2. Los predescubrimientos

Travesías insuficientemente probadas

Cristóbal Colón fue quien estableció el contacto definitivo e irreversible entre el Viejo y el Nuevo Mundo. No obstante, ello no quiere decir que no existiesen contactos transoceánicos anteriores.

Al margen de los posibles contactos prehistóricos, diversos investigadores han sugerido posibles contactos establecidos en los albores de nuestra historia, a partir del hallazgo de inscripciones presumiblemente dejadas por esos viajeros -como la estela calendárica de Davenport o la Piedra de Kensington-, que son objeto de discusión, cuando no falsificaciones -algunas de ellas hechas con notable sentido del humor- o el resultado de fenómenos naturales.

Margaretta Handke defiende la existencia de viajes transatlánticos en la Antigüedad, con el fin de conseguir cobre en Michigan, y argumenta que la tradición se perdió durante la Edad Media ante la imposibilidad de convertir a los indígenas de dicha región.

Las fuentes árabes también hacen referencia a expediciones por el Atlántico hacia el norte (Al-Idrisi menciona a los esquimales) y hacia el sur, costeando África (llegando a las Canarias e incluso al cabo de Buena Esperanza).

Así mismo, hay referencias a travesías en el sentido inverso: la llegada de unos indios a Germania y su entrega a un procónsul romano o la de otros a Lübeck en una canoa en el siglo XII.

Todos estos viajes no están suficientemente probados y, en todo caso, no tuvieron trascendencia histórica, ni para los europeos, ni para los americanos.

La única travesía atlántica probada, aunque sin mayores consecuencias históricas, fue la de los navegantes escandinavos en el siglo X.

La llegada de los vikingos

Desde el siglo VII, los pueblos escandinavos, llamados genéricamente vikingos, se vieron obligados a emigrar, tanto por el crecimiento demográfico (que la pobreza de sus tierras natales no podía soportar), como por problemas políticos. Lo hicieron por la vía marítima, por el Mar del Norte y el Atlántico septentrional, utilizando una nave peculiar, el drakkar, un barco largo (25m) y estrecho (5m de eslora), de poco calado (1m), que se propulsaba por medio de una gran vela cuadrada y remeros, con timón lateral, tablezones con tingladillos y sin castillos ni sobrecubiertas.

Los vikingos pasaron por las islas Shetland, las Órcadas y las Feroe, antes de llegar a Islandia, que descubrieron a mediados del siglo IX y colonizaron rápidamente ese mismo siglo. Islandia contó pronto con un volumen de población relativamente importante; mantuvo su independencia política durante cuatro siglos y desarrolló una interesante cultura, con una rica literatura, adoptando el cristianismo hacia el año 1000.

Contando con la base islandesa, los escandinavos avistaron Groenlandia hacia 920, pero su descubrimiento se atribuye en 982 a Erik Thorvaldsson el Rojo, quien, desterrado, fundó un primer asentamiento en Brattahlid, bautizando aquel inhóspito lugar como Tierra Verde, con el objeto de interesar a posibles colonos, pues la zona estaba deshabitada, pese a haber restos de ocupaciones anteriores, quizá de esquimales.

Desde finales del siglo X hasta principios del XVI, Groenlandia estuvo poblada por escandinavos (3.000-5.000 habitantes), concentrados en dos colonias. Desde ellas, realizaron expediciones de exploración al norte y al oeste (en busca fundamentalmente de caza).

La vida en Groenlandia era muy complicada. Apenas se podía cultivar cebada y no había madera. Su economía se basaba en la ganadería y, sobre todo, en la pesca y la caza de aves y mamíferos marinos.

Las colonias groenlandesas sufrieron una lenta decadencia (presión de esquimales, creciente aislamiento, endurecimiento climático desde fines del s. XIII) hasta su desaparición hacia el año 1500.

De cualquier forma, lo que más nos interesa en este tema son sus viajes al oeste, en dirección a América. Ante la dificultad de encontrar restos arqueológicos -y de confirmar su veracidad-, las principales fuentes son documentales, las sagas islandesas de los Groenlandeses y de Erik el Rojo.

La primera de ellas cita 6 expediciones:

  • La de un joven comerciante llamado Bjarni Herjolfsson, hacia 985, que yendo a Groenlandia, se desvió hacia tierras americanas, logrando más tarde alcanzar su destino original.

  • La de Leif Eriksson, hijo de Erik, hacia el año 1000, que dirigió una expedición de 35 hombres, invernó en América y exploró distintas costas.

  • La de su hermano Thorvald, que murió allí.

  • La de otro hermano de Leif, llamado Thorstein, fallida.

  • La más importante, la de Thorfinn Thordarson “Karlsefni”, que clara intención colonizadora (estaba compuesta por 60 hombres, 5 mujeres, ganado y pertrechos). Tras establecerse, los indígenas no se mostraron amistosos y terminaron volviendo a Groenlandia.

  • Una última dirigida por una hijastra ilegítima de Leif, que acabó con divisiones internas entre los expedicionarios, asesinatos entre facciones y la vuelta a Groenlandia.

La saga de Erik el Rojo solo habla de 3 viajes:

  • La llegada casual de Leir Eriksson.

  • El fracaso de Thorstein.

  • La gran expedición de Karlsefni (que esta saga eleva a 160 hombres y mujeres en 3 barcos).

No hay más noticias sobre viajes americanos. Quizá los hubo, pero simplemente con el objetivo de conseguir madera.

Con datos tan escuetos es imposible determinar cuáles fueron las costas visitadas por los vikingos. Se suele admitir que conocieron la Tierra de Baffin, el Labrador y el norte de Terranova, y se debate si llegaron más al sur.

No parece que tuviesen conciencia alguna de haber llegado a otro continente. Más bien consideraban las tierras descubiertas como una prolongación de los archipiélagos del noroeste de Europa. Tampoco parece que sus descubrimientos atlánticos fuesen conocidos en Europa, ausentes en los escritos de los geógrafos medievales.

No parece sostenerse que los viajes de los vikingos pudiesen inspirar el proyecto de Colón (como algunos autores han defendido), y ello independientemente de que el descubridor visitase o no el puerto irlandés de Galway o quizá Islandia en 1477. El recuerdo de la ruta del norte parece que se perdió incluso en Escandinavia.

“Viajes” a islas míticas

Si bien los viajes escandinavos no tuvieron la menor influencia en Colón, sí la pudieron tener toda una serie de relatos de viajes míticos que hacían referencia a la existencia de islas al oeste de las tierras conocidas en Europa.

El relato de la isla de San Barandiarán fue muy conocido en la Baja Edad Media, aun estando muy distorsionado al entremezclarse con elementos de la mitología gaélica.

Brendan fue un personaje real, nacido en el condado irlandés de Kerry a fines del siglo V. Fundó el convento de Clomfert y emprendió una peregrinación que le llevó a Escocia, Inglaterra, Gales y, quizá, Armónica. Así mismo, en un momento indeterminado de su vida, realizó un viaje por mar que duró 7 años. Su periplo contiene referencias a sucesivas islas que culminan en la Isla de la Vida Eterna, con menciones a monstruos y otros elementos tomados de la tradición clásica y, sobre todo, de la gaélica, convenientemente cristianizados.

Todo apunta a que el relato fue escrito por un monje de origen gaélico en un monasterio de la Lotaringia, en la primera mitad del siglo X, cuando el renacimiento otónida procuró resucitar las antiguas tradiciones, cristianizándolas.

El texto tuvo una extraordinaria difusión y cada copias enriquecía y precisaba los detalles de los viajes. Por ello, no es de extrañar que los hombres de la Baja Edad Media creyesen en la existencia de esas islas e incluso llegasen a aparecer cartografiadas en muchos mapas de la época (especialmente, la denominada San Barandiarán, que se representó por primera vez en un mapa de finales del siglo XIII).

Junto a esta isla, hay muchas otras míticas, como Antilia (denominación que los portugueses utilizaron para las Antillas con el fin de desprestigiar el descubrimiento de Colón); la Isla de las Siete Ciudades (donde se habrían refugiado algunos obispos visigodos con sus fieles huyendo de la dominación musulmana); Thule o Tie Breasail (que significa tierra de promisión y que sirvió para dar nombre a Brasil).

El número de estas islas aumentó progresivamente en los mapas de los siglos XIV y XV, al tiempo que fueron descubiertas y cartografiados los archipiélagos atlánticos.

La obsesión por la búsqueda de las islas atlánticas se puede apreciar en muchos documentos de los siglo XIV y XV, sobre todo, tras el descubrimiento de las Azores hacia 1341. Así mismo, hay constancia de que se organizaron diversas expediciones en busca de la isla de San Barandiarán o de la de las Siete Ciudades. Y estás “islas por descubrir” fueron cedidas por los portugueses a Castilla por el tratado de Evora de 1519, y siguieron alimentando algunas empresas, hasta el punto de que la última expedición para descubrirlas fue en 1752.

La tesis del piloto desconocido

Se ha discutido si algún navegante portugués, castellano o inglés pudo llegar a avistar el continente americano, de forma programada o fortuita, antes que Colón. Se dice que el marino portugués Diego de Teive llegó cerca de Terranova entre 1451 y 1452 y que con él iba Pedro de Velasco, natural de Palos, quien según Fernando Colón informó a su padre del citado viaje. Hay varias concesiones de los reyes de supuestas islas que se creían poder hallar en el Atlántico y repetidas noticias de supuestas tierras avistadas hacia el oeste, como Juan Vaz y Alvaro Martins que dijeron haber descubierto la Terra Nova dos Bacalaos en 1474, o los viajes de Arco en 1484 y Van Olmen y Estreito en 1486, quizá motivados por la presentación del proyecto de Colón ante el rey portugués.

Pese a todo ello, no hay ninguna certeza de la existencia de un predescubrimiento de América en el siglo XV. Y aunque pudo suceder, no tuvo trascendencia, salvo en el origen de los planes de Colón y en la difusión de un ambiente favorable a la creencia en tierras al oeste del oceáno y en fomentar viajes en su busca.

La posibilidad de estos viajes casuales y de sus posibles retornos ha alimentado la tesis del “piloto desconocido”, que defiende que Colón no se lanzó a la aventura únicamente por sus deducciones geográficas sino porque, cuando vivió en Madeira, recogió en su casa a un náufrago que murió después, tras confiarle su secreto: que era el piloto y único superviviente de una nave que había sido arrastrada por los vientos hasta el extremo occidental del océano y que se hundió en su viaje de regreso. Este hombre, supuestamente, le explicó a Colón cuáles eran las rutas idóneas de ida y vuelta, las distancias, los vientos predominantes y corrientes que iba a encontrar.

El rumor de que Colón disponía de esta información corrió por La Española en vida del descubridor, pero fue desestimado por los historiadores. No obstante, el análisis posterior de las Capitulaciones de Santa Fe (en las que parecía darse por hecho que Colón ya tenía constancia de la existencia de tierras al otro lado del océano) y el conocimiento de la tradición indígena cubana de que años antes de la llegada de Colón habían arribado a la isla hombres blancos y barbudos, volvió a dar algún viso de credibilidad a esta hipótesis del piloto desconocido.


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