El 4 de octubre de 1599, a las doce en punto del mediodía, se encuentran en las canchas de tenis públicas de la Plaza Navona, en Roma, dos duelistas singulares. Uno es un joven artista lombardo que ha descubierto que la forma de cambiar el arte de su tiempo no es reformando el contenido de sus cuadros, sino el método para pintarlos. El otro es un poeta español tal vez demasiado inteligente y sensible para su propio bien. ¿Qué tendría que haber pasado para que Caravaggio y Quevedo jugaran una partida de tenis en su juventud? Muerte súbita se juega en tres sets, con cambio de cancha, en un mundo que por fin se había vuelto redondo como una pelota.
«Álvaro Enrigue ha escrito, con Muerte súbita, una novela a la altura de su desmesurada ambición. Se le exige mucho al lector y, como compensación, se le da lo mucho que promete” (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia).
(Fuente: Editorial Anagrama)