“Los arquitectos traducimos los verbos simples: estudiar, trabajar, dormir, comer, encontrarse, disfrutar… a sustantivos: oficinas, escuelas, casas, parques…”. Alejandro Aravena
El arquitecto, en su estudio ELEMENTAL
Cualquiera que recibiese la noticia del Premio Pritzker del chileno Alejandro Aravena (Santiago de Chile, 1968) y después escribiese su nombre en un buscador de internet se quedaría asombrado al encontrar las imágenes de la Quinta Monroy. En la pantalla, un conjunto de humildísimas casitas en una calle polvorienta de una ciudad llamada Iquique. ¿Pero, el Pritzker no iba de museos, de óperas y de rascacielos?. ¿De Nueva York, de Berlín y de Shanghai?.
Pues atentos, porque entre las imágenes de Quinta Monroy hay una especialmente interesante, la clave de la historia de Aravena. En realidad, la imagen es un díptico en el que aparecen las viviendas en su estado original, cuando la constructora entregó la obra en 2004. Al lado, las casas salen retratadas en su estado actual. Los vanos, las terrazas de aquellas casitas, se han convertido en macizos. Donde antes no había nada, ahora hay arquitectura autoconstruida. Un poco chapucera, es cierto: balcones precarios, paredes de chapa, carpinterías baratas… El aspecto, al final, es parecido al de cualquier barrio pobre de una ciudad latinoamericana, a cualquier villa miseria, a eso que en Chile llaman callampas o poblas.
¿Y esto es algo de lo que se pueda presumir?. Claro que sí. El encanto de esas dos imágenes consiste en que el arquitecto acepta con ellas que las casas no son suyas, que son de las familias que se instalaron allí. Y da igual si esta gente sólo sabe de arquitectura cómo levantar una pared porque eso ya es más que lo que sabemos nosotros, ¿verdad?. Cuando necesitaron más metros cuadrados y pudieron pagarlos, los propietarios de la Quinta Monroy ampliaron sus casas a su manera. Como se ha hecho siempre. Ése era el plan.
Quinta Monroy en Iquique a la entrega de los edificios
Quinta Monroy hoy
Aravena y sus cuatro socios -Gonzalo Arteaga, Víctor Oddó, Juan Cerda y Diego Torres- han demostrado con sus diseños urbanísticos y sus viviendas sociales una preocupación por las ciudades y por la humanidad que, ciertamente, habla de una nueva dimensión de la profesión.
Su arquitectura comprometida ha sido merecedora del Premio, que reconoce así su trabajo para solventar problemas de habitabilidad, incluidos los de los afectados por catástrofes naturales, como el terremoto y el tsunami de Chile en 2010.
Aravena ha sido galardonado por una arquitectura que “conjuga hábilmente la responsabilidad social, las necesidades económicas y el diseño de hábitats humanos“.
Su trabajo “da oportunidades económicas a los menos privilegiados, mitiga los efectos de desastres naturales, reduce el consumo de energía y proporciona espacios públicos de bienvenida. Innovador e inspirador, muestra cómo la mejor arquitectura puede mejorar la vida de la gente”, señala el fallo.
Con Aravena el Pritzker envía un mensaje casi contrapuesto al que ha lanzado en otros tiempos: es más urgente aprender bien gramática que escribir la gran novela.
El premio supone una oportunidad única para demostrar que “la arquitectura puede introducir un concepto más amplio de ganancia: el diseño como valor añadido, en lugar de un costo adicional; la arquitectura como un atajo hacia la igualdad”.
“Parte de la adrenalina que sentimos de ser arquitectos es que la ciudad es un mecanismo muy potente de corrección de inequidades. En la ciudad hay factores que permiten mejorar la calidad de vida sin tener que esperar.
Las ciudades se miden por lo que uno puede hacer gratis en ellas. ¿Tengo que hacerme socio de un club para disfrutar de la naturaleza o puedo irme a un parque? El transporte, el espacio público y la vivienda son atajos muy poderosos para corregir la inequidad.” Alejandro Aravena
Entrevista con Alejandro Aravena en “El País”