El tema de la representación y el culto a las imágenes aparece tratado en el decreto del Concilio de Trento titulado “Sobre la invocación, veneración y reliquias de los santos, y de las sagradas imágenes”, el cual tendrá una gran repercusión en el arte de la época.
Del breve documento cabe señalar algunas ideas recogidas sobre la función de las imágenes, como es la idea de la instrucción por medio de ellas, recordando dogmas o narraciones bíblicas, así como la posibilidad de adquirir los fieles ciertas cualidades por imitación de los santos representados.
Por otra parte, también trata el decreto de los abusos de las imágenes, estableciendo la supresión de aquellas que contengan errores dogmáticos, el fin de las supersticiones sobre los santos o la inconveniencia de los excesos en las celebraciones festivas.
Asimismo, cabe destacar, por su especial oposición a las ideas protestantes, la clara respuesta contrarreformista a la acusación protestante de idolatría:
“se deben tener y conservar, principalmente en los templos, las imágenes de Cristo, de la Virgen Madre de Dios, y de otros Santos, y que se les debe dar el correspondiente honor y veneración: no porque se crea que hay en ellas divinidad, ó virtud alguna por la que se merezcan culto, ó que se les deba pedir alguna cosa; ó que se haya de poner la confianza en las imágenes, como hacian en otros tiempos los gentiles, que colocaban su esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se dá á las imágenes, se refiere á los originales, representados en ellas” (C. Cañedo-Argüelles, Arte y teoría: la contrarreforma y España, Arte-Musicología, Servicio de Publicaciones, Universidad de Oviedo, 1982, p. 21).
Y es que, además de aclarar la doctrina eclesial católica, el decreto supuso una respuesta a los ataques derivados de la Reforma protestante.