3. Los viajes de Colón

Personalidad del descubridor: rasgos biográficos y formación científica

Discusiones sobre su origen

Trazar un perfil biográfico de Cristóbal Colón, sobre todo durante los primeros años de su vida, plantea el problema de las incertidumbres y lagunas que aún hoy siguen existiendo. La biografía del Almirante está enmascarada por muchas atribuciones y supuestos hallazgos, imputables a la proyección histórica de su figura y del descubrimiento de América, además de la polémica que a lo largo del tiempo ha suscitado y las noticias confusas y contradictorias ofrecidas por su hijo Fernando, tal vez intentando reivindicar un origen noble para el descubridor.

Los indicios más verosímiles plantean que probablemente Cristóbal Colón nació en Génova, hacia 1450, en el seno de una familia de modestos menestrales, con intereses comerciales. Fue el mayor de los cinco hijos del matrimonio de Domenico Colombo y Susana Fontanarossa. Por el contrario, Salvador de Madariaga defiende que era converso, de ahí el intento de ocultar su origen; García de la Riega le atribuye un origen gallego; para Luis de Ulloa era un noble catalán -cuyo nombre real sería Joan Colom-, marino, enemigo de Juan II de Aragón, contra quien luchó, que era el supuesto Scolvus que habría llegado a Norteamérica en 1476, ofreciéndole el proyecto de descubrimiento a Fernando el Católico en beneficio de Cataluña. Estas dos últimas hipótesis halagaron a gallegos y catalanes, pero han sido refutadas: el supuesto origen catalán no ha sido demostrado por ningún documento mientras que se falsificó la documentación para demostrar un origen gallego.

Respecto al supuesto origen genovés, en una primera etapa de su juventud, Colón compaginó su dedicación a la manufactura -la de su padre- con los primeros contactos con el mar, probablemente como grumete. Hacia 1473 debió abandonar la ciudad de Savona, donde residía su familia, y parece ser que fue entonces cuando empezó a trabajar en el activo comercio genovés, viajando hasta las colonias de esta ciudad en el Mar Egeo -como la isla de Chío-. Asimismo, algunos investigadores indican que participó en campañas navales al servicio de Renato de Anjou y quizá también bajo el mando del corsario Colombo o Coulon el Viejo -con el que no guardaba ninguna relación familiar, pues era un corsario gascón llamado, en realidad, Guillermo de Casenove-.

Trascendencia de su estancia en Portugal

En 1476, Colón llegó a Portugal, al parecer, de una forma rocambolesca: como superviviente del naufragio en un combate naval entre mercantes y corsarios. Durante nueve años, hasta 1485, Colón residió en Portugal, donde actuó como agente de la casa Centurione en Madeira y realizó frecuentes viajes, tanto a Génova como a otros destinos, adquiriendo conocimientos marinos y entrando en contacto con diversas fuentes de información:

  • Sabemos que viajó a Inglaterra; al oeste de Irlanda, donde él mismo dijo que vio a un hombre y a una mujer que habían llegado de Catay por el oeste, cruzando el Atlántico; y quizá llegase hasta Islandia, lo que ha servido para plantear si pudo conocer alguna noticia acerca de los viajes de los vikingos a través del Atlántico Norte.

  • También frecuentó las rutas portuguesas por la costa occidental de África, visitando San Jorge de Mina, la gran factoría portuguesa en Guinea. Y quizá conociese las Islas Canarias. Ello quiere decir que conocía la Volta da Mina y, por lo tanto, la circulación de los alisios en el Atlántico.

  • Ya casado, vivió en la isla de Porto Santo y en Madeira, y quizá viajó también hasta las Azores; por tanto, cabe suponer que conocía bastante bien lo que se ha dado en llamar el «Mediterráneo Atlántico»: el espacio entre los tres archipiélagos de la Macaronesia e incluso más allá.

Durante su estancia en Portugal contrajo matrimonio en 1480, en el que cabe destacar dos importantes aspectos:

  • Su mujer, D.ª Felipa Monis de Perestrello, pertenecía a la clase alta portuguesa de fines del siglo XV. Presumiblemente, sus relaciones personales abrieron a Colón muchas vías para la maduración de su proyecto y, entre ellas, los investigadores sugieren contactos con la Orden de Cristo, que le habrían proporcionado influencias considerables.

  • Por otro lado, el suegro de Colón, al que no llegó a conocer al haber fallecido antes del matrimonio, tuvo una participación muy directa en la colonización de las islas atlánticas. Distintos autores afirman que fue fundamental para Colón el hecho de poder consultar la documentación acumulada por el padre de D.ª Felipa: mapas, noticias de viajeros y, sobre todo, referencias a restos recogidos en alta mar, presumiblemente arrastrados por las corrientes marinas desde tierras situadas al oeste de las islas hasta entonces conocidas.

Y en Portugal, en el contexto de una sociedad volcada en la exploración del Atlántico, con el objetivo último de sortear el continente africano para llegar a la lejana Tierra de las Especias, es donde Colón, sin duda, concibió y maduró el proyecto de llegar a las maravillas del Extremo Oriente que describió Marco Polo, pero por una ruta radicalmente distinta: por el oeste, a través del Atlántico.

En la elaboración de ese proyecto se conjugaron múltiples factores. Aparte del aliciente que Colón pudiese encontrar en un Portugal volcado sobre el Atlántico, los investigadores han barajado toda una serie de influencias decisivas:

  • Las mencionadas relaciones que le pudo abrir su matrimonio y la posible documentación de su suegro.

  • El mito de las islas atlánticas (San Barandiarán, Antilia, la Isla de las Siete Ciudades) que ya había originado varias expediciones en su búsqueda.

  • La influencia de su hermano Bartolomé, que, aunque sea olvidada a menudo por la historiografía, tuvo un peso considerable. Sobre Bartolomé Colón se conoce muy poco; únicamente que acabó residiendo en Portugal junto a Colón y que fue su eficaz colaborador en todo momento. Bartolomé se ganaba la vida elaborando mapas y esferas, como especialista en cosmografía y navegación.

La formación de Colón era autodidacta aunque su hijo Fernando dijera que había estudiado en la Universidad de Pavía. El mismo Cristóbal Colón reconocía esa formación autodidacta -nacida de la práctica y del trato con «gente sabia»- en una carta a los Reyes Católicos, al decir que «en la marinería [Dios] me hizo abundoso, de astrología me dio lo que bastaba, y así de geometría y de aritmética».

La historiografía tradicional mantiene que las ideas de Colón se asentaban sobre tres bases teóricas y científicas que integraron las premisas esenciales de su proyecto. Las tres fueron elaboradas en el mundo clásico y, a través de Ptolomeo, se proyectaron con absoluta vigencia dogmática hasta el Renacimiento:

  • La esfericidad de la Tierra.

  • La unicidad del Océano y la subsiguiente posibilidad de atravesarlo navegando hacia Occidente.

  • Las dimensiones atribuidas al globo terráqueo y al grado del círculo terrestre.

Los conocimientos de Colón sobre estas cuestiones no se debían a un estudio sistemático, sino que son de segunda mano y producto de una vinculación directa a lecturas improvisadas, de tal manera que cuando inició su primer viaje, en su cabeza se agitaban una mezcla de error y verdad.

Las lecturas que posiblemente influyeron de forma más directa en sus planteamientos fueron tres; la Biblioteca Colombina conserva ejemplares con múltiples anotaciones marginales (2.125 entre las tres obras) que evidencian una lectura atenta, aunque se discuta su significación.

  • Il Milione, dictado por Marco Polo, en una edición de 1485. En esta obra, Cristóbal Colón sin duda encontró las referencias geográficas a ese Extremo Oriente en el que pretendía desembarcar tras la travesía del Atlántico, y con ellas esas noticias de las riquezas de los imperios asiáticos con los que tanto deseaban conectar los europeos de la época.

  • Historia rerum ubique gestarum, de Eneas Silvius Piccolomini -que después sería Pío II-, editado en Venecia en 1477.

  • Imago Mundi, de Petrus Alliacus, publicado en Lovaina en 1480-1483.

Estas dos últimas obras, sobre todo la de Alliacus, compendian los saberes geográficos de los humanistas del siglo XV, en los cuales estaban recogidas las aportaciones de Ptolomeo, Aristóteles, Plinio y demás tratadistas del mundo clásico.

De todas formas, si Colón presentó su proyecto al rey de Portugal entre 1483 y 1485, no podía haber leído todavía Il Milione conservado de su biblioteca (era de 1485) y ésta parece ser su primera lectura a tenor de las anotaciones marginales; por otro lado, tampoco es creíble que hubiese podido leer el Imago Mundi. De hecho, algunos autores sugieren que estas obras sirvieron para mejorar con posterioridad sus planteamientos, al dotarlos de la erudición necesaria, mientras que Juan Gil y Consuelo Varela van más lejos al afirmar que los libros los adquirió -y, por tanto, anotó- después de 1496, al calor de las polémicas suscitadas a raíz de sus viajes.

En estas condiciones, surge de inmediato la cuestión de en quién se basó Colón para establecer la posibilidad de llegar a Asia a través del Atlántico. Su hijo Fernando escribió que las causas que movieron al Almirante al descubrimiento de las Indias fueron tres: «fundamentos naturales, la autoridad de los escritores y los indicios de los navegantes». Pero, ¿quiénes fueron esos autores, una vez cuestionados los de las obras conservadas de su biblioteca? La historiografía tiende a concederle un protagonismo decisivo al florentino Paolo del Pozzo Toscanelli (1397-1482), uno de esos sabios del Renacimiento con prestigio en Medicina, Astronomía, Geografía y otros saberes.

Hay distintas versiones sobre cómo se produjo el contacto entre ambos, pero lo cierto es que Toscanelli envió un informe a Alfonso V de Portugal con una carta -de la que han llegado copias discutidas- y un mapa -que se ha podido reconstruir a partir del globo terráqueo dibujado en 1492 por Martín Behaim, uno de los más fieles seguidores del humanista florentino-.

Toscanelli hablaba de la viabilidad de una navegación hacia la China por el oeste; un trayecto que se vería aún más facilitado porque podrían realizarse escalas en la mítica isla de Antilia y en Cipango (Japón). Colón conoció esta documentación -pues reprodujo algunas expresiones de forma casi literal-, bien porque se la remitiese el propio Toscanelli, o la consiguiese en la corte lusitana aprovechando sus contactos, o incluso por conductos menos confesables. El conocimiento de este informe confirmó intuiciones de Colón o le abrió los ojos hasta hacer suyo ese proyecto, quizá modificándolo para hacer aún más fácil el viaje.

Pero estos planteamientos, fueran de Colón o Toscanelli, contenían importantes errores que, en último extremo, fueron los que impulsaron el proyecto y permitieron un éxito en modo alguno esperado. Sobre esto, decía Ranke que se estaba ante «el más fecundo error de todos los tiempos», pues si Colón no hubiese encontrado el Nuevo Mundo, él y todos los tripulantes de la expedición hubiesen pasado a engrosar la nutrida nómina de navegantes desaparecidos en el Océano.

¿Cuáles fueron esos errores? Esencialmente dos: la incorrecta estimación de la circunferencia terrestre y la aún más incorrecta estimación del volumen de las tierras emergidas conocidas hasta ese momento.

  • Parece ser que la circunferencia de la Tierra fue calculada con precisión por distintos geógrafos griegos y árabes, pero Toscanelli o Colón calcularon con millas italianas las estimaciones de los árabes, de forma que redujeron en un 25 % la circunferencia terrestre hasta dejarla en unos 30.000 kilómetros.

  • El segundo aspecto en cuestión era la estimación de la masa continental emergida. Ptolomeo afirmó que cubría 180º, mientras que para Marino de Tiro era de 225º, a lo cual se añadieron otros 28º a partir de la descripción de Marco Polo y 30º más que sería la distancia entre Japón y China. Quedaba así un océano de 77º, y contando con las Canarias y otras posibles escalas, el viaje sería factible, ya que entre las Canarias y Cipango la distancia era de 4.450 kilómetros y de 6.575 kilómetros hasta Catay, cuando en realidad existen, respectivamente, 19.600 y 21.800 kilómetros.

  • Otros mapas del siglo XV ya mostraban que la distancia a Catay por tierra era la mitad de lo que suponía Colón y el error en la estimación del grado se puede considerar impropio de los navegantes portugueses del momento. Es un grave error, pero si a esa distancia no se encontraba el codiciado Extremo Oriente lo cierto es que se encontraron unas tierras a las que en un primer momento se quiso identificar con las más lejanas a las que se refirió Marco Polo.

¿Fue realmente una casualidad? Es una pregunta que distintos autores se han planteado continuamente desde fechas inmediatas al propio descubrimiento. Ya en La Española corrió el rumor de que Colón no había llegado a esas tierras por casualidad ni por sus conclusiones científicas, sino que disponía de «información privilegiada». Hay divergencias entre los distintos cronistas que se hacen eco del suceso, pero esencialmente hablan de una nave arrastrada al otro lado del Atlántico por las corrientes y que pudo regresar con grandes dificultades, de forma que quedó un solo superviviente que pudo informar a Colón de la existencia de esas tierras y los rumbos de ida y vuelta.

Fray Bartolomé de Las Casas, por ejemplo, habla del piloto superviviente de esa expedición que llegó a Porto Santo, «el cual, en reconocimiento de la amistad vieja o de aquellas buenas y caritativas obras, viendo que se quería morir [que se iba a morir] descubrió a Cristóbal Colón todo lo que les había acontecido, y diole los rumbos y caminos que habían llevado y traído, y el paraje donde esta isla [se refiere a La Española] dejaba o había hallado, lo cual todo traía por escrito». Otros cronistas abundan en esa hipótesis, y el Inca Garcilaso llega a identificarlo: Alonso Sánchez de Huelva.

Esta hipótesis ha sido reivindicada por Juan Manzano a partir de las expresiones contenidas en las Capitulaciones de Santa Fe, la certidumbre de Colón en las rutas a seguir, tanto en el viaje de ida como en el de vuelta, y otros indicadores.

Por tanto, la idea del predescubrimiento de América es tan sugestiva como discutible, y tan difícil de demostrar como de refutar. Lo único cierto -y según fray Bartolomé de Las Casas- es que Colón «tenía certidumbre de que había de descubrir tierras y gentes, como si en ellas personalmente hubiera estado». Y que «tan cierto iba de descubrir lo que descubrió y de hallar lo que halló, como si dentro de una cámara con su propia llave lo tuviera».

Un proyecto para Castilla

No se sabe la fecha -aunque debió ser entre 1483 y 1485-, ni tampoco demasiados detalles sobre la primera oferta que Colón le hizo al rey de Portugal. Eran momentos de fuerte efervescencia en la empresa descubridora de Portugal. Los lusos estaban explorando la desembocadura del Congo y la costa más al sur, con la intención de encontrar esa vía meridional que permitiese enlazar con el Índico y llegar a la tan deseada Tierra de las Especias.

El proyecto de Colón podría parecer atractivo en este contexto; todo apunta a que ya entonces propuso llegar a Cipango y el Extremo Oriente por una vía más corta y directa que la hasta entonces todavía incierta ruta por el sur de África.

Juan II encargó el análisis de este proyecto a una junta de expertos que desestimó su viabilidad. Las razones que los cronistas e historiadores barajan para justificar este rechazo son esencialmente dos:

  • Que Colón exigió unas compensaciones económicas y políticas que parecieron excesivas, quizá en la línea de las que después reconocieron las Capitulaciones de Santa Fe.

  • Y que los miembros de esa junta tenían ya los suficientes elementos de juicio como para desestimar, por fantasiosos, los presupuestos científicos del proyecto colombino. Debieron cuestionar especialmente su valoración del grado del círculo terrestre. Por esta razón, algunos autores indican que el proyecto de Colón llegó tarde a Portugal, donde ya se había desarrollado notablemente la observación geográfica y se acariciaba la llegada a las Indias por el sur de África.

El proyecto no fue desestimado de forma definitiva, y Juan II no cerró la puerta a posteriores negociaciones; incluso puede ser que concediese mayor verosimilitud a los planteamientos colombinos de lo que se ha supuesto. Fernando Colón, el hijo del descubridor, escribió que «el rey envió en secreto una carabela a Cabo Verde para comprobar la tesis de su padre, que fracasó. Quizá para realizar el plan sin su autor se prepararon los […] viajes de Arco, en 1484, y de Ferdinand van Olmen y Joham Afomso do Estreito en 1486, al oeste en busca de islas o tierra firme, siendo éste el más cercano al plan colombino, lo que revela que en Portugal no se prescindió de la posibilidad de hallar tierras en el Atlántico», fuesen las Indias o alguna de esas islas que formaban parte de la mencionada geografía mítica de fines del siglo XV.

Demetrio Ramos justifica el rechazo portugués en que Colón pretendía seguir el paralelo de las Islas Canarias para llegar a Cipango, lo que podría suponer la violación del Tratado de Alcaçovas (de 1480) por parte de Portugal, ya que éste concedía a Castilla las Islas Canarias «ganadas e por ganar» y lo que se encontrara podría entrar en ellas. Ramos añade que quizá Colón, ante la posibilidad de que Juan II de Portugal no aceptase la navegación por el paralelo de las Canarias y le exigiese realizar la travesía transoceánica por otra latitud, optó por acudir a La Rábida y ofrecer el proyecto a los Reyes Católicos.

Para realizar lo que el mismo Colón denominó «la empresa de Indias» era menester el apoyo de un rey o de un noble poderoso. Desestimado el proyecto por el país que en esos momentos se encontraba a la cabeza de las exploraciones ultramarinas, Colón decidió buscar un nuevo patrocinador.

Colón, ya viudo, llegó a Castilla hacia mediados de 1485 con su hijo Diego. Se dirigió hacia Palos de La Frontera, un puerto andaluz del condado de Niebla, al borde de la ría del Río Tinto y frente a la barra del Saltés. Múltiples motivos pudieron causar dicha elección:

  • Sin duda, influyeron razones de índole familiar, pues en Palos de La Frontera o en Huelva residían algunos de sus cuñados.

  • Quizá buscase en el monasterio de La Rábida noticias geográficas y apoyo de unos frailes a los que estaba encomendada la labor misional en las Islas Canarias y en la costa occidental africana.

La visita a La Rábida también ha dado lugar a diversas controversias. Desde luego no fue una visita por azar, pues este monasterio no se encontraba en ninguna ruta habitual de comunicación. Algunos historiadores de los siglos XVI y XX han cuestionado que Colón visitase en 1485 el monasterio de La Rábida, y han datado dicho primer contacto unos años más tarde, en 1491. Quienes piensan que hubo dos viajes -1485 y 1491- apuntan que en la primera fecha entró en contacto con el fraile astrólogo fray Antonio de Marchena, quien tendría un papel fundamental en las posteriores gestiones de Colón, y señalan como posible la relación con un marinero que había participado en el viaje de Teive al oeste del Atlántico; una expedición que quizá pudo avistar las costas de Terranova.

Tras su primera estancia en Palos, Colón inició sus gestiones ante los Reyes Católicos en Córdoba, donde residía la Corte por su cercanía al frente granadino. Quizá en estos momentos las influencias de los monjes de La Rábida le abrieron determinadas vías, pues el Descubridor pudo entablar contacto con el poderoso confesor de la reina, fray Hernando de Talavera e, incluso, con el cardenal Mendoza.

Pese a que en un primer momento el Consejo desestimó su proyecto, los personajes influyentes que conoció -y, entre ellos, quizá nobles como los duques de Medinaceli y Medinasidonia- le facilitaron una entrevista personal con los Reyes Católicos en Alcalá de Henares, en enero de 1486, y otra, al mes siguiente, en Madrid.

La primera impresión causada por el proyecto colombino no resultó favorable. No obstante, gracias a las gestiones del padre Marchena, los monarcas acordaron nombrar una Junta que examinase la «empresa de Indias».

Tras valorar como inviable el viaje-proyecto, la comisión emitió una resolución contraria a las pretensiones de Colón. Aunque no es posible determinar a ciencia cierta las causas de dicho dictamen, algunos autores afirman que el factor decisivo fue que Isabel la Católica no quería violar los términos del Tratado de Alcaçovas. No obstante, otros autores señalan un segundo motivo: los reyes no deseaban dispersar sus recursos en otro proyecto que no fuera el de la conquista del reino de Granada. Pese a la resolución negativa de la Junta, Colón no se desanimó y volvió a entrevistarse con los Reyes Católicos en Málaga, a finales del verano de 1487. Los resultados del encuentro volvieron a ser negativos.

Los años 1487 y 1488 debieron ser especialmente duros para el descubridor. En el terreno económico su situación fue difícil; aunque recibió esporádicos apoyos económicos, tuvo que vender libros y mapas que él mismo dibujaba.

La noticia de que Bartolome Dias había doblado el Cabo de Buena Esperanza, demostrando definitivamente que existía comunicación marítima entre los océanos Atlántico e Índico y, por tanto, una vía para llegar a Asia por mar, hizo temer a Colón que su proyecto fuese abandonado definitivamente. Por ello, intentó agilizar los trámites en los distintos frentes. Escribió a Juan II de Portugal y éste le contestó invitándole a ir a Lisboa. Con esta carta se entrevistó de nuevo con los Reyes Católicos, quienes aplazaron su decisión definitiva y le dieron una subvención. Aún así, no se opusieron a que restableciese las negociaciones en Portugal.

No se sabe a ciencia cierta si Colón llegó a realizar un nuevo viaje a Portugal a finales de 1488; de todos modos, si lo hizo, la respuesta debió ser igualmente negativa. Sí se sabe que por esas fechas envió a su hermano Bartolomé a presentar su proyecto ante los reyes de Francia e Inglaterra.

A finales de 1488 o principios de 1489 -Romeu de Armas defiende que fue en 1485-, Colón obtuvo el patronazgo declarado del duque de Medinaceli, que incluso llegó a plantearse la posibilidad de financiar el viaje tentado por las riquezas que podría obtener.

Las influencias de Medinaceli quizá fueron las que hicieron decantarse en favor de Colón a personalidades como el cardenal Mendoza, el contador real Alonso de Quintanilla o fray Diego de Deza, preceptor del príncipe D. Juan. Con estos apoyos, Colón obtuvo una nueva entrevista con los Reyes Católicos en Jaén.

Los buenos augurios de esta entrevista se truncaron con el alargamiento de la guerra de Granada -se suponía su fin con la rendición de Baza-. Nuevamente el proyecto fue paralizado y acentuó la penuria económica de Colón, que volvió a entrar en negociaciones con el rey de Francia. Quizá pensando ya en abandonar España, Colón se dirigió de nuevo a La Rábida. Allí entró en juego un personaje fundamental: fray Juan Pérez, que había sido confesor de la reina. Pérez le escribió a la propia Isabel la Católica y ésta convocó a Colón en Santa Fe -lugar en el que se encontraban los monarcas para el definitivo asedio de Granada- y le proporcionó una nueva ayuda económica.

De todas formas, tampoco acabó el rosario de problemas. Colón encontró en Santa Fe importantes valedores, hombres que había ido ganando para su causa en los años anteriores, y entre ellos los miembros del llamado «grupo aragonés», formado en parte por conversos con fuertes vinculaciones en el mundo de las finanzas y que gozaban de la confianza personal de Fernando el Católico. Por el contrario, tuvo que enfrentarse con una nueva Junta, que se pronunció negativamente ante lo que ésta consideraba exorbitantes pretensiones económicas y honores de Colón, «mandando los Reyes que le dijesen que se fuese en hora buena», según apostilla Las Casas en su relato de los hechos.

Desanimado, Colón decidió marchar a Francia. No obstante, sus valedores -Luis de Santángel, entre otros,- iniciaron toda una serie de gestiones en la Corte, logrando doblegar la oposición de hombres como Talavera y comprometiéndose a gestionar los fondos suficientes para la realización de la empresa. La rapidez de las diligencias hizo que el mensajero real, portador de la contraorden, alcanzase a Colón en la aldea de Pinos-Puente, a 6 kilómetros de Santa Fe.

Aunque la decisión política estaba tomada, Colón y los monarcas comenzaron las negociaciones de los términos de la expedición. Y éstas se prolongaron durante unos tres meses. Finalmente, todas las pretensiones del marino fueron aceptadas en las Capitulaciones de Santa Fe, firmadas el 17 de abril de 1492 por Juan de Coloma -secretario de los Reyes Católicos, quien actuó en su nombre- y fray Juan Pérez -en representación de Colón-.

El primer viaje: financiación de la empresa y bases de partida

Una cuestión previa: las Capitulaciones de Santa Fe

El análisis de este transcendental documento ha generado numerosos estudios, siendo el más importante el de Rumeu de Armas.

La interpretación de las Capitulaciones de Santa Fe ha dado origen a diversas controversias. De ellas, quizá la más importante sea la de su mismo carácter. Algunos investigadores propugnan que tuvieron carácter de concesión graciosa de Isabel y Fernando. Otros, en cambio, explican que tenían más bien un carácter de contrato. La diferencia entre ambas concepciones radica en que en el primer caso, los monarcas podían modificar las condiciones de la gracia; mientras que en el segundo, el contrato estaba amparado por el Derecho Natural, que obligaba a su cumplimento incluso a los reyes. Esta cuestión ya se suscitó en tiempos de Colón y de su heredero directo, y entonces tuvo una gran importancia y fue debatida en enconados pleitos. Las investigaciones deducen que las Capitulaciones fueron, en esencia, un contrato.

Cabe plantear otra cuestión, ¿actuaron los Reyes Católicos intentando sortear los términos del Tratado de Alcaçovas? Aunque son numerosas las hipótesis planteadas, los Reyes se titularon en las Capitulaciones «señores de los mares océanos», denominación excesiva y contraria al referido tratado:

  • En primer lugar, se reconoció a Colón el título de Almirante en todas las islas y tierras «que por su mano e yndustria se descubrieran o ganaran», como dice el mismo documento. Sus prerrogativas serían iguales a las del Almirante de Castilla, y las obtendría con carácter hereditario para sus sucesores. No es un título puramente honorífico sino que era el título de mayor jerarquía dentro de la nobleza castellana, pero también llevaba anejos importantes derechos económicos.

  • También le correspondió al marino el título de Virrey y Gobernador General de todas las tierras que descubriese, con la facultad de proponer ternas de candidatos a la elección real para cubrir todos los cargos de gobierno que debieran nombrarse en dichas tierras.

  • Le tocó la décima parte de todas las riquezas que se descubriesen y la misma proporción de los beneficios del comercio en los límites del Almirantazgo.

  • Le fue asignada la facultad de juzgar en toda una serie de litigios que se suscitasen en torno a las citadas mercancías.

  • Y se le permitió «contribuir con la octava parte en la armazón de navíos que fueran a tratar y negociar a las tierras descubiertas. A cambio recibiría otra octava parte de las ganancias».

Todas estas concesiones estaban condicionadas por el éxito de la empresa. Pocos días después, el 30 de abril del mismo 1492, los Reyes Católicos ampliaron aún más dichas gracias, convirtiendo en hereditario el título de Virrey y reconociéndole la categoría de «Don». Y en 1495, los monarcas accedieron a su pretensión de tener la exclusividad para fletar expediciones de descubrimiento, aunque fue una prerrogativa que le duró muy poco tiempo.

En conjunto, son unas concesiones desorbitadas, que contrastan con la política autoritaria de los Reyes Católicos, intentando limitar las prerrogativas de los poderes internos de sus reinos. De hecho, le reconocieron a Colón -tal como afirma Chaunu, «un inmenso e ilimitado señorío, de tradición feudal, salvo la soberanía de los Reyes, que quedaba muy recortada en sus atribuciones». Sin embargo, reproducía las cartas de donación concedidas por los reyes de Portugal a los que habían descubierto islas al oeste de las Azores.

Cabe destacar, por último, dos omisiones de las Capitulaciones:

  • En ningún momento se especificaron objetivos geográficos. Las referencias a Catay, Cipango o las Indias siempre se encuentran en documentos privados. Se supone que la omisión tuvo por objeto no levantar recelos en Portugal.

  • En segundo lugar, tampoco se habló en ningún momento de intereses de tipo misional, lo que ha alimentado toda una serie de elucubraciones contraponiendo las mentalidades de Colón y la de los Reyes Católicos.

Los preparativos

Entre los documentos expedidos por los Reyes Católicos el 30 de abril de 1492 sobresale una provisión dirigida a los vecinos de Palos de la Frontera, que les ordenaba servir con dos carabelas durante doce meses, en virtud de unas penas impuestas con autoridad. El costo de la expedición fue estimado en 2.000.000 de maravedís, más el sueldo de Colón. En contra de la idea popular de que fue sufragado por «las joyas de Isabel la Católica», la mitad de dicho dinero lo prestó el ya citado Luis de Santángel con fondos de la Santa Hermandad, la cuarta parte la aportó el mismo Colón -que los pidió prestados-, y la cantidad restante probablemente la derramaron banqueros y mercaderes italianos residentes en Andalucía.

La provisión del 30 de abril de 1492 fue leída el 23 de mayo de dicho año en la iglesia de San Jorge, en Palos, hecho que se puede considerar como el inicio de la partida de la expedición.

Colón comunicó las órdenes reales que traía para las otras autoridades de los demás puertos del Atlántico andaluz, conminándoles a que le auxiliasen en cuanto fuera menester. De todas formas, ni los hombres de Palos de la Frontera, ni los de los demás puertos se mostraron dispuestos a prestarle su colaboración: por el objetivo indeterminado del viaje y por el hecho de que Colón fuese desconocido para los marineros de la zona, lo que hacía que no confiasen en absoluto en él.

En estas condiciones, resultó fundamental la ayuda que le prestaron los hermanos Pinzón, cuya amistad le procuraron los monjes de La Rábida. Los Pinzón eran marinos que habían ganado grandes riquezas y prestigio como comerciantes de salazones -desde los mares del norte hasta Italia-, como corsarios e, incluso, por haber participado en las recientes guerras contra Portugal. Colón también contó con la ayuda de los Niño y los Quintero.

Martín Alonso Pinzón tuvo una intervención tan decisiva tanto en la recluta de hombres como en la de barcos que Colón le prometió que partiría con él las ganancias de la expedición.

Si bien Colón mandó embargar unos barcos en Moguer, no los debió utilizar. Al parecer, fue Martín Alonso Pinzón quien contrató los barcos definitivos, pues él conocía bien las condiciones de los navíos de la región, y es posible que los hubiera tenido a su servicio. La expedición partió con tres barcos, dos carabelas y una nao: una flota de configuración similar a la utilizada por Bartolome Dias en 1487-1488.

La nao era La Gallega, rebautizada como La Santa María, propiedad de Juan de la Cosa, natural de Santoña, pero vecino del Puerto de Santa María.

La carabela de menor tonelaje era La Santa Clara, rebautizada como La Niña, propiedad de Juan Niño, vecino de Moguer, y la pagaron los vecinos de Palos.

La Pinta era de Cristóbal Quintero, vecino de Palos, y probablemente fue requisada, pues su dueño iba en el viaje «de mala voluntad».

Sobre las características técnicas de estos barcos hay estimaciones bastante divergentes, ya que a veces resulta difícil señalar las equivalencias entre las medidas antiguas y las actuales:

  • La Santa María tenía una eslora de 29 metros, tres palos, velamen redondo y un tonelaje que Morrison estimó en más de 100 tm. de arqueo -capacidad de carga de 100 toneles-, y que, en cambio, Molinari afirmó que era de 325 tm. Fue comandada directamente por Colón; su contramaestre fue Juan de la Cosa y los pilotos, Sancho Luis de Gama y Bartolomé Roldán.

  • La Pinta tenía una eslora de 22 metros, tres palos, velamen redondo y la mitad de tonelaje que La Santa María. Fue capitaneada por Martín Alonso Pinzón, el contramaestre fue su hermano Francisco Martín Pinzón y el piloto, Cristóbal García Sarmiento.

  • La Niña tenía una eslora de 24 metros, desplazaba un tonelaje algo menor que La Pinta. Tenía tres palos con velas latinas, pero fueron cambiadas en la escala de Canarias por otras redondas. Fue mandada por Vicente Yáñez Pinzón, su contramaestre fue Juan Niño y el piloto, tal vez, Pero Alonso Niño.

Según Alicia Gould, partieron 87 tripulantes y otros 9 marinos. No obstante, otros investigadores han elevado la cifra de expedicionarios hasta 120 hombres. En su mayor parte, los tripulantes eran andaluces, de Palos y localidades vecinas, aunque había algunos vascos y hombres de otras procedencias. También viajaron cuatro penados -un homicida y tres acusados de cohecho. Asimismo, la expedición contó con un médico, un cirujano, un escribano, un intérprete que conocía el árabe y el hebreo; en cambio, no se embarcó ningún sacerdote, lo que ha dado lugar a toda una serie de disquisiciones sobre los objetivos del viaje y la mentalidad de Colón.

Venturas y desventuras de un viaje decisivo

Del primer viaje de Colón se conserva un documento excepcional, el Diario que redactó el propio descubridor, gracias al resumen del mismo que realizó fray Bartolomé de las Casas. Las Casas recogió todo lo esencial y los detalles que le parecieron de interés, reproduciendo literalmente un número muy considerable de párrafos. Pese a que la copia que utilizó el regular tenía una letra en ocasiones confusa, la rigurosidad de su trabajo, junto a otros indicios. El transcriptor utilizó el Diario en su Historia de las Indias, lo que ha permitido complementar su resumen, así como los datos ofrecidos por la menos fiable versión del hijo de Cristóbal, Fernando Colón.

La expedición partió de Palos el 3 de agosto de 1492. Tras oír misa, los tripulantes se trasladaron en botes a las naves, que estaban ancladas en la barra de Saltés, frente a la Punta del Sebo. Los primeros augurios no fueron demasiado positivos, porque apenas tres días después se desencajó el timón de La Pinta, quizá de forma intencionada. Ello obligó a la expedición a detenerse en las Canarias, islas a las que llegaron el 9 de agosto. Las reparaciones duraron casi un mes. Mientras tanto, se procedió al cambio del velamen de La Niña. El jueves 6 de septiembre, los expedicionarios partieron desde La Gomera hacia lo desconocido, aunque una calma les obligó a permanecer dos días prácticamente parados frente a las islas. El 9 de septiembre, favorecidos por los alisios, pusieron proa hacia el oeste, perseguidos por el rumor de que una flotilla portuguesa de tres carabelas los estaba buscando. El día 17 arribaron a los Sargazos, lo que alimentó las expectativas por llegar pronto a tierra. La frustración de esta esperanza hizo surgir la inquietud entre los tripulantes. Paradójicamente, el desasosiego derivaba también de la regularidad y la fuerza del viento de popa, pues ello les hizo temer no poder hallar vientos favorables para el viaje de regreso. Por ello, Colón, tal como escribió en su Diario, celebró durante la travesía la existencia esporádica de vientos contrarios. Asimismo, para tranquilizar a sus marineros, tomó una segunda precaución: con relativa frecuencia se preocupó por comunicar de manera oficial a los tripulantes estimaciones de distancias navegadas menores a las reales, anotando las verdaderas en secreto.

Desde el 25 de septiembre crecieron considerablemente las murmuraciones. Y el 6 de octubre estalló un motín que únicamente pudo ser dominado cuando Martín Alonso Pinzón impuso su firmeza. La inestabilidad volvió a resurgir, no obstante, cuatro días después, el 10 de octubre; pero entonces, Colón ya había tomado una decisión, que fue fundamental. El mismo día de la revuelta, Martín Alonso Pinzón propuso cambiar el rumbo, pero Colón se negó. Sin embargo, el día siguiente vio algunas bandadas de pájaros y optó por dirigirse hacia el sudoeste. Y acertó plenamente, pues de no haber variado la ruta, la flota habría ido a parar, bien a la península de Florida (con mucha suerte), o bien al centro mismo del Atlántico, ya que con toda probabilidad la corriente del Golfo les habría desviado de cualquier destino continental.

Después de muchas causalidades, por fin, la noche del 11 al 12 de octubre Colón afirmó haber visto una luz en la lejanía, por lo que ordenó a la tripulación que redoblase su vigilancia e incrementó los premios para el primero que avistase tierra. Y a las dos de la madrugada, Juan Rodríguez Bermejo, conocido como Rodrigo de Triana, dio la voz de «tierra»: una isla coralina del archipiélago de las Bahamas, que bautizó con el nombre de San Salvador.

Sobre la travesía, cabe plantear que descontando los dos días de calma que estuvieron frente a las Canarias, habría durado 34 días de navegación por mares desconocidos. Una navegación puramente a la estima, intuitiva, pues Colón calculó las distancias navegadas a ojo (todavía no existía la corredera). El descubridor siguió el paralelo 28º N. -el de La Gomera- por las expresas órdenes de evitar la infracción del tratado con Portugal. Un ruta tan acertada que fue la que siguieron prácticamente todos los convoyes que se dirigieron al Nuevo Mundo en los siglos posteriores. Si acaso, un rumbo algo más meridional, pues la línea apuntada se halla en el límite entre los alisios y las calmas. En el segundo viaje y en las travesías posteriores, los navegantes buscaron la fuerza del alisio del noreste un poco más al sur, partiendo de los 28 º N. de La Gomera para trazar un gran arco que llevaba a los 13 ó 14 º N., en las Pequeñas Antillas.

El viaje fue relativamente rápido, a una velocidad comparable a la que lograron los convoyes de los siglos XVI y XVII, lo que ha dado lugar a todo tipo de comentarios, alimentando las suposiciones de que Colón conocía lo que estaba haciendo. De todas formas, al despertar el alba el 12 de octubre, Colón creyó ver el extremo oriental de las tierras descritas por Marco Polo, sin tomar conciencia, como quizá nunca la tomó, de que estaban ante unas costas nunca antes avistadas por europeos.

La idea de un viaje entre Europa y Asia, atravesando el Atlántico, fue una hipótesis manejada ya por los sabios clásicos. Aristóteles, por ejemplo, escribió, después de demostrar la esfericidad de la Tierra, que se podía navegar de las Columnas de Hércules a las tierras del Extremo Oriente en pocos días. Y Séneca hizo alusión en repetidas ocasiones a dicha posibilidad. Por ejemplo, en Medea escribió unas líneas ciertamente proféticas: «Llegará el momento en que las cadenas del Océano caigan a un lado y un vasto continente sea revelado, en que un piloto descubra nuevos mundos y Tule deje de ser el último extremo de la Tierra». Y en la misma línea, también dejó escrito: «En realidad, ¿qué distancia hay entre las playas extremas de Hispania y las de la India? Poquísimos días de navegación, si sopla para la nave un viento propicio».

La idea de encontrar las Indias atravesando el Atlántico no era nueva. Fue manifestada tanto en la época clásica como en vísperas del proyecto colombino. Pero el problema en ambos momentos fue el mismo: que alguien quisiese y lograse llevarla a la práctica. Es decir, «los más osados admitían que el viaje a China, rumbo al oeste, podía hacerse, y unos cuantos opinaban que debía hacerse; pero nadie cuidó de intentarlo, hasta que el joven genovés Cristoforo Colombo comenzó a importunar a la gente para que financiara el proyecto».

En la mañana del 12 de octubre de 1492 Colón llevó a la praxis la travesía del Atlántico. El presuntamente genovés, Martín Alonso Pinzón, Vicente Yáñez y el escribano desembarcaron en San Salvador.

Tras esta primera toma de contacto con las tierras del Nuevo Mundo, la expedición se dedicó a explorar la zona. Y a partir del día 14 descubrió cuatro nuevas islas que Colón bautizó con nombres religiosos y políticos: Santa María de la Concepción (actualmente Cayo Rum), la Fernandina (Long), Isabela (Crooked) y Juana (Cuba). Según Morrison, Colón actuó con rectitud lógica y teológica a la hora de las designaciones. La primera isla recibió el nombre de Cristo; la segunda, el nombre de la madre de Dios en el misterio franciscano de la Inmaculada Concepción; y después fueron honrados el rey Fernando, la reina Isabel y el príncipe heredero Juan.

Colón llegó a Cuba, isla que en un primer momento identificó con la ansiada Catay. Exploró la costa occidental y envió desde allí una delegación que debía entrevistarse con el Gran Khan, pero que no encontró más que a un cacique local cuya riqueza no satisfizo las expectativas de los españoles. Dicha embajada sí se llevó una gran sorpresa ya que por primera vez los europeos vieron a los indígenas fumar tabaco.

En esos momentos las desavenencias entre Colón y Martín Alonso Pinzón llegaron a su punto culminante. Y el 21 de noviembre este último decidió separarse de aquél, aprovechando las mejores condiciones marineras de La Pinta en comparación con las de La Santa María. Y comenzaron a buscar cada uno por su cuenta los orígenes de ese oro del que habían encontrado indicios tan abundantes como imprecisos.

Primero Martín Alonso Pinzón, y poco después el propio Colón arribaron a Haití, a la que éste bautizó como La Española. En ella encontraron mayores indicios de oro y algunos caciques con un ceremonial más desarrollado.

Sin embargo, los planes de Colón se vieron profundamente alterados de la noche a la mañana del día de Navidad, por un lamentable accidente. Una falta de atención del piloto de La Santa María propició que la nao encallase y fuese imposible recuperarla. Los expedicionarios pudieron salvar el cargamento y los materiales de la embarcación. No obstante, como en La Niña no había espacio para los tripulantes de la nao, Colón hubo de tomar una importante decisión: fundó la primera colonia en tierras del Nuevo Mundo, el Fuerte de Navidad, donde quedaron 39 hombres al mando de Diego de Arana.

El 4 de enero de 1493, Colón decidió emprender el viaje de regreso. Dos días después se reencontró con La Pinta, y ambos bandos decidieron unirse de nuevo. Y aunque recibieron noticias de la existencia de nuevas islas y de que a diez días de navegación en canoa desde Jamaica había tierra firme, el marino supuestamente genovés persistió en su intención de volver al Viejo Mundo.

El 16 de enero la expedición emprendió la travesía de vuelta. El regreso fue más difícil que la ida, pero Colón demostró sus expertas cualidades marineras al llevar sus barcos al Mar del Te, en busca de los vientos del oeste, cuya existencia quizá conociera durante su estancia en Portugal o, simplemente, según Morrison, descubriese por causalidad: Colón acertó tomando la mejor ruta de vuelta.

El 12 de febrero las carabelas habían alcanzado el suroeste de Las Azores (aunque desconocían su posición). Entonces, les sobrevino una tremenda tormenta, que capearon con grandísima dificultad y que dos días más tarde provocó que se separaran. La situación debió ser tan desesperada que muchos de los tripulantes, temiendo un fatal desenlace, llegaron a realizar votos de peregrinación si lograban salvarse.

El 18 de febrero, La Niña ancló en la isla de Santa María, en las Azores, lo que propició una serie de problemas con las autoridades locales, que apresaron a algunos hombres. Superadas estas adversidades, Colón hubo de enfrentarse de nuevo con seis días de tempestad y acabó llegando el 4 de marzo a las cercanías de la Roca de Cintra, frente a Lisboa, ciudad en la que finalmente se vio obligado a entrar. Allí se entrevistó con Juan II quien, con amenazas y promesas, trató de beneficiarse del descubrimiento. Pero Colón logró superar las presiones del soberano luso, aduciendo su condición de Almirante de Castilla y demostrando que su viaje no había tenido como lugar de destino Guinea, sino que venía del oeste, de las Indias. «Parecía a todos que había ganado la carrera hacia el objetivo tan ambicionado por Portugal».

El 15 de marzo entró en Palos, 32 semanas después de su partida, pocas horas antes de que lo hiciese Martín Alonso Pinzón con La Pinta. El éxito del viaje fue conocido de inmediato a todos los niveles. Colón informó a los Reyes Católicos en Barcelona, a finales de abril. Isabel y Fernando le confirmaron todos los privilegios admitidos en las Capitulaciones de Santa Fe. La noticia del viaje se extendió por toda Europa con la impresión de una carta de Colón que lo resumía, reeditada once veces en pocos meses.

Posteriores viajes de Cristóbal Colón

Primera expedición colonizadora

El segundo viaje de Cristóbal Colón hacia las tierras recién descubiertas tuvo características muy diferentes al anterior. Fue preparado febrilmente, con un importante volumen de recursos de todo tipo, y con la mirada puesta en el rival portugués.

Cuantiosos préstamos fueron solicitados para sufragar los costes de la expedición. Entre los prestamistas destaca un banquero italiano a cuyo servicio trabajaba un hombre: Américo Vespucio.

El organizador de este segundo viaje fue Juan Rodríguez de Fonseca, arcediano de Sevilla. Un acérrimo partidario del autoritarismo regio que acabó enfrentándose con Colón y que, para desgracia de éste, se encargó de dirigir todas las cuestiones relativas al Nuevo Mundo hasta los primeros tiempos del reinado de Carlos I.

Las expectativas originadas por el éxito del primer viaje provocaron un aluvión de solicitudes de candidatos a integrar la tripulación de los distintos barcos integrantes de la flota. La organización decidió limitar el número de expedicionarios a 1.000 hombres, de los cuales 800 habían de ser soldados. No obstante, estas previsiones quedaron finalmente cortas, pues, al parecer, acabaron embarcando más de 1.200 hombres en un total de 17 buques, de los cuales 14 eran carabelas y 3 naos. La flota quedó bajo el mando de Colón y Pero Alonso Niño fue nombrado piloto mayor. Junto a los soldados, también formaron parte de la expedición hidalgos en busca de fortuna, labradores con animales, aperos agrícolas y semillas, artesanos con sus instrumentos, y un grupo de religiosos bajo la dirección de un benedictino de Montserrat.

En suma, la Monarquía Hispánica pretendía iniciar una auténtica colonización. Por ello, los Reyes Católicos le ordenaron a Colón que favoreciese la conversión y el buen trato a los indios, y que promoviese la fundación de una colonia cuyo comercio sería monopolio compartido de ellos y del propio descubridor (siguiendo el modelo portugués de La Mina). Los monarcas concibieron la segunda «empresa de Indias» como un negocio mixto, estatal-colombino, para el rescate de oro y mercancías valiosas reservadas a la Corona. Y para velar por los intereses de la Real Hacienda incluyeron en la expedición a un teniente de los Contadores Mayores y planearon la creación de aduanas en las tierras recién descubiertas y en Cádiz. Asimismo, también ordenaron a Colón que prosiguiese «los descubrimientos más al sur, buscando la tierra firme meridional sin el impedimento de Alcaçovas».

La Armada acabó organizándose, con algunas dificultadas dada su magnitud, en los puertos más importantes del Atlántico andaluz: Sevilla y Cádiz. Finalmente, la expedición partió de esta última ciudad el 25 de septiembre de 1493, y durante un tiempo fue escoltada por la flota de guerra hispánica, a fin de evitar la posibilidad de un ataque portugués. El 13 de octubre el convoy dejó atrás las Canarias y después de 21 días de navegación arribó a la isla que Colón bautizó con el nombre de Deseada.

En este segundo viaje a las Indias, Colón varió ligeramente el rumbo, eligiendo una ruta algo más meridional. Aunque no se conocen los motivos, los investigadores plantean diferentes hipótesis:

  • Que Colón quería aprovechar mejor la fuerza de los alisios.

  • Que los Reyes Católicos ya no temían un posible conflicto con la Monarquía portuguesa, amparados por las Bulas Inter caetera otorgadas por Alejandro VI.

  • Que Colón buscaba encontrar nuevas islas intuidas en su primer viaje, o quizá arribar a la parte meridional de Cipango, que tenía fama de ser especialmente rica en oro.

Tras llegar a la isla Deseada, la expedición recorrió casi todo el arco de las Antillas Menores hasta Puerto Rico, realizando un trayecto que se convertiría en la ruta habitual de todos los convoyes posteriores. Y el 22 de noviembre llegó a La Española. Allí, los españoles se llevaron una desagradable sorpresa al comprobar que el Fuerte de Navidad había sido arrasado y que toda su guarnición había perecido. Probablemente, las disensiones entre los castellanos y la acción de los indígenas, víctimas de sus desmanes, fueron los dos motivos que propiciaron la destrucción del fuerte y la muerte de sus habitantes.

El 6 de enero de 1494, Colón fundó el primer asentamiento hispánico en el Nuevo Mundo, que fue bautizado como La Isabela, al norte de la actual República Dominicana. Y poco después fundó otros más al interior de la isla, con la intención de controlar a los indígenas que mantenían una actitud hostil.

En este segundo viaje, Colón exploró a fondo las islas del Caribe, bien personalmente, bien mediante el envío de expediciones dirigidas por distintos capitanes. Prestó especial atención por la isla de Cuba, la cual no quiso circunnavegar a fin de mantener la ficción de que había pisado tierra firme. De hecho, obligó a toda la tripulación a firmar un documento jurando que las costas de Cuba eran tierra firme. Además, desde ella, parece que contempló la posibilidad de retornar a España navegando hacia el oeste.

En este segundo periplo por las Indias, aunque llegó a reconocer que La Española no era en absoluto Cipango, Colón siguió mostrando cierto empeño por identificar lugares más o menos míticos o sacados de la obra de Marco Polo. Por ejemplo, identificó la isla de Jamaica con la bíblica Saba -añadiendo que desde ella salieron los Reyes Magos en su viaje a Belén-. Y creyó ver los montes Ofir de Salomón en Haití.

Los investigadores discrepan sobre si Colón llegó a descubrir Sudamérica en esta segunda «empresa de Indias». Algunos autores defienden que llegó a la isla Margarita, aunque ocultó dicho viaje para no tener que dar al fisco regio la parte que le correspondía de un importante botín en perlas. Otra característica fundamental de este primer viaje colonizador es que Colón hubo de enfrentarse a toda una serie de problemas hasta entonces inéditos, relacionados con la oposición de sus propios compañeros de expedición. El descontento fue causado fundamentalmente por cuatro motivos:

  • Por las propias dificultades del viaje, sobre todo, para quienes no tenían ninguna experiencia marinera.

  • Por las inconveniencias relacionadas con la aclimatación de los castellanos a una tierra tan distinta desde el punto de vista puramente ecológico. La adaptación al suelo americano de las especies mediterráneas -como los cereales o la vid- fracasó y los colonos sufrieron para acostumbrarse a la dieta indígena.

  • Por la dureza de los trabajos de construcción de los asentamientos, en los que todos los expedicionarios hubieron de participar, independientemente de sus grados o privilegios.

  • Y porque Colón se mostró en todo momento decidido a hacer efectivo el monopolio real, que también obraba en su propio beneficio, impidiendo el enriquecimiento particular y frustrando de tal manera cualquier ilusión de hacer fortuna en las nuevas tierras.

Ante esta situación, el 2 de febrero de 1494 decidió enviar a España una expedición compuesta por 12 barcos, a fin de solicitar auxilio a los Reyes Católicos, y ya entonces tuvo que someter un intento de motín de quienes pretendían apoderarse de los navíos para regresar a Castilla.

Colón quizá albergara la esperanza de que el descontento amainaría con la vuelta de la expedición de socorro. Sin embargo, la realidad fue bien diferente. En la expedición que regresó a España fueron incluidos algunos de los descontentos, y éstos se dedicaron a desprestigiar la labor de gobierno del Almirante ante los monarcas. La expedición de auxilio llegó a las Indias el 24 de junio del mismo 1494, con Bartolomé Colón al frente. No obstante, el prestigio de Colón fue puesto aún más en entredicho cuando los indígenas de La Española se sublevaron en respuesta a los constantes excesos de los colonos. Reprimida la rebelión, 500 indígenas fueron enviados a España para ser vendidos como esclavos. Los Reyes Católicos prohibieron su comercialización hasta que se determinase la licitud de dicho proceder. Pero en La Española algunos indígenas ya estaban siendo utilizados como esclavos, lo que dio origen al debate sobre el trato que los castellanos debían proporcionar a la población de las tierras recién descubiertas.

Por otra parte, Colón impuso a las tribus indígenas el pago de un tributo en algodón y polvo de oro; una contribución a todas luces excesiva, pues el oro no abundaba y los trabajos de extracción de las arenas y gravas de los ríos era tan agotadores que la población comenzó su declive.

Los socorros enviados a Colón desde la corona hispánica siguieron llegando. No obstante, aunque los Reyes Católicos remarcaron en todo momento el interés misional de la colonización, sea por la incertidumbre de las noticias que tenían sobre el Almirante o porque los beneficios de la empresa no llegaban a compensar el coste de las sucesivas expediciones de auxilio, el caso es que los monarcas dictaron toda una serie de disposiciones que suponían una liberalización de los viajes y del comercio con el Nuevo Mundo, violando claramente los términos de las Capitulaciones de Santa Fe.

Las protestas de Colón hicieron que algunas de las disposiciones citadas fuesen suspendidas, pero movieron, asimismo, a los reyes a enviar al Nuevo Mundo a un comisario real -Juan de Aguado- con la misión de fiscalizar las actuaciones del Almirante y pasar informes sobre la situación del proyecto. Los roces de Colón con Aguado fueron inevitables y llevaron al Almirante a emprender la ruta de retorno a Castilla el 10 de marzo de 1496, llegando a Cádiz el 11 de junio siguiente.

Colón se entrevistó con los Reyes Católicos en Burgos, organizando una exótica puesta en escena. Apareció rodeado de indígenas antillanos, con vistosas aves tropicales y vestido como un fraile franciscano. Fonseca y su grupo, que querían hacerse con el dominio de la «empresa de Indias», criticaron el comportamiento y la gestión de Colón, se quejaron del excesivo gasto y el escaso provecho de la expedición colonizadora y dudaron de la existencia de oro en las tierras descubiertas. Y el Almirante se defendió colocando en primer término la ingente labor misional que cabía realizar entre los indígenas e intentando demostrar las posibilidades económicas de la empresa (afirmando la abundancia de oro, palo brasil e incluso especias).

La búsqueda de la tierra firme

Colón logró salir airoso de este primer intento de descalificación y vio confirmados todos sus privilegios en virtud de un documento datado el 23 de abril de 1497. Y por disposición de los monarcas, comenzó a preparar su tercer viaje, con medios más modestos y un objetivo muy claro: encontrar tierra firme.

Sin embargo, la partida se retrasó por los preparativos de las bodas de los hijos de los reyes y otros asuntos que ocupaban su atención y comprometían sus rentas. Y ello pese a que existían razones que aconsejaban no dilatar la expedición, como por ejemplo, que el 8 de julio de 1497 partió de Lisboa Vasco de Gama con el objetivo de llegar a la India circunnavegando África.

Según diversos investigadores, Colón aprovechó el ínterin para enriquecer su formación erudita, pues se dedicó a buscar argumentos que apoyasen su proyecto en las obras que ya hemos citado de Marco Polo, Eneas Silvius Piccolomini y Petrus Alliacus. El descubridor quiso reforzar sus posiciones ante la aparición de voces disconformes en la corte, que afirmaban que no había arribado al Extremo Oriente -tal como pretendía-, y ni siquiera se había acercado a sus proximidades.

Las discusiones que mantuvieron ante diversos testigos el propio Colón y su amigo, el sacerdote y cronista Andrés Bernáldez, son buena muestra de ello. Bernáldez concluía que las Indias estaban 1.200 leguas más allá de las tierras a las que había llegado, por lo que no podían pertenecer a Asia. En este sentido, en 1495 el profesor de Salamanca Francisco Núñez de la Yerba había publicado una edición de la Corographia de Pomponio Mela, con un prefacio en el que manifestaba su opinión de que la tierra hallada 45º al oeste era llamada «India» de manera abusiva por algunos. Y poco después, Rodrigo de Santaella, fundador de la Universidad de Sevilla, había escrito una introducción a la obra de Marco Polo en la que insistía en que las tierras descubiertas por Colón no eran la India. Otros testimonios similares coexistieron con éstos por aquellas fechas.

Tras muchas vicisitudes, la flota quedó lista para la partida. Colón logró finalmente conseguir tripulación suficiente para el viaje cuando los monarcas promulgaron el perdón para los delincuentes que no hubiesen cometido delitos especialmente graves y quisiesen enrolarse en la expedición.

La expedición se dividió en dos grupos. Dos de las ocho naves que componían la flota partieron para el Nuevo Mundo en febrero de 1498, llevando diferentes pertrechos. Y el resto inició la singladura el 30 de mayo de 1498 desde Sanlúcar de Barrameda. La ruta seguida en esta ocasión fue un tanto extraña. Quizá para burlar a una armada francesa, las naves se dirigieron primero hacia las islas Madeira. De allí pusieron rumbo a las Canarias, donde la flota volvió a dividirse, pues tres carabelas se dirigieron directamente a La Española y Colón con dos carabelas más y una nao marcharon más al sur, hasta las islas Cabo Verde, desde donde partieron hacia el Nuevo Mundo, llegando el 4 de agosto a la altura de la desembocadura del Orinoco.

En un primer momento, al llegar a estas nuevas tierras, Colón pensó que eran islas, pero pronto dedujo que formaban parte de una masa continental porque ninguna isla podía alimentar el caudal de un río como el Orinoco. Sin embargo, otras preocupaciones -y quizá también problemas de salud- marcaron su rumbo en estos momentos y le llevaron a poner proa hacia La Española.

A su llegada, comprobó que su larga ausencia había complicado aún más la situación. Su hermano Bartolomé, como adelantado, tuvo que hacer frente a una sublevación capitaneada por Francisco Roldán; una rebelión que aún coleaba cuando el Almirante llegó y que tuvo que zanjar firmando una humillante capitulación en la que se sometía a las exigencias del cabecilla.

La firma de esta desventajosa concordia abrió un nuevo período en la historia de la conquista y explotación del Nuevo Mundo, pues dio pie al reparto de tierras entre los colonos, les concedió el derecho a utilizar a los indios para realizar trabajos forzados en el laboreo de las tierras y el trabajo en las minas (lo que ha sido considerado como el más directo precedente de la encomienza), y les dio libertad para proceder a la extracción de oro.

Colón tuvo que enfrentarse con otras sublevaciones de menor entidad, las cuales sometió ejecutando a sus cabecillas. Pero ante el progresivo deterioro de su posición, acabó solicitando a los Reyes Católicos el envío de un juez especial (lo que equivalía a reconocer su impotencia para dominar las disidencias).

No obstante, antes de recibir la petición del Almirante, los monarcas ya habían decretado dicha medida; decidieron nombrar juez pesquisidor a Francisco de Bovadilla, comendador de Calatrava, quien todavía tardó algún tiempo en iniciar un viaje que le llevó a Santo Domingo el 24 de agosto de 1500.

A su llegada, Bovadilla destituyó a Colón y a sus hermanos de sus cargos. Confiscó todos los bienes del descubridor y le sometió a proceso sin darle posibilidad de defenderse, acusándole de tiranía y malos tratos contra los colonos. Los Colón llegaron a temer por sus vidas, pero finalmente fueron embarcados hacia Castilla, cargados de grilletes. Entretanto, Bovadilla accedió a todas las peticiones de los rebeldes: dio plena libertad para buscar oro, vendió tierras e hizo «generosos» repartimientos de indios.

Los Reyes Católicos desautorizaron semejantes medidas y la dureza utilizada contra Colón. Decidieron destituir a Bovadilla, nombrando en su lugar a Nicolás de Ovando. Y aprovecharon la coyuntura para retirarle a Colón la mayor parte de sus prerrogativas. De todas formas, para entonces el marino ya había perdido el monopolio de los descubrimientos, pues en 1499 los monarcas autorizaron distintas expediciones que estudiaremos más adelante bajo el epígrafe de los viajes menores o andaluces.

Un postrer viaje

No parece que Colón desease volver al Nuevo Mundo, sobre todo, porque sus achaques le molestaban cada vez más. Tras la vuelta de su tercer periplo, se dedicó a reivindicar sus derechos ante los reyes y a redactar el Libro de las Profecías, que refleja toda su mentalidad mesiánica.

Sin embargo, quizá los últimos logros portugueses -la llegada de Vasco de Gama a la India y el descubrimiento del Brasil por Cabral- le hicieron cambiar de actitud y le movieron a planificar su cuarta y última travesía del Atlántico, un viaje lleno de incidentes. Colón contó de nuevo con el patrocinio de los monarcas para una empresa cuyo objetivo sería la búsqueda por la zona del istmo de un paso hacia la Tierra de las Especias.

Colón empezó a preparar la expedición en octubre de 1501. Contó con cuatro carabelas y unos 140 tripulantes, que salieron de Sevilla el 13 de abril de 1502 y tocaron tierra al otro lado del Atlántico el 15 de junio siguiente. Las instrucciones reales eran explícitas: prohibición de desembarcar en La Española, realizar un viaje rápido de exploración, tomando posesión de las tierras descubiertas, y evitar todo tráfico particular y la captura de esclavos.

Colón viajó por Santo Domingo y el sur de Cuba. Partió hacia el sudeste en busca de lo desconocido y llegó a la isla de Guanaja, en el golfo de Honduras, donde los presagios no pudieron ser mejores. Encontraron una gran canoa de comerciantes, de una cultura mucho más desarrollada que las conocidas hasta entonces. Pero en lugar de dirigirse al norte, lo que le hubiera llevado al Yucatán y México, y le hubiese hecho entrar en contacto con los mayas y los aztecas, Colón siguió al sudeste por las costas de las actuales Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.

No encontró el ansiado estrecho y aunque recogió noticias que le hicieron pensar que se encontraba ante un istmo poco amplio que daba paso a otro gran mar, Colón siguió pensando en la proximidad de Asia.

El viaje fue penoso por las frecuentes tormentas. Y más angustioso aún fue el regreso, pues a las tempestades se unió el problema de la perforación del casco de los navíos por un molusco de las aguas tropicales. Pese a la prohibición de los reyes, Colón puso proa hacia Santo Domingo, dado el lamentable estado de las naves, de la tripulación y su propio estado de salud, bastante delicado. No pudo llegar, empero, a La Española y tuvo que improvisar un asentamiento provisional en la bahía de Santa Gloria, en el norte de Jamaica, el 24 de junio. Allí, la situación llegó a ser crítica. Algunos expedicionarios lograron llegar a La Española en canoas de indios. Pero, enterado de las penurias de Colón y su expedición, el gobernador Ovando se negó a proporcionarle medios para el regreso. Mientras tanto, Colón tuvo que hacer frente en Jamaica a la creciente hostilidad de los indígenas y a la sublevación de la mitad de sus hombres. Al cabo, el 29 de junio de 1504 los supervivientes lograron abandonar la isla y llegar poco después a La Española, arribando finalmente a Sanlúcar el 7 de noviembre de 1504.

El cuarto y último viaje fue, por lo tanto, el más azaroso de los que emprendió Colón. El incumplimiento de los objetivos, las dificultades del viaje y la propia delicada salud del Almirante explican las amargas palabras contenidas en una carta a su hijo Diego, escrita al poco de llegar:

«He servido a Sus Altezas con más diligencia y amor que los que pudiera haber empleado en ganar el Paraíso; y si en algo fallé fue porque era imposible o estaba más allá de mis conocimientos y poder. Dios Nuestro Señor, en tales casos, no pide a los hombres más que buena voluntad».

Desde ese momento, Colón vivió marginado de cualquier empresa ultramarina.

A modo de balance, cabe plantear cuál fue la aportación realizada por Colón y si se puede considerar como el descubridor de América. No se cuestiona que Colón fue el que estableció el contacto irreversible entre el Viejo y el Nuevo Mundo sino que el tema de discusión es si él llegó a tomar conciencia de que se encontraba ante un nuevo continente o si siempre se aferró a la idea de que había llegado al Extremo Oriente descrito por Marco Polo o, cuando menos, a unas islas situadas en sus proximidades.

Según José Luis Comellas, lo importante es lo que descubrió Colón, no lo que creyó haber descubierto. Si no fuese así, no tendría sentido la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América en 1992. Colón hizo una serie de interesantes observaciones de carácter astronómico a las cuales se les ha prestado una menor atención:

  • En cuanto a la estimación de la latitud, Colón cometió graves errores en su primer viaje, impropios de un marino de la época y quizá atribuibles al hecho de que no utilizase correctamente el tosco instrumental disponible. No obstante, en los posteriores viajes fue afinando mucho sus cálculos, observando la digresión de la Polar, por lo que Colón acertó con una precisión que no sería superada por marino alguno hasta la invención del sextante.

  • Menos fortuna tuvo Colón a la hora de estimar las longitudes por fenómenos naturales sincrónicos. En dos ocasiones lo intentó a través de sendos eclipses de luna, pero los resultados fueron muy erróneos, aunque menos de lo que en ocasiones se le achaca.

  • Asimismo, en su primer viaje, Colón descubrió la declinación magnética, aunque entonces no llegó a tener una clara conciencia de su variación en función de la longitud geográfica. No obstante, en el regreso de su segundo viaje, en mayo de 1496, sí tomó cumplida cuenta de esta variación, de manera que pudo saber aproximadamente dónde estaba comparando simplemente la dirección de la estrella y la de la aguja magnética.

  • Realizó importantes observaciones sobre vientos y mareas. Fue el primero en describir las calmas tropicales y los ciclones, y observó las diferencias de las mareas respecto a Europa.

Colón vivió sus últimos días en una situación precaria, hasta que murió en Valladolid el 20 de mayo de 1506.


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