5. Conquista y ocupación

El inicio de la conquista en Tierra Firme y el descubrimiento del Mar del Sur

La Corona castellana encontró problemas a la hora de rentabilizar su inversión en las empresas de descubrimiento. El proyecto comercial de Colón y sus sistema de factorías en la Isabel no tuvo el éxito esperado, ni siquiera cuando fue ampliado con la explotación directa de las minas allí encontradas.

Tampoco dieron los frutos esperados las licencias de los viajes de “descubrimiento y rescate”, que concedían licencias para ir a descubrir a cambio de poder introducir y vender en Castilla las mercancías que pudiesen “rescatar” en las tierras descubiertas (descontando de los beneficios el quinto regio).

Pese al elevado coste económico y en vidas de la empresa, la Corona no se desentendió de ella. Mantuvo la confianza por su compromiso con la Santa Sede en la propagación de la fe y por sus esperanzas de conseguir la rentabilización de las nuevas tierras por medio del comercio o la explotación de los recursos naturales de las Indias.

La empresa tuvo continuidad tras el envío de Ovando como gobernador de las Indias en 1502, quien sustituyó el modelo colombino de las factorías por el de los “establecimientos”, que permitía el “rescate” y la explotación de minas a cambio de la obligación de construir fortalezas defensivas de las poblaciones fundadas. Con estas capitulaciones se crearon “establecimientos” en las Antillas durante los años siguientes. No obstante, fuera de las islas no tuvieron ningún éxito y en ellas se pasó al sometimiento ante la resistencia de los indígenas.

En 1508, Diego de Nicuesa y Alonso de Ojeda pactaron capitulaciones para realizar sendas expediciones a la costa de Tierra Firme (donde querían ir por tener noticias de la posesión de objetos de oro por los indígenas). Ambas terminaron en desastres y sus supervivientes aceptaron el caudillaje de Vasco Núñez de Balboa, quien dirigió a los expedicionarios al Darién, donde encontraron comida y oro, y fundaron la villa de Santa María de la Antigua en la costa atlántica panameña (1510). Desde ella, Balboa realizó expediciones terrestres en busca de las minas de oro y así tuvo noticia de la existencia de otro mar y de perlas en abundancia. Balboa llegó al Mar del Sur (así llamado porque venían del norte panameño) en 1513. El caudillo tomó contacto con los naturales con el fin de averiguar si estaban cerca Cipango, Catay o las islas de la Especería, pero solo pudo conocer la existencia al sur de un país rico (que probablemente fuera el Imperio Inca). Balboa acabó ejecutado por traidor, con lo que se frenó la exploración de la costa pacífica centroamericana. Así mismo, la capitalidad de la zona pasó de La Antigua a Panamá, fundada en 1519 por Pedrarias Dávila a orillas del Pacífico.

La conquista de Nueva España

Pedrarias trató de reproducir el modelo agrícola castellano en las tierras de Panamá, pero fracasó. Movidos por el hambre, muchos de los pobladores de Tierra Firme se dirigieron a Cuba, lugar al que también se desplazaron muchos de los habitantes de la Española en busca de nuevas oportunidades para prosperar.

Entre estos últimos se hallaba Hernán Cortés, quien efectivamente logró beneficiarse de su cercanía a Diego Velázquez, lugarteniente del virrey Diego Colón en la isla. El exceso de población y los ecos del éxito de la empresa de Balboa llevaron a Velázquez a autorizar en 1517 la formación de un grupo o compaña expedicionaria bajo el mando del hidalgo Francisco Hernández de Córdoba.

La expedición navegó hacia el oeste y llegó al Yucatán y a Campeche, donde tuvieron los primeros contactos con los mayas. Sufrieron un ataque y acordaron regresar a Cuba, aunque arrastrados por las corrientes, fueron antes a parar a la costa occidental de Florida.

Animado por las noticias, en 1518 Velázquez promovió una nueva expedición bajo la dirección de Juan de Grijalva. Esta llegó a la isla de Cozumel y recorrió las costas de Yucatán, Campeche y Tabasco, donde recogió las primeras noticias -si bien vagas- sobre Moctezuma. Acabó volviendo a Cuba.

Velázquez promovió una 3.ª expedición, de mayor tamaño de las anteriores (11 barcos, 16 caballos y más de 600 hombres), quizá presintiendo la cercanía de Catay. Puso al frente a Hernán Cortés, quien tras realizar los preparativos, partió de La Habana en 1519. Llegó Tabasco y quiso realizar una primera demostración de fuerza militar, tomando el pueblo. Tras el sometimiento de Tabasco, recibió obsequios valiosos y varias mujeres, una de las cuales, Milintzin (Malinche), hablaba maya y náhuatl (la lengua de los tlaxcaltecas y los aztecas). Fue bautizada como Marina y acompañó a Cortés, con quien tendría un hijo, Martín Cortés.

Poco después, Cortés recibió a unos emisarios de Moctezuma, que deseaban tener información de primera mano sobre aquellos seres en quienes el rey mexica creía ver el cumplimiento de una vieja creencia: la vuelta del dios Quetzalcoatl, que había de castigar a quienes no hubiesen seguido sus preceptos. Los emisarios aztecas le entregaron a Cortés diversos regalos con el fin de aplacar “la ira de Quetzalcoatl y sus gentes”, y conseguir su retirada. No obstante, lograron el efecto contrario: los presentes estimularon aún más la codicia de los castellanos. Cortés recibió la visita de otros indios (los totonacas de Cempoala) y pronto se dio cuenta de la fuerza de los aztecas, que tenían como tributarios a muchos de los pueblos de la región.

Cortés fundó la Villa Rica de la Veracruz. Renunció ante su cabildo a los poderes que tenía de Velázquez y posteriormente aceptó del citado ayuntamiento los cargos de capitán general y justicia mayor. Seguidamente, logró legitimar su situación enviándole a Carlos I una justificación y todos los regalos entregados por los embajadores de Moctezuma. Para evitar deserciones, aprovechó las naves para extraer de ellas cualquier material útil para la conquista e incorporó las tripulaciones a su hueste, que quedó formada por unos 600 hombres. Dejó 150 para la defensa de Veracruz y en agosto de 1519 comenzó la marcha hacia Tenochtitlan, junto con un millar de totonacas aliados.

Aconsejado por ellos, Cortés se dirigió hacia Tlaxcala, cuyo Estado no había sido anexionado por los aztecas. Tras varios enfrentamientos, Cortés fue recibido en la ciudad y sus mandatarios se convirtieron en valiosos aliados.

Moctezuma intentó vanamente comprar la retirada de los castellanos con nuevos regalos. Con 50 cempoalenses y 5.000 tlaxcaltecas, Cortés se dirigió a Cholula, un importante centro religioso, dependiente de los aztecas. La atacó por sorpresa, causando una hecatombre y destruyendo los templos. La acción causó un gran temor en Tenochtitlan, ya que ni los dioses ni las armas indígenas habían servido para detener el avance de los castellanos y sus aliados.

Cortés emprendió el camino hacia la capital azteca. Moctezuma decidió abrirles las puertas de la ciudad y encontrarse con el caudillo castellano. La hueste fue recibida con cierta reverencia en la capital. Cortés reunió a los caciques aztecas, Tezcoco y Tacuba, y consiguió que todos reconociesen su supremacía.

No obstante, la posición de Cortés perdió fuerza por varios motivos: la destrucción de las imágenes de los dioses locales Huitzilopochtli y Tlaloc, y la prohibición de los sacrificios humanos; la llegada a Verazcruz de Pánfilo de Narváez, enviado por Velázquez, para someter a Cortés y enviarlo preso de vuelta a Castilla; el malestar creciente de la clase dirigente azteca ante la presencia castellana en Tenochtitlan; y el debilitamiento progresivo del valor mítico de Cortés.

El conquistador logró abortar una primera rebelión y siguió controlando a Moctezuma, recluido en su palacio. Dejó a Pedro de Alvarado al mando en Tenochtitlan y partió con 300 soldados a enfrentarse a los 1.400 de Narváez. Pese a la desventaja numérica, su capacidad estratégica le dio una victoria rápida y en lugar de sufrir bajas, consiguió incrementar sus filas y volver a la capital azteca, donde la situación de los castellanos era crítica tras un nuevo intento de rebelión.

Moctezuma murió a manos indígenas y los castellanos se encontraron sitiados. La “Noche Triste” del 30 de junio de 1520, Cortés, al frente de unos 1.300 españoles, trató de salir de la capital azteca. Lastrados por los heridos y las riquezas que transportaban, sufrieron unas 600 bajas. Fueron atacados de nuevo en Otumba, donde lograron una victoria pírrica tras conseguir matar al líder indígena. Lograron llegar a Tlaxcala, donde fueron bien acogidos por sus aliados. Temerosos de las represalias aztecas, los tlaxcaltecas decidieron apoyar a Cortés.

Los castellanos se recuperaron en Tlaxcala. Ante la similitud de aquellas tierras a las españolas, Cortés propuso bautizarlas como “Nueva España del Mar Océano”. Gracias a la llegada de nuevos aportes castellanos y al apoyo de unos 10.000 tlaxcaltecas, Cortés fue atacando las poblaciones cercanas a Tenochtitlan, con el objetivo de aislarla.

Entonces, apareció una nueva “arma” invisible y demoledora, la viruela, que traída por los hombres de Narváez, hizo estragos en la población indígena -en los aliados y en los enemigos-. Causó la muerte del sucesor de Moctezuma, Cuitláhuac, que sería sustituido por Cuauhtémoc.

Cortés comenzó el asedio de Tenochtitlan, que se rindió a los 3 meses, el 13 de agosto de 1521.

Tras la conquista de la capital, Cortés se movió con rapidez para extender su dominio a todo el territorio sometido a los azecas. El estado de los tarascos y las ciudades de la Mixteca fueron anexionados sin resistencia, convirtiéndose en tributarios de Cortés. Otros, en cambio, se opusieron, propiciando el envío de expediciones de conquista.

Cortés intentó entonces legitimar su irregular situación en la Nueva España, en la que había actuado por su cuenta, en contra de las disposiciones reales que apoyaban a Velázquez y sin ninguna capitulación concedida por la Corona. Las cartas de relación de Cortés y sus donativos económicos, así como la necesidad de dar estabilidad a la conquista mientras se procedía a la necesaria reforma institucional, movieron al emperador a otorgarle al caudillo los cargos de gobernador de la Nueva España y de capitán general.

Cortés recompensó a sus hombres con la distribución de tierras y de encomiendas tributarias, en espera de la regulación real. Y logró expandir sus dominios realizando concesiones territoriales a los capitanes dispuestos a conquistar nuevas regiones.

En 1524, Cortés envió a Cristóbal de Olid al sudeste, con la intención de encontrar un estrecho que comunicase el Caribe con el Mar del Sur. Olid se declaró en rebeldía y se encontró con otra hueste castellana que llegó desde el sur al Yucatán. Fue el primer encuentro entre huestes distintas, algo que caracterizaría todo el proceso conquistador centroamericano.

En los años posteriores, Cortés siguió organizando expediciones. El propio gobernador participó en la de las Hibueras, por tierra, con la intención de poner el mejor colofón a sus éxitos localizando el ansiado estrecho comunicador de los dos mares. Tras diversas penalidades provocadas por la dureza del terreno y el agotamiento de los víveres, Cortés tuvo que reconocer su fracaso y volvió a México. Por orden de Carlos I, organizó una expedición transpacífica, que partió en 1527 bajo el mando de Álvaro de Saavedra y que nunca regresó.

Cortés viajó a España en 1528, con la intención de defenderse de todas las calumnias contra él acumuladas. Carlos I le nombró marqués del Valle de Oaxaca y capitán general, pero le quitó la gobernación, que encomendó a una Real Audiencia de nueva fundación.

Mientras tanto, en Nueva España, en 1529 el presidente de la Audiencia, Nuño de Guzmán organizó una expedición hacia el oeste, en busca de las riquezas míticas de las 7 ciudades de Cíbola. Atravesó el estado tarasco y se adentró en la Gran Chichimeca. Su hueste llegó a Michoacán y a Zacatecas, pero no descubrió su riqueza argentífera. Conquistó un amplio territorio que llamó “Nueva Galicia”.

Por otra parte, los éxitos de Cortés multiplicaron el número de interesados por seguir su ejemplo. Carlos I frenó las iniciativas personales concediendo múltiples capitulaciones de conquista y creando de un aparato institucional, en el que el Consejo de Indias (creado en 1523) sería el órgano supremo, las Audiencias el máximo poder local en los nuevos territorios conquistados, y las Ordenanzas de Granada de 1526 el marco legal.

La conquista del Yucatán por Francisco de Montejo fue el fruto de una de dichas capitulaciones.

Las empresas septentrionales

El encuentro de las huestes castellanas de México y Panamá en las tierras del golfo de Honduras y la aparente pobreza de los indígenas que las habitaban proyectaron las iniciativas de exploración y conquista hacia el norte, en dos direcciones, la de la costa pacífica y la de la Tierra Florida caribeña.

Tanto Cortés, como los promotores de las islas, bloqueados por este en México, organizaron expediciones septentrionales.

Cortés, ya establecido en su marquesado, emprendió la tarea de organizar varias expediciones marítimas por la costa pacífica, que descubrieron la península de California, aunque no lograron consolidar ningún asentamiento.

Desde La Española, el oidor Lucas Vázquez de Ayllón aprovechó una capitulación de descubrimiento y rescate para encabezar una expedición que exploró las costas de los actuales estados de Virginia y Carolina del Norte. Fundó la colonia de San Miguel de Guadalupe (la primera europea en Norteamérica). Murió allí y su hueste abandonó el asentamiento y se volvió para la Española.

Pánfilo de Narváez consiguió en España una capitulación para conquistar la península de Florida e inició su expedición en 1527 desde el puerto de Sanlúcar. Con él se embarcó como tesorero Álvar Núñez Cabeza de Vaca. La flota hizo escalas en Santo Domingo y Cuba, desde donde se dirigió a Florida en cuya costa naufragó tras ser sorprendida por un huracán. Narváez tuvo noticia de la existencia de oro en el interior (en el mítico país del Apalache) y penetró en su búsqueda. Tras unos dos meses de penurias, los internados decidieron volver al litoral, pero no lograron llegar al lugar donde esperaban los barcos. Estos, un año después de la partida de Narváez, decidieron volver a Cuba. Los supervivientes construyeron embarcaciones y trataron de navegar costeando en dirección a México. Los temporales hicieron naufragar a la mayoría de los barcos. Narváez se ahogó. Solo 15 hombres lograron llegar con vida a la costa. De ellos, algunos murieron a manos de los indios; otros acabaron como esclavos; y algunos aprovecharon sus conocimientos para convertirse en chamanes o comerciantes. Unos cuantos de ellos, liderados por Cabeza de Vaca, protagonizaron una auténtica odisea que duró 8 años. Atravesaron los llanos de Texas; cruzaron el Río Grande cerca del actual El Paso y llegaron al norte de México, donde volvieron a entrar en contacto con españoles, quienes los recibieron con gran asombro.

Las noticias sobre riquezas míticas del Apalache dieron pie a la organización de nuevas expediciones desde España. Hernando de Soto, que había hecho fortuna en las campañas de conquista de Nicaragua y Perú, obtuvo en 1537 una capitulación para conquistar Florida. Organizó una gran expedición que partió de Sanlúcar, hizo escala en Cuba y llegó a Florida en 1539, desembarcando en la bahía de Tampa. Se internó en busca del Apalache y llegó a dicho país, pero no encontró las riquezas esperadas. Invernó y siguió buscándolas. Atravesó una cordillera que llamó de los Apalaches y se dirigió hacia la costa. Pese a estar sus fuerzas muy mermadas por los múltiples ataques de los indios, volvió a internarse. Tras sufrir grandes penalidades llegó a avistar en 1541 el río Mississipi y lo cruzó cerca de la actual Menphis. Penetró en el territorio de Arkansas, donde murió en 1542. En 1543, la expedición, liderada por Luis de Moscoso, consiguió llegar a la costa navegando por el Mississipi, y una parte logró sobrevivir y volver a México.

Las noticias del fracaso de Soto terminaron con el mito del Apalache y propiciaron una pérdida generalizada de interés por el país de las llanuras. Además, las Leyes Nuevas de 1542 frenaron las conquistas.

También fracasaron los intentos de localizar otros lugares míticos, como Quivira o las Siete Ciudades de Cíbola. El más destacado fue el de Francisco Vázquez de Coronado, gobernador de Nueva Galicia. Exploró Arizona. Descubrió el Gran Cañón del Colorado. Y siguió la expedición por Kansas, pero no las riquezas buscadas. En 1542 los desilusionados supervivientes volvieron a México, cerrando así las expediciones septentrionales que buscaron infructuosamente los reinos míticos.

El dominio del mundo andino

El gobernador de Tierra Firme, Pedrarias Dávila, implantó el régimen de dependencia según el cual había de percibir una parte de lo que se lograra en las expediciones por la región. La medida generó tensiones internas, sobre todo tras la fundación de Panamá en 1519, ya que allí era posible conseguir riqueza de una forma que no fuese el rescate (intercambio) y el ataque a los indígenas, esto es, gracias a la encomienda y la extracción de oro. La presión de los colonos logró la eliminación de la dependencia en 1521 y se instauró el método de inversión o participación por persona enviada.

En un primer momento, la mayor parte de las expediciones se dirigieron hacia el noroeste, ya que en aquella dirección había de estar Catay y en la contraria, la de levante, había indios belicosos. No obstante, allí confluyeron con otras huestes procedentes de las islas y de México, lo que limitó el ámbito de expansión del foco panameño. Además, la llegada de noticias sobre lejanas riquezas en la costa sudamericana hizo que el interés conquistador virase en dirección al sudeste.

El iniciador de las empresas de levante fue Francisco Becerra, uno de los capitanes de Pedrarias, quien en su avance tuvo noticias de un país llamado “Perú”. La nueva vía despertó el interés de Francisco Pizarro, quien promovió una expedición junto a Diego de Almagro y Hernán Luque, pero se topó con la oposición de Pedrarias, hasta que le ofreció una participación en los beneficios en calidad de socio.

El primer viaje de Pizarro, en 1524, fue un completo desastre, ya que aparte de no encontrar las riquezas buscadas, fue herido, al igual que su amigo Diego de Almagro, que perdió un ojo de un lanzazo.

Pese al revés, Pizarro organizó una nueva expedición en 1526, de la que se separó Pedrarias a cambio de una indemnización económica. La hueste avanzó hacia el sur hasta que se produjo un motín, causado por la voluntad de buen número de integrantes de volver a Panamá. Las dificultades llevaron a Pizarro en 1527 a trazar una línea en la arena para separar a quienes deseaban volver a la capital de Tierra Firme de los que querían continuar hacia el sur. Únicamente la cruzaron para seguir con él 13 hombres, que serían llamados “los 13 de la fama”. La expedición prosiguió su camino y ya en 1528 descubrió la ciudad de Tumbez y sus riquezas. Entonces, Pizarro decidió volver a Panamá, para preparar una nueva expedición de conquista.

Allí, el nuevo gobernador, Pedro de los Ríos, no mostró interés en la empresa. Pizarro aprovechó para cruzar el Atlántico y tratar de conseguir en Castilla la capitulación. Beneficiado por la protección del secretario Cobos, en 1529 consiguió el permiso para intentar la conquista del Perú.

Pizarro no tenía idea de lo que le esperaba en Perú. Apenas había llegado a ver la región del Chimú, en la periferia del Imperio Inca. Este se encontraba en su momento de esplendor, si bien tenía algunas dificultades internas, relacionadas con la existencia de tensiones regionales y levantamientos contra el poder centralizado de Cuzco y las pugnas entre las panacas ante la perspectiva de la sucesión del Sapan Inca Huayna Capac, que se encontraba enfermo de viruela.

Pizarro tuvo algunos problemas para poder organizar la expedición, derivados del enfado de Almagro por no haber sido reconocido como adelantado en las capitulaciones y el escaso éxito del organizador para engrosar las filas de su hueste. Además, en Panamá, Pedrarias Dávila trató de adelantarse organizando una expedición paralela con Hernán Ponce de León y Hernando de Soto como socios. Finalmente, Pizarro convenció a Ponce y a Soto para que renunciasen al proyecto de Pedrarias y se uniesen al suyo proporcionando los socorros que les fuesen pidiendo según el desarrollo de la empresa; y así mismo, llegó a un acuerdo con Almagro, ofreciéndole beneficios y honores futuros.

La expedición partió en 1531. Pizarro llegó a Tumbez en 1532 y encontró la ciudad arrasada, teniendo noticia de las rivalidades existentes en aquel territorio. Ordenó la exploración marítima de la costa y fundó una población, San Miguel (Piura), para facilitar la llegada de socorros.

Pizarro aprovechó la red de calzadas y la guerra civil entre los hermanos Huáscar y Atahualpa por el trono vacante para adentrarse en el Estado Inca. Este último acordó una reunión con el líder de los castellanos en Cajamarca, deseoso de curiosear antes de darles muerte. Pese a su situación de total inferioridad (175 castellanos aislados y desasistidos frente a 40.000 soldados incas, entrenados y bien pertrechados), Pizarro planeó utilizar la misma estrategia que Cortés con Moctezuma: capturar a Atahualpa durante la entrevista. Aprovechó el factor sorpresa y el menosprecio de su fuerza, y con un ataque rápido, logró su objetivo. Conocedor de la importancia que tenían el oro y la plata para los castellanos, Atahualpa ofreció comprar su libertad con una cantidad ingente de ambos, a lo que Pizarro accedió.

Entre tanto, Almagro llegó a San Miguel desde Panamá con hombres y caballos de refuerzo. Atahualpa, que a su vez tenía preso a Huáscar, supo que sus opresores habían entablado contacto con él y que este les había ofrecido aún más oro a cambio de su libertad, protección y entronización. Y decidió su muerte.

Mientras llegaba el rescate, el conquistador reforzó la seguridad de Cajamarca. Así mismo, recibió a diversos curacas provinciales, que fueron a visitar al Inca. Hernando Pizarro realizó un largo viaje de reconocimiento que le permitió recaudar un cuantioso botín y a percibir el refinamiento de la cultura andina con sus variantes regionales. Y Almagro llegó a Cajamarca con refuerzos.

Una vez terminada la recepción el rescate, Pizarro fundió el oro y procedió a su reparto. Su hermano Hernando, acompañado por unos 70 hombres, partió en dirección a San Miguel, con la intención de volver a Castilla y entregarle a Carlos I su quinto real.

Efectuado el pago, Atahualpa solicitó su libertad. No obstante, Pizarro decidió juzgarle y ordenar su ejecución. Entonces, reconoció como Sapan Inca al primogénito de Huayna Capac, Tupac Hualpa, que estaba en Cajamarca, y se dirigieron a Cuzco. Así, los castellanos pudieron comprobar la eficacia de la organización administrativa inca. En Jauja fueron atacados por el candidato de la facción quiteña. Lograron la victoria, pero Tupac Hualpa murió envenenado.

Tras reconocer como sucesor a Manco Inca y vencer en diversos combates, Pizarro entró en Cuzco a finales de 1533. Tras obtener un enorme botín, Pizarro decidió fundar la ciudad castellana de Cuzco el 23-03-1534.

Por otra parte, el conquistador fue informado de la existencia de una expedición al norte del Perú, comandada por Pedro de Alvarado. Pizarro le encargó a Almagro que partiese en dirección a Quito, para poblar la región y cortarle el paso a Alvarado. Almagro llegó a la zona antes de que Alvarado y procedió a la fundación de una población en el lugar que ocupaba su campamento. Posteriormente, se entrevistó con él y le “compró” los navíos y la hueste.

Mientras tanto, Pizarro siguió consolidando su autoridad. A principios de 1535 decidió fundar Lima, en la costa, y a ella trasladó la capital.

Almagro decidió organizar una expedición al sur del Perú en 1535. La dureza de la travesía de los Andes y el enfrentamiento con los feroces mapuches menguaron sus fuerzas y le movieron a volver a Cuzco.

El asalto al interior de Sudamérica

La confirmación de la lejanía de Catay y Cipango tras la vuelta al mundo de Magallanes y Elcano cambió el objetivo inicial de las expediciones castellanas en el Nuevo Mundo. Desde entonces, fueron planteadas con el fin de conseguir las riquezas propiamente americanas.

Durante el primer cuarto del siglo XVI, fueron costeras, ya que no disponían del potencial humano necesario para aventurarse hacia un interior hostil que además estaba defendido por cadenas montañosas y una vegetación prácticamente insuperable.

No obstante, el descubrimiento por Juan Díaz de Solís del estuario del Plata (donde la vegetación no impedía la penetración al interior) abrió una nueva puerta a los exploradores.

Entre 1527 y 1528, dos expediciones comandadas por Sebastián Caboto y Diego García exploraron el Río de la Plata, movidos por rumores que apuntaban a la existencia de una sierra de plata en las tierras de un rey blanco. Ambas huestes se encontraron y se unieron, pero no pudieron encontrar las riquezas. Finalmente, agotadas, tuvieron que aplazar la búsqueda con una sensación de impotencia causada por la creencia de que realmente existía la citada sierra.

La siguiente expedición interior fue realizada en 1531 por Diego de Ordás, quien intentó remontar el Orinoco. En su viaje tuvo noticias de la existencia de un “rico país”, la tierra de Meta, pero no pudo llegar a alcanzarlo. Murió de vuelta a España, a la que se dirigía para pedir permiso para establecer una base desde la que poder buscar el citado país. Nacía así una nueva leyenda sobre las riquezas interiores del Nuevo Mundo.

El conocimiento de los tesoros conseguidos por Pizarro en el interior del Perú reavivó la búsqueda de Meta desde el oriente venezolano. No obstante, el fracaso de las expediciones hizo buscar nuevas formas de llegar a las riquezas interiores. Entre 1535 y 1536, varios exploradores (Ximénez de Quesada y los alemanes Spira y Federman) partieron hacia el interior remontando el río Magdalena, desde la costa colombiana.

Así mismo, en respuesta a todas estas expediciones “atlánticas”, también partieron otras desde la vertiente pacífica peruana.

Tras la conquista de Quito, en 1536, Sebastián de Benalcázar encabezó una expedición interior al norte, al corazón de la actual Colombia, fundando poblaciones como Popayán, Cali y Bogotá (donde coincidió con las huestes de Quesada y Federman en 1539).

Otra expedición fue comandada por Gonzalo Pizarro en 1540. Enviado a Quito por su hermano Francisco para hacerse cargo de la gobernación, se dejó seducir por la tentación de buscar el País de la Canela y El Dorado. Pizarro fue hacia el este, atravesó los Andes y se internó en la Amazonía. Lejos de encontrar sus objetivos, la expedición sufrió todo tipo de penalidades (hambre, enfermedades, ataques de insectos y reptiles). Pizarro decidió construir un bergantín para avanzar por el río Coca y tratar de encontrar alimentos. Encomendó la tarea a su lugarteniente Francisco de Orellana, quien a principios de 1542 descubrió el “Río Grande de las Amazonas”. Orellana decidió seguir el curso del río y llegó al Atlántico en agosto de 1542. Posteriormente, se dirigió a España con la intención de conseguir una capitulación para poder conquistar la provincia de las Amazonas. Mientras tanto, Pizarro vagó por las selvas de la vertiente andina hasta que decidió volver a Quito con un puñado de supervivientes. Orellana volvió a América en 1545, pero su expedición al Amazonas fue un fracaso y terminó muriendo víctima de un flechazo.

La 3.º gran expedición salida de la vertiente pacífica tuvo su origen en las expectativas de riquezas alentadas por Sebastián Caboto en la región del Río de la Plata. Partió de Cuzco, al mando de Diego de Rojas, en 1543. Los expedicionarios tomaron dirección al sureste. Bordearon el lago Titicaca. Pasaron por Chuquiabo (actual La Paz) y La Plata (actual Sucre), y penetraron en el llano de Tucumán. Atacados por los indios, Rojas murió a principios de 1544, tras dar el mando a Francisco de Mendoza. Este siguió explorando el norte de Argentina, llegando a la sierra de Córdoba y hasta la actual Santa Fe, viendo el Paraná.

La región del Río de la Plata fue motivo de tensiones entre las coronas de Castilla y Portugal. Las noticias de riquezas míticas de Sebastián Caboto y el expansionismo luso en el extremo sur de la línea de Tordesillas llevaron a la corona hispánica a reaccionar encomendando su exploración y conquista a Pedro de Mendoza en 1534. Este atravesó el Atlántico al frente de una gran expedición. Tras llegar al Río de la Plata, ya en 1535, fundó el Puerto de Nuestra Señora del Buen Aire. Desde allí encargó a Juan de Ayolas que remontase el Paraná en busca de las tierras de plata. Ayolas llegó al Paraguay tras sufrir grandes penalidades. Murió en el Chaco, sin armas ni víveres, atacado por los indios. Posteriormente, Juan de Salazar y Hernando de Ribera siguieron la misma ruta hasta llegar al río Paraguay, fundando Asunción en 1537.

La conquista de Chile se debió a Pedro de Valdivia. Pese al fracaso anterior de Almagro, Valdivia se propuso organizar una expedición al sur del Perú. Salió de Cuzco en 1540. Llegó al valle de Copiapó, que bautizó como Nueva Extremadura, y más al sur fundó Santiago del Nuevo Extremo en 1541. Destruida por los indios, Valdivia se centró en su defensa y reconstrucción, así como en conseguir el reconocimiento de la corona como gobernador de esas nuevas tierras. Pacificó la región y en 1546 llegó al Bio-Bio.

Tras la muerte de Francisco Pizarro, Valdivia volvió a Perú para apoyar a Pedro de Lagasca, enviado por Carlos I, frente a Gonzalo Pizarro. Valdivia se puso al mando de las tropas reales y derrotó al hermano del conquistador. Y en reconocimiento de su labor fue designado gobernador del Nuevo Extremo y capitán general de sus provincias. El territorio concedido se extendía desde el valle de Copiapó hasta el estrecho de Magallanes, y desde la costa hasta una línea paralela situada 100 leguas al este. De vuelta a Chile, en 1550 organizó una expedición al Bio-Bio y allí se topó con los mapuches o “araucanos”. Valdivia logró una victoria milagrosa, fundó varias ciudades y construyó diversos fuertes en territorio mapuche. No obstante, los araucanos comenzaron una serie de alzamientos y ataques sorpresa que acabaron con la vida de Valdivia en 1553.

La conquista de Chile puso fin a la época de las conquistas y dio paso a una nueva etapa, la de la organización colonial del Nuevo Mundo.


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