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Erasmo de Rotterdam

Erasmo y El elogio de la locura

     Antes de analizar el contenido de la obra es interesante responder a esta pregunta: ¿qué nos dice el Elogio de la locura de su autor? Es cierto que hay mucho de la personalidad y del pensamiento de Erasmo en él, pero también hay elementos que no encontramos en otras partes y que sólo podemos entender si profundizamos en el contexto que rodea al humanista en el momento en el que lo redacta, pero, ¿qué es lo que lleva a un defensor de la razón a escribir una obra en la que la locura habla en primera persona?

     Erasmo es, tal vez, un hombre demasiado idealista. Sueña con un mundo en paz (de hecho, está convencido de que esto es posible), en el que el cristianismo vuelva a su forma primitiva, en el que importe más lo que hay en el interior de cada individuo que lo que manifiesta exteriormente a través de complejos rituales y oraciones repetitivas. Quiere, por tanto, que las cosas sean como deberían ser, como le parece lógico que tienen que ser: no resulta racional que el ser humano se destruya a sí mismo o a sus propias obras, que Dios prefiera una plegaria recitada mecánicamente a un sentimiento verdadero. Sin embargo, él no vive al margen de la realidad, aunque a veces ésta le golpee más fuerte de lo que espera. Es en uno de estos momentos cuando escribe su Elogio. La idea se le ocurre durante un viaje en el que se dirige a Inglaterra procedente de Italia. Allí ha visto una Iglesia, y en definitiva un mundo, en plena decadencia: los obispos viven rodeados de lujos y de placeres, el papa (Julio II) es un guerrero más, el pueblo está en la miseria, los príncipes se destrozan unos a otros… Entonces, se da cuenta de que la razón apenas tiene poder y de que por doquier reina una insensata confusión. Piensa en todo lo que ha escrito, leído y visto, en la ambición, el orgullo, la vanagloria y el engaño y, considerando que no es momento para meditaciones serias, decide divertirse escribiendo.

     El pensador elabora una obra en la que ensalza la locura (o más bien en la que la locura se ensalza a sí misma). Todo lo que ha visto, le lleva a pensar que ésta es la fuerza que mueve el mundo. La razón, la cordura, al parecer no lleva a ningún lugar: cuanto más sensata es una persona peor vive, el cuerdo no emprende a menudo grandes acciones (el miedo al fracaso es un freno), se ensalza la ignorancia o el error, se admira a quien más incompetente resulta, las ciencias no conducen a la felicidad, la civilización es un castigo. Pero afirmar todo esto es reconocer también su propio fracaso y el de todo su pensamiento. Tal vez, por eso, Erasmo haya optado en este caso por divertirse escribiendo el encomio de la estulticia. Reflexionar ahora sería demasiado duro. ¿Es posible que por un momento desee no ser consciente de todo esto, vivir en la ignorancia, dejarse arrastrar por la insensatez? Aunque así lo sienta, Erasmo no se da por vencido. Esta obra no es fruto de su pesimismo, sino de una ironía llevada al extremo, que busca, como siempre, llevar a la reflexión (en este caso de una forma más provocadora). El autor está convencido de que Estulticia no debe gobernar el mundo y ataca a todos los que la ensalzan a través de su propio encomio.

     En definitiva, Erasmo no puede evitar resistirse a un mundo en el que la insensatez es la madre, el origen, de todo lo que se valora, en el que la incompetencia se premia, la ignorancia proporciona una vida agradable y la sabiduría sólo supone desdicha. ¿No es un mundo sorprendentemente actual? El imperio de Estulticia se sigue manteniendo hoy, con muchos más matices con muchas nuevas formas. Ése todo que abarca la locura ha ido colonizando nuevos terrenos conforme lo ha hecho el hombre, tan íntimamente ligado a ella.

     Fuentes:

-DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura o encomio de la estulticia, edición y traducción a cargo de Pedro Voltes, introducción de Juan Antonio Marina, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 2008, 16ª ed.

-DE ROTTERDAM, Erasmo, Elogio de la locura, edición a cargo de Teresa Suero Roca, Barcelona, Bruguera, 1974.