Trabajar en una biblioteca tiene su aquel. De algún modo, se contagian la tranquilidad y la concentración en las salas y, también, el conocimiento acumulado en las páginas, que parece flotar grave en el ambiente. Tradicionalmente, las bibliotecas han sido un espacio de recogimiento, introspección y trabajo intelectual. Un contexto de soledades y erudición.
Ya no.
Tradicionalmente, los bibliotecarios y bibliotecarias (con alopecia y moño, respectivamente; en ambos casos, con gafas) han sido personas hurañas, celosas de sus fondos, escasamente empáticas con sus usuarios, rígidas, y quizá rozando el TOC a la hora de ordenar libros y fichas de catálogo.
Ya no.
Tradicionalmente, los objetos depositados en estanterías que soportan los muros de las bibliotecas o conforman una suerte de laberinto, han sido libros impresos.
Ya no. O al menos, no exclusivamente.
Umberto Eco nos regaló un irónico decálogo en el que se plantea una perfecta antítesis a lo deseable en una biblioteca: impedir el acceso a la información y uso de la información por parte de los usuarios y evitar todo lo posible el contacto de los mismos con los recursos que existen en las bibliotecas. Una biblioteca de espaldas al usuario. Y no. Una biblioteca está de frente y con los sentidos bien abiertos y afinados. Valga, como contrapunto, este otro decálogo de Julián Marquina, que propone la empatía y la felicidad como principio y final de los mandamientos del bibliotecario hoy.
Estos dos ejemplos cinematográficos pueden dar cuenta de la evolución de las bibliotecas y de su forma en el imaginario colectivo: de “custodios del saber” a profesionales de la atención al usuario en su búsqueda de información: Por un lado, Cazafantasmas (1984) y su bibliotecaria en pánico, y, por otro, la futurista La máquina del tiempo (2002), con su eficiente profesional de la información virtual.
Hoy, y cada vez más, las bibliotecas son un espacio de encuentro, de trabajo en grupo, de formación y apoyo, de ocio. Las bibliotecas se reinventan para adaptarse a las necesidades cambiantes del usuario en un contexto de infoxicación.
Especialmente, las bibliotecas universitarias concentran sus energías en acompañar y dar soporte a la docencia y la investigación, sin descuidar la oferta formativa y de espacios para el ocio. Escuchar, desbrozar y devolver la aguja del pajar; dar soporte físico a la interacción social y al trabajo de los estudiantes: disponer el terreno para una buena cosecha de profesionales.
Sin embargo, si bien el acceso a los recursos (dadas las posibilidades que ofrecen las TIC) ha cambiado su forma, su espacio y su tiempo, las bibliotecas 2.0 no suplantan, necesariamente, al modelo tradicional. ¿Por qué no sumar? Existen usuarios que disfrutan y prefieren hacer uso de una biblioteca 1.0, hagamos una biblioteca 3.0.
No podemos obviar la función social de las bibliotecas. Su responsabilidad social. La IFLA (Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios) se refiere al artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (acceso a la información) para justificar su Código de Ética para los profesionales de la información. La formación, alfabetización, respeto a la privacidad, confidencialidad, y transparencia en su relación con el usuario; la justicia y respeto para con el resto de profesionales, están incluidas en el código. Además, su responsabilidad social se extiende al apoyo a las minorías lingüísticas.
Se ha escrito mucho sobre los retos de la profesión del bibliotecario, que corre paralela inexorablemente a la evolución de las bibliotecas. En este completo informe de APEI (Asociación Profesional de Especialistas en Información) se destacan aspectos como el uso y aprovechamiento de las redes sociales y la importancia de los dispositivos móviles, tanto como vía de comunicación con el usuario como en la generación de contenidos y la utilización de estas herramientas en la búsqueda, gestión y organización de la información. También como soporte de lectura y acceso a los contenidos.
Por otro lado, las bibliotecas también son agentes sociales activos y responden a necesidades en forma de servicios, recursos, actividades y espacios: es la biblioteca como centro de la comunidad, en la que confluyan el mundo físico y el digital, para la relación social o el trabajo individual.
Avanzamos hacia la consolidación de los nuevos soportes, en un contexto de comunicaciones y acceso a los recursos multicanal…de momento, el formato mayoritario en nuestras bibliotecas es el papel…el futuro es incierto, pero lo que es seguro es que los formatos “intangibles” le han comido el terreno definitivamente. Hoy, de momento, nos seguimos debatiendo…¿eres más de papel o de formato electrónico?
Magnífico artículo. Un tema apasionante para todos los que hacemos de los libros nuestra forma de vida. Enhorabuena.