El perro al que enseñaron a hablar y la evaluación durante la pandemia
El Correo Gallego (www.elcorreogallego.es)
Senén Barro y Faraón Llorens
26/04/2020
Senén Barro, Director del CiTIUS-Centro Singular de investigación en Tecnoloxías Intelixentes da USC
Faraón Llorens, Director de la Cátedra Santander-UA de Transformación Digital de la Universidad de Alicante
Cuenta con frecuencia José Antonio Marina la anécdota del profesor que comienza el curso subiendo a la tarima con su perro. Este se tumba a dormir despreocupadamente, mientras el profesor les dice a sus alumnos que trajo el perro a clase porque le estuvo enseñando a hablar durante el verano. Los alumnos se ríen. Durante unos minutos más el profesor insiste en el asunto, y lo hace con tanto énfasis que uno de los alumnos, como creyéndoselo, le pide al perro que diga algo. Sin éxito, claro. Al final el profesor se disculpa, pero dice que no es culpa suya, ya que aunque hizo todo lo posible por enseñarle a hablar, este no aprendió ni palabra.
Esta historia quiere evidenciar que el hecho de enseñar no supone necesariamente que se aprenda. Puede ocurrir que pensando que enseñamos bien, eso no sea así. No olvidemos el más importante de los criterios con los que deberíamos medir la calidad de la docencia: lo que los estudiantes aprendieron de y con sus maestros. Es más, en estos momentos en los que la pandemia nos obligó a estar recluidos en nuestras casas y a pasar a ser forzosamente docentes a distancia, esto aun tiene más valor si cabe.
La docencia durante el confinamiento nos ha planteado un reto mayúsculo. De un día para otro el sistema educativo ha tenido que prescindir de las aulas y de los laboratorios. Mal que bien, la mayor parte del profesorado ha atendido a sus responsabilidades, aunque a menudo sin tiempo y sin conocimientos para poder ir más allá de la digitalización de algunos contenidos y procesos de enseñanza. Sin embargo, de igual modo que un buen periódico digital es muy distinto de un periodismo digitalizado, la educación digital no es la digitalización sin más de la educación tradicional.
En líneas generales, la educación se articula en torno a tres ejes básicos: los objetivos que se persiguen, las acciones que llevamos a cabo para alcanzarlos y la evaluación con la que deberíamos saber en qué medida se han conseguido los objetivos, tanto por parte del alumno como del profesor. La pandemia, al alejarnos de las aulas, ha modificado drásticamente el ámbito de las actividades de aprendizaje, por lo que en algunos casos habrá que replantear los objetivos y también rediseñar la evaluación. En esas andamos. Viendo el lado bueno de las cosas, quizás el hecho de tener que prescindir de las fórmulas clásicas de examinar nos permita repensar la evaluación, planteándola como lo que es, una parte muy relevante del proceso de enseñanza-aprendizaje, que a la vez que nos permite calificar el aprendizaje de nuestros estudiantes, nos ha de dar una medida del éxito de nuestra enseñanza.
No hay un consejo que pueda servir para todos los casos, ni una única forma de evaluar, y menos aún en estas circunstancias. Sin embargo, conviene tener en cuenta algunas cosas antes de nada: 1) Si pensamos que dada la situación en la que se desarrolla la docencia no hay nada que evaluar, es que nada hemos conseguido que aprendiesen; 2) Si creemos que hay que evaluar igual que siempre, salvo por la distancia, será porque pensamos que hemos logrado que los alumnos aprendan igual que siempre, pero desde sus casas; 3) Si no estamos seguros del todo, mejor será que no les exijamos a nuestros alumnos más de lo que han podido aprender porque no hemos sido capaces de enseñarles mejor.
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