Es un día invernal excesivamente caluroso en esta ciudad del sur, y el sol de medianoche está convirtiendo el estuco de la Biblioteca Central de la Ciudad, de 100 años de antigüedad, en una sombra aún más pálida. Un vendedor ambulante grita en la ajetreada carretera, tratando de sacar algún beneficio a su colección de monedas antiguas y medallas. Mientras subo por la escalera a la planta principal, puedo atisbar una delgada línea del agua de la fuente.
Los ocupantes de la pequeña sala de lectura son todos hombres de mediana edad revisando periódicos en al menos tres idiomas. Los ventiladores de techo emiten un zumbido sordo. Las páginas se agitan. Ningún hombre está mirando su teléfono. Por encima de sus cabezas, un cartel enmarcado ofrece una paráfrasis de una línea del novelista Neil Gaiman:
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… la justicia, no es solo cuestión de fondo. Sobre todo, es cuestión de forma. Así que no respetar las formas de la justicia es lo mismo que no respetar la justicia. Lo comprende, ¿verdad? -Melchor no dice nada; el subinspector esboza una sonrisa tolerante-. Bueno, ya lo comprenderá. Pero acuérdese de lo que le digo, Marín: la justicia absoluta puede ser la más absoluta de las injusticias.