MEDIATECA, Apuntes de cine
Meru: Una odisea en el Himalaya
En busca de los límites
“ No conquistamos las montañas, sino a nosotros mismos “
Siguiendo la frase anterior, del montañero neozelandés Edmund Hillary, el primer hombre en culminar la cima del monte Everest (1953), os presentamos Meru: Una odisea en el Himalaya, y que podría ser también “Meru: donde la aventura y los sueños os lleven”. Aventura es una palabra que para el ser humano tiene magnetismo y un gran atractivo especial, y mediante la que se consigue realizar grandes proyectos y afrontar adversidades a base de ingenio y destreza. Así es el caso de Meru: Una odisea en el Himalaya, una hazaña, una aventura llevada al límite. Y puede que, a nosotros, después de disfrutar de la peli desde el sofá, nos incite a programar un viaje de aventura que nos haga ver dónde están nuestros límites. Ya se sabe, cuando la adrenalina y las endorfinas se disparan en nuestro torrente sanguíneo, puede tener consecuencias importantes en nuestros proyectos de viajes y aventura. Esta es una manera de disfrutar del espíritu inconformista del hombre, que siempre quiere ir unos pasos más allá de lo que le depara la cotidianidad. En la literatura y en el cine, la aventura es un tema muy recurrente, que tiene una gran aceptación. Así que hoy os presentamos dos aventuras, una de ellas extrema y otra más modesta.
“Las montañas ayudan a los hombres a despertar de sueños dormidos”
Algunas consideraciones
Hay que destacar varios aspectos del film, Meru: Una odisea en el Himalaya, que les diferencian de otros que han tratado el tema del alpinismo y la escalada. Desde una perspectiva general, se puede decir que es una historia, una travesía magníficamente narrada. Que, por un lado, nos va contando los pasos que la expedición realiza al pico Meru, desde los preparativos a la realización de la travesía. Además, argumentando el porqué de las soluciones a los problemas que van surgiendo en la alta montaña, en un ecosistema muy cambiante y, a veces, imprevisible.
Las imágenes son impactantes y tomadas cámara en mano durante la ascensión, a veces con un tiempo adverso, casi extremo. La aventura, el riesgo y la acción van implícitos en todas ellas. Además, profundiza en la faceta humana de los hombres que forman la cordada, y en aspectos técnicos del alpinismo. Habla también de amistad, lealtad, de vivir al límite y de espiritualidad.
Tres años se ha tardado en montar el film. Destacar a Jimmy Chin y Elizabeth Chai Vasarhelyi como codirectores. Todo ello ha contribuido a que fuera premiada en el Festival de Sundance, un importante festival de cine independiente.
FOTOGRAMAS. Unas pinceladas
Una historia real, de constancia, esfuerzo, deporte y aventura que ronda los límites del atrevimiento del ser humano. Casi siempre es el Himalaya, el lugar elegido para buscar los propios límites. Esta vez es el pico Meru, una cresta muy codiciada por los grandes del alpinismo y de la escalada, y que nadie había coronado, habiendo fracasado todos los intentos.
Tres alpinistas de élite, Jimmy Chin, Conrad Anker y Renan Ozturk formaban la cordada que en el año 2011 intentaron coronar el temible Meru Peak “La aleta de tiburón” como se le conoce en el mundillo del montañismo.
Este será el segundo intento de coronar el intimidatorio pico. Dos de los expedicionarios lo habían intentado anteriormente en 2008, teniendo que abandonar a un paso de la cresta, a escasos 100 metros de hacer cumbre. Fueron sorprendidos por adversidades climatológicas y por el agotamiento físico.
Meru Peak (6.310 m.) no es la altura mayor de la cordillera del Himalaya, ya que es superado por muchos otros “ocho miles”. Desde 1986, todos los intentos de ascensión fracasaron, cordadas de japoneses, británicos, americanos no la pudieron finalizar. Si algo tiene la ascensión al Meru, es la gran dificultad, ya que se tienen que dominar todas las técnicas de escalada, hielo, roca, pared… Y, el tramo último, la parte superior de la aleta de tiburón, es una mole de roca lisa, casi vertical, por lo que se tardarían varias jornadas en realizarla.
El campamento base, hacia el Meru, un lugar privilegiado para observar la imponente mole de roca y hielo. La infraestructura está lista, y el material necesario está reducido al mínimo, a lo imprescindible, serán 90 kilos que habrá que llevar a las espaldas.
Colgados de la pared vertical dentro de la tienda de campaña, su casa a más de 6000 metros de altura, observan el bello y abrupto entorno, mientras esperan el salto final a la cumbre. Pero lo peor está aún por llegar. El mal tiempo y una ventisca les mantendrá varios días resguardados dentro de la frágil tienda, intentando mitigar la ansiedad y alimentándose de las sobras de cuscús congelado…
Nos quedamos aquí, os hemos dado unas pinceladas, ahora desde el cómodo sofá de vuestra casa os toca a vosotros seguir a la cordada al Meru, en una situación límite.
¿Conquistarán la aleta de tiburón?
En defensa de un medio ambiente más limpio
No es de extrañar, por desgracia, subir a zonas de montaña y encontrar contaminación ambiental, plásticos, latas, y todo tipo de restos de difícil degradación en un ecosistema tan sensible como el de la montaña. En el Himalaya, la madre de todas las montañas, en el Everest, donde el campamento base está a más de 5.000 m., existe una gran cantidad de acúmulo de residuos de las expediciones que han transitado por él. En mis experiencias personales, tanto en el Pirineo, como en Sierra Nevada, he encontrado, a más de 3.000 m., restos de plásticos y metales…, especialmente en verano en las zonas de lagunas. Pero también es cierto que hay brigadas de voluntarios, que cada cierto tiempo recorren algunos de estos itinerarios con el propósito de recoger los restos no biodegradables de estos parajes. Las montañas, esos gigantes de piedra, en el que habita una fauna y flora muy especial y sensible, adaptada a la altura y al clima, es un legado que hemos recibido de generaciones anteriores, que tenemos la obligación de proteger y respetar.
Otra de aventuras
Esta es mi aventura personal, que me voy a tomar la libertad de contaros, y que nace de un deseo que me venía rondando en la cabeza desde hace algún tiempo. Casi todos los proyectos de viajes y aventura en equipo suelen surgir con unas cervezas, unas tapas y una buena compañía, y esta no fue la excepción. Mientras la noche avanzaba, entre recuerdos de aventuras en Sierra Nevada en tiempos universitarios y sabores a malta, una idea, que surgió por casualidad, se adueñó del grupo. Consistía en realizar alguna ruta por Sierra Nevada, pero con planteamientos distintos a las realizadas con anterioridad, algo así como la suma de todas ellas…, “hacer a pie la travesía integral de Sierra Nevada, de Este a Oeste”. ¿No es demasiado? Así, a bote pronto, ¿cuántos kilómetros pueden ser? 90 o 100 y en alta montaña, y además subir a pie desde los 800 a 3.000 y 3.400 m. de altura, con un desnivel acumulado que puede rondar los 5.000 m…
¡Acción!, a primeros de agosto nos pusimos en marcha. En el altiplano de Guadix, iniciamos la ascensión por la cara nord-oriental de Sierra Nevada ya avanzada la mañana, pasando por el refugio de Postero Alto, y a la caída de la tarde ya estábamos en el Picón de Jeres a 3.000 m., allí nos dieron la bienvenida una niebla espesa y unas cabras montesas.
El resto de la travesía, seis días caminando por encima de los 3.000 m., durmiendo en vivac, en las múltiples lagunas existentes, que se alimentan del agua del deshielo y de los manantiales que existen en las rocas. Estos espacios eran “nuestro edén”, el lugar de provisión de agua (4 o 5 litros al día). Además, solía ser el lugar donde dormíamos al raso, haciendo vivac con el saco de dormir, y mientras los pies descansaban disfrutábamos del imponente cielo estrellado de agosto, sin conservantes ni edulcorantes…
La jornada transcurría de sol a sol. Con un sol limpio y penetrante como un bisturí, en un lugar carente de sombras. Aprovechábamos la luz de los largos días de agosto para avanzar. Nos movíamos paso a paso por las inestables laderas de los picos, que son un vertedero de piedras desprendidas por la erosión, y que deja un auténtico tobogán de pedruscos de aristas cortantes que suelen rondar los 300-400 metros de desnivel.
A continuación, fueron cayendo casi todos los picos de más de 3.000 m., Atalaya, Puntal de Vacares, Alcazaba, Mulhacén…, hasta llegar al Caballo, en el sector oeste, encima del pueblo de Lanjarón, y vuelta hacia atrás al Veleta y a la estación de esquí.
Una contingencia a resaltar, que pudo haber tenido un desenlace desafortunado en la formidable mole de la Alcazaba. Aquí, decidimos cambiar el itinerario previsto, para hacer la cara Norte, por el gran vasar de la Alcazaba, una especie de repisa muy irregular hecha de grandes piedras desprendidas, y que deja hacia abajo un corte vertical, una caída al vacío de más de 700 m. Después de recorrerla, decidimos volver hacia atrás, por el mismo recorrido, debido a varios factores, cansancio, una mochila de unos 15 kilos a las espaldas…, así que no hicimos la vertiente Oeste de la Alcazaba.
Lo que queda hoy de la travesía integral de Sierra Nevada, de Este a Oeste, es un magnífico sabor de boca, de haber disfrutado durante 6 días de la grandiosidad de Sierra Nevada, de su naturaleza, lagunas y borreguiles, de las noches estrelladas, y de la compañía de un grupo de amigos que compartimos unos momentos intensos de deporte, aventura y amistad.
Y “al sexto día…”, una hamburguesa doble con todos los aditivos, patatas y unas cervezas en el restaurante de Borreguiles. Ya allí, en la estación de esquí, sentados en ”una silla adaptada al cuerpo humano”, de plástico, por supuesto…, toda una recompensa, después de unos días de picar frutas deshidratadas, frutos secos, barritas energéticas y otras zarandajas, de caminar sobre pedruscos…
¡Todo un magnífico y sabroso fin de fiesta!
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