especular en alguna razón, me sumo a las teorías propuestas por la surcoreana Eunhee Seo, que en 2010 defendió su tesis doctoral en la Complutense de Madrid. Según la autora, la propia Concha Alós podría haber deseado ocultar su edad para acortar la diferencia que la separaba de Baltasar Porcel, quince años menor que ella. Quién sabe, esto es hablar por hablar.

Poca importancia tiene que nuestra Concha Alós quisiera equiparar su edad a la de su joven amante. Bien por ella. Fue muy valiente al desafiar las leyes franquistas cuando, recordemos, el divorcio ni estaba ni se le esperaba y, para colmo, el adulterio femenino estaba penado incluso con cárcel. Pero no nos desviemos. El dato en cuestión continúa siendo algo muy esquivo y no es para menos. Para saber de Concha Alós hay que bajarse al barro y mancharse las manos. Como lo hizo la alosiana original, mi querida Amparo Ayora del Olmo, profesora de la Universitat Jaume I, yo la llamo: la portadora de la antorcha alosiana.

En 2015 se publicó su trabajo Las guerras de Concha Alós: Castellón, historia y relato, premiado por el Ayuntamiento de Castellón de la Plana. Ese libro encendió muchas luces a mi investigación e hizo que quisiera saber más sobre la mujer que firmaba la autoría: Amparo Ayora del Olmo. Así pues, con ayuda de otra alosiana, Verónica Bernardini, conseguí contactar con ella, nos conocimos en Berlín. Toda una aventura que quizá os cuente otro día. Lo interesante en este punto es que gracias a ese encuentro tuve acceso a esa partida de nacimiento, bueno, en verdad, ya la había visto en la tesis doctoral de Bernardini que defendió su tesis sobre Concha Alós en L’Orientale de Nápoles en 2019, pero las conversaciones con Amparo me llevaron al conocimiento de una serie de datos, más allá del famoso año de nacimiento, que me han ayudado mucho en la reconstrucción de una vida tan apasionante y novelesca como fue la de Concha Alós. Gracias a Amparo Ayora he visto su expediente académico del instituto donde estudió en Castellón, su matrícula en la Escuela Normal de Maestras en Palma de Mallorca…

Poco a poco, las piezas encajan y, desde aquí, me gustaría que estas palabras sumaran para aportar un pelín de rigor académico y ajustar los datos, por justicia, porque sí. Ahora ya no estamos (o al menos, en eso queremos estar), en una sociedad prejuiciosa en la que ninguna mujer podía salirse de los marcados límites del tiesto y, ay, bendita la que osara a hacerlo. Ahora, querida Concha nadie te va a decir nada (y peor para el que lo haga) por haber estado con el hombre que amabas importando un comino qué edad tenía o dejaba de tener, lleva con orgullo tu edad y proclama todo lo alto que quieras el número 22.

Y hablando de justicia, quiero hacer un alto en esos adjetivos tan manidos ya: olvidada y denostada. Se usan con una tranquilidad de mantra que, francamente, me chirría. Me explico. Desde el mencionado estudio de Fermín Rodríguez de 1985, Mujer y sociedad: la novelística de Concha Alós, se recopilan una serie de lindezas por parte de los críticos de la época que no tienen desperdicio alguno. Aquí la muestra:

escrita en un lenguaje a veces innecesariamente crudo. Digo innecesariamente ⸺y me abstengo de añadir citas⸺ porque la crudeza no le va a una mujer culta y refinada como Concha Alós. No importa que los vocablos soeces sean puestos en boca de personajes vulgares en los momentos oportunos (el señor Iglesias Laguna, 1985: 20).

Y la cosa sigue. Federico Carlos Sainz de Robles y Correa a tenor de la publicación de El caballo rojo: «le sobran unas docenas de terminachos zafios y expresiones excrementicias. Que extrañan e irritan más porque salen de la pluma de una mujer» (1985: 20). Otro: José Luis Martín Abril cuando habla de Los enanos:

…el mal gusto de muchas situaciones putrefactas …la crudeza en la expresión; la definición de circunstancias utilizando un procedimiento premeditadamente indecoroso; la mancha que se multiplica; la fealdad; la fealdad de las conciencias en general. Todo lo cual Concha Alós podía haberlo velado con habilidad, pues para ello dispone la escritora de gran destreza… Es una pena que Concha Alós ensucie de esta manera la poesía, la fuerza sentimental, la dulce ironía, la profunda visión de la vida que la mujer lleva dentro; con todo lo cual, creo yo, está llamada a crear auténticos panoramas de limpia belleza insuperable (1985: 20).

No es de extrañar que si solo se tienen en cuenta estas apreciaciones tan amables sobre la escritora (creo que manifiesto con suma claridad mi ironía), es muy fácil caer en la trampa de la denostación. Y motivos no les falta, viendo el panorama. Sin embargo, creo que es momento de matizar y añadir otras críticas que fueron amables de verdad y que valoraron como corresponde esa narrativa que «no era propia de una mujer». Por ejemplo, en La Vanguardia el 22 de abril de 1970 en una reseña de La madama:

Si no fuera porque Concha Alós ha obtenido ya con sus obras […] un puesto relevante en el cuadro de los novelistas actuales, bastaría La madama para darle acceso a ocupar lugares de honor en la clasificación de nuestros mejores autores. El dominio del idioma castellano en sus más ricos y variados matices, el ahondamiento poético de sus creaciones, de sus personajes inmersos en la viva realidad de las circunstancias, la compleja y, a la vez, transparente psicología de sus criaturas literarias, […] todo ello […] que se desarrolla con espontánea fluidez (1970: 58).

O las críticas literarias publicadas en La Estafeta Literaria de la mano de Leopoldo Azancot o Mari Carmen Celis el 15 de diciembre de 1972 y el 1 de octubre de 1975, respectivamente:

alza una voz hasta ahora no escuchada, con manchas de sangre y barro, a través de la cual se desvela el misterio de la intimidad de un ser humano; un libro de relatos de donde se levanta una voz a cuyo conjuro se abren las puertas de esa cámara secreta desde la que el ser humano ⸺en este caso, una mujer; o mejor, una hembra⸺ se enfrenta con el mundo.

[…]

Concha Alós ha encontrado en las fronteras de lo indecible una palabra, una inflexión verbal, apenas la raíz de un grito, en la que su yo secreto se ha reconocido (Azancot, 1972:1171).

Desde Los enanos hasta Os habla Electra hay un largo camino, sucesivas etapas de constante búsqueda de expresión y contenido, en las que la novelista ha ido accediendo a lugares por los que la imaginación puede manifestarse ampliamente, siguiendo un ritmo preciso hasta apoderarse del pensamiento del lector, colocado en ese laberinto de sombras, buscando siempre, de nuevo, como entonces… (Celis, 1975: 2228-2229).

Podría continuar, pero que para la muestra un botón. Me gustaría dejar claro que, como todo escritor que se precie y una vez que su obra sale al público se expone a críticas buenas y a otras que no lo son tanto. Y que nuestra Concha Alós encontrara un par de piedras en su zapato no quiere decir que fue algo unánime o vilipendiador para su obra. Por otra parte, esas cuatro notas negras en la crítica sobre su novelística no son suficiente para sepultar a una autora en el olvido, tal y como afirma Paula Cabrera Castro en su artículo de 2020 en la antología de estudios de género de Incómodas: escritoras españolas en el franquismo. Ese supuesto olvido, relativo olvido desde mi punto de vista que ahora trataré de argumentar, responde a un movimiento silenciador que más tiene que ver más por memoria histórica que por cuestiones de género, que, cuidado, no quiere decir esto que este motivo no ande por ahí también haciendo interferencias. Todo suma.

Para ser totalmente fieles a la realidad, la obra de Concha Alós nunca ha dejado de estudiarse. Las primeras noticias que se tienen son las de Fermín Rodríguez, al que le siguieron la estadounidense Ada Ortúzar-Young y Genaro J. Pérez en 1993, otros estudios de Francisca López dos años más tarde que también incluyó novelas de Concha Alós en su análisis, Elizabeth Ordóñez en 1998, Pilar Nieva de la Paz en 2004 y así hasta llegar a las tesis doctorales de Eunhee Seo, nuestra alosiana francesa Noémie François que también defendió su tesis en 2016, la de Verónica Bernardini, el trabajo de Amparo Ayora, Noelia Adánez, Paula Cabrera, Constantino Bértolo… La lista sigue. ¿Cómo puede estar olvidada una autora tan estudiada? Lo que ocurre es que el nombre de Concha Alós no está en la nómina de las canónicas Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite o Ana María Matute. Ya nos gustaría a las alosianas que el nombre de nuestra Concha formara parte de la pléyade femenina de las letras españolas, pero vamos a ser modestas. Vayamos poco a poco en la reivindicación y la justicia.

Como decía, y por desgracia para nuestro patrimonio cultural de posguerra, el olvido selectivo no solo se cierne sobre nuestra autora, otras coetáneas a ella también están en la misma situación, si no que le pregunten a Dolores Medio, Carmen Kurtz, Mercedes Salisachs, Montserrat Roig, Elena Soriano, Elena Quiroga, Adelaida García Morales, Carmen Gómez Ojea, Luisa Carnés, la poeta Ángela Figuera, Paulina Crussat, Concha Castroviejo… y, bueno, paro porque tengo que poner el final en algún nombre, pero necesitaría siete entradas para hacer justicia a todas. Este olvido selectivo que digo no se trata de un olvido académico, estas autoras han sido estudiadas y lo continúan siendo. El problema, creo yo, es que el circuito cultural de nuestro país sepultó nombres incómodos para la memoria histórica y eso también afectó a autores masculinos. ¿Alguien se acuerda de Lauro Olmo y su Pechuga de la sardina? ¿O se acuerda de José Avello Flórez y sus Jugadores de billar? ¿O de alguna película también de la temática de la época impactante como La piel quemada dirigida por Josep Maria Form en 1967? Tranquilidad. Yo tampoco los conocía, apenas hace una semana me los mencionó mi director de tesis para que consultara estas obras y, así, poder hacer un cuadro completo del contexto cultural.

Con estas pinceladas que no dan ninguna justicia, muy a mi pesar, quiero poner de manifiesto un problema que tenemos como sociedad con nuestra propia cultura. En este centrifugado de producción cultural está incluida Concha Alós que, siento decirlo, no fue tan injustamente olvidada ni tan violentamente denostada, todo es matizable, y que nació a mucha honra en 1922. Las alosianas igualmente seguimos peleando para que el nombre de Concha Alós se firme con tinta de plata en el firmamento que le corresponde, esto es, en lo más alto. Puestos a mitificar, santifiquemos su nombre.