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Las chicas del radio

El manejo inadecuado del radio fue el causante de convertir a las conocidas como “Radium Girls”, en tristes e involuntarias víctimas de una historia que tuvo lugar en los albores de los felices años 20.

El radio, elemento químico un millón de veces más radiactivo que el uranio, que Marie-Curie consiguío aislar en estado puro en 1898 (y que le acarrearía a partes iguales el éxito del Nobel y  la muerte por cáncer) era la base de una pintura conocida como Undark, con la que las empleadas de la United States Radium Corporation de New Jersey remarcaban los elementos en las esferas de los relojes convirtiéndolos en luminiscentes. Este invento que, entre otras aplicaciones, permitió a los soldados de la I Guerra Mundial consultar la hora por la noche, se hizo más tarde muy popular entre la población civil, cuya demanda del producto trajo aparejada el aumento de la plantilla de trabajadores (casi todas fueron mujeres) que de esta manera quedo expuesta a la temible radiación.

Las ‘chicas’, que desconocían completamente la peligrosidad del producto, llevaban a sus lenguas los pinceles con los que perfilaban los números de las esferas de los relojes para conseguir afinar su trazo, siguiendo estrictas consignas de la fábrica. Pero ahí no acababa todo… en su inocente incosnciencia, jugueteaban pintando sus uñas y dientes con un producto que las convertía en luminosas criaturas al caer la noche.

Grace Fyer fue una de las primeras afectadas por la radiación: pérdida de piezas dentales (9) y terribles dolores en lo que se conocería como mandíbula de radio que la empresa intentó negar, junto con los resto de casos que fueron apareciendo, llegando a insinuar incluso que podían ser efecto de enfermedades de transmisión sexual como la sífilis.

Ante la aplastante y terrible evidencia de los hechos,  la empresa sería condenada finalmente al pago de indemnizaciones en lo que supuso uno de los primeros reconocimientos de los riesgos laborales y los derechos del trabajador por el Congreso de los Estados Unidos.

  • La última “chica radioactiva” falleció en en 1930.
  • Las tumbas de algunas de ellas aún siguen emitiendo radiación.


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… la justicia, no es solo cuestión de fondo. Sobre todo, es cuestión de forma. Así que no respetar las formas de la justicia es lo mismo que no respetar la justicia. Lo comprende, ¿verdad? -Melchor no dice nada; el subinspector esboza una sonrisa tolerante-. Bueno, ya lo comprenderá. Pero acuérdese de lo que le digo, Marín: la justicia absoluta puede ser la más absoluta de las injusticias.

Terra alta / Javier Cercas

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