Ya estoy a punto de finalizar el libro “Las ardillas de Central Park están tristes los lunes” de Katherine Pancol, último título de la trilogía que forma junto con “Los ojos amarillos de los cocodrilos” y “El vals lento de las tortugas”, que leí en julio. Aunque la novela no tiene nada que ver con mis intereses profesionales, siempre encuentro frases e ideas que rápidamente transfiero a mi campo. Aquí va una de ellas:
“Tocando se aprende a tocar. Olvídate del solfeo y de las clases, parte tu corazón en dos, expándelo sobre el piano, haz llorar a las cuerdas. En el piano, no son los dedos los que cuentan, no son los ejercicios que te obligan a hacer cada día, es el vientre, las tripas… Podrías tener diez dedos en cada mano, que si no tienes el corazón dispuesto a sangrar, dispuesto a susurrar, dispuesto a estallar, no sirve de nada tener técnica… Hay que razonar, hay que suspirar, hay que dejarse llevar, hay que hacer bailar el corazón con los diez dedos. ¡No ser bien educado! !Nunca ser bien educado!”.
Y ¿por qué me ha llamado la atención? Porque estoy dándole vueltas al artículo que con motivo del premio AENUI a la Calidad e Innovación Docente tengo que escribir para la revista de investigación en Docencia Universitaria de la Informática ReVisión. Y en él voy a hablar de la labor del profesor y posiblemente lo titularé “El profesor y los sentidos”, ya que un profesor debe sentir su profesión. Claro que debe conocer las técnicas, leer mucho sobre el tema y conocer experiencias de compañeros, pero al final debe ser él mismo el que aprenda a través de su experiencia propia. Parafraseando la primera frase que he entresacado, a enseñar se aprende enseñando, y para ello hay que utilizar, también, el corazón.
[…] A enseñar se aprende enseñando […]