Los monólogos del profesor
Los monólogos del profesor
(monólogos con-ciencia)
Faraón Llorens
Universidad de Alicante
Los monólogos de la ciencia
15 de octubre de 2015
Congreso Internacional sobre Aprendizaje, Innovación y Competitividad
(CINAIC 2015)
Buenas noches.
Antes de nada quiero pediros disculpas por interrumpiros el aperitivo. Por favor, podéis continuar con las cervecitas y los vinos, por mi no os cortéis. Soy profesor y por tanto estoy acostumbrado a hablar y que no me hagan caso.
Pero fundamentalmente quiero pediros disculpas por el atrevimiento al realizar este monólogo. Tengo que confesaros que … ¡Es mi primera vez! (en serio, es verdad, no estoy utilizando una frase hecha como excusa, aunque en mi juventud sí que la haya utilizado alguna que otra vez). También es la primera vez para CINAIC. Se trata de una actividad que pretende contar de forma entretenida experiencias y situaciones que todos los profesores hemos sufrido. El objetivo por tanto no es hacer ciencia sino concienciar. Por eso los podríamos llamar
monólogos con-ciencia
Para este primer monólogo he elegido, como no podía ser de otra manera, el tema del profesor como protagonista y lo he titulado
los monólogos del profesor
Os pido de nuevo disculpas, pero esta vez porque os he mentido. Antes he dicho que es la primera vez que hago un monólogo, pero es falso. Los profesores universitarios estamos muuuuy acostumbrados a hacer monólogos. Lo que pasa es que los llamamos lecciones magistrales. ¡Así suena más académico! Pero ¿que hacemos en nuestras clases sino monólogos? Hablamos, hablamos y hablamos, y nunca nos cansamos de oírnos. Yo sé que hay que dar la palabra a los estudiantes, que hay que hacerles participar. Y por eso todos los días antes de empezar las clases pregunto ¿alguna duda? ¿algún comentario? ¿alguna pregunta? Pero nada, nada, nada de nada. Silencio absoluto. Es el único momento de la clase en que están todos callados. Y te preguntas ¿estoy solo en la clase? … ¿hay alguien ahí?
Es curioso, pero hasta que no fui profesor y me enfrenté a una clase, no entendí el significado de pregunta retórica. Siempre me había parecido un concepto contradictorio. Para mi no tenía sentido hacer una pregunta sin esperar respuesta. Siempre he pensado que se hacía una pregunta para obtener una respuesta. Pero resulta que no. Que los alumnos han aprendido que si se callan, intentan pasar desapercibidos y esperan el tiempo suficiente, ¡nosotros mismos nos las contestamos! Entonces me pregunto, ¿para que hacemos las preguntas a los estudiantes? ¿No tenemos paciencia para esperar su respuesta? ¿Deberíamos dirigir las preguntas y no dejarlas en el limbo? ¿Señalar a algún estudiante concreto? Sí hombre, ¡y el próximo día no asisten a clase para no tener que enfrentarse a las respuestas!
Tengo comprobado que la mejor manera de hacer que los estudiantes se concentren en la lectura de sus papeles es preguntarles si tienen alguna duda o si alguien quiere salir a la pizarra. ¡Todos bajan la cabeza para no cruzarse con tu mirada! Sí, sí, para que lean los apuntes no tienes que ponerles un problema. Tienes que mirarles a la cara con la intención de preguntarles. Si les pones un problema, se quedan mirándote para ver cuando lo resuelves en la pizarra. Para que escriban en el papel, tienes que mirarles a la cara y preguntar. Así es, ¡el mundo al revés! Habitualmente tienen la mirada perdida en el infinito de la pizarra, o si somos profesores actualizados TICnológicamente, en la pantalla del proyector. Pero en cuanto nos damos la vuelta y hacemos una pregunta, ¡rebuscan interesados en su apuntes!, ¡escribiendo lo que hasta ese momento no habían escrito! ¡No te mira nadie! Y vuelves a pensar, … ¿hay alguien ahí?
Los actores de teatro y los cantantes lo tienen muy claro y nos llevan la delantera en esto. Ponen los focos encarados al escenario, deslumbrándoles y así evitan tener que ver las caras del público. No, es broma, a los profesores nos gusta ver las caras de nuestros estudiantes … ¡Son todo un poema! Cuando estás hablando y ves como atienden y toman apuntes, miras sus caras y … Supongo que también lo habéis pensado alguna vez, pero yo estoy convencido de que los estudiantes desarrollan unas conexiones nerviosas especiales, que van directamente de los ojos y los oídos a la mano, ¡sin pasar por el cerebro! Miran la pizarra, te escuchan y su mano se mueve por los folios como autómatas, pero ¡no saben lo que están escribiendo! Basta mirarles las caras. Y te vuelves a preguntar, … ¿hay alguien ahí (dentro)?
Y voy a continuar con el símil del mundo del espectáculo. Una cosa que los profesores deberíamos copiar de los shows en directo son las risas enlatadas y los aplausos inducidos. Me explico. No sería una mala idea tener un becario (por supuesto, quien si no), que de espaldas a la pizarra y frente a los alumnos, les vaya mostrando grandes carteles con preguntas inteligentes, petición de risas, aplausos y otros efectos motivadores para los profesores. No sé si nuestros alumnos aprenderían más, pero evitaríamos alguna que otra depresión y nuestros egos estarían mejor tratados. Pero mejor dejar el tema del ego de los profesores universitarios para otro momento, que me estoy metiendo en un charco.
Se me llena la boca en congresos de innovación educativa (como este) abogando a favor del aprendizaje activo, pero luego llego al aula y, ¡zasca!, monólogo ¡de DOS horas! que les endiño. Podéis estar tranquilos, este no durará más diez minutos. Como se dice, “del dicho al hecho hay un trecho”. ¿Tan difícil es cambiar la dinámica de las aulas universitarias? ¿No sabemos hacerlo los profesores? ¿No les interesa a los alumnos que cambiemos ya que es más cómodo su papel pasivo? ¿No les interesa a las Universidades ya que así tenemos más alumnos “ocupados”? A veces pienso que lo hacemos por tranquilidad de nuestras conciencias, de forma que pensamos “yo he hecho mi trabajo, si no aprenden es cosa suya”. Perdón, me he vuelto a meter en un charco.
A ver por dónde salgo de estos charcos. Ya sé, me falta hablar de las tecnologías de la información y la comunicación en el aula. Soy un profesor actualizado y utilizo las TIC en mis clases (es que soy informático, pero igual eso no lo debería decir, que no estamos muy bien vistos). Incluso he hecho mis incursiones en la docencia virtual. La verdad es que no sé porque la llaman “virtual”. He acudido al diccionario de la RAE y virtual es aquello “que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente”. ¡Tiene la virtud de producir efecto, pero de hecho no lo produce! ¿Estoy perdiendo el tiempo dando docencia virtual? Otra acepción que no es menos inconveniente dice: “que tiene existencia aparente y no real”. Que no nos oiga ningún vicerrector o nos dirá que nos reconoce “créditos virtuales”. O el gerente nos pagará “nóminas virtuales” (como podéis ver no menciono a los rectores, que en ese charco sí que no me meto). Pero a lo que íbamos, la ventaja de la docencia online es que no le ves la cara (de aburrimiento) a tus estudiantes. Bueno, puedes mirar sus fotos. Yo he tenido de alumno a Bart Simpson … y a Darth Vader, … por nombrar algunos de los más conocidos. Pero centrémonos, que me he vuelto a ir por las ramas. Ahora con la docencia virtual o semipresencial no hago monólogos en directo y por tanto no tengo que sufrir viendo las caras de mis estudiantes. Soy muy innovador y hago “flip teaching” (cuña publicitaria: por cierto, mañana Ángel imparte un taller muy interesante sobre el tema). Suena bien. Esto de poner nombres en inglés le da seriedad. Sí, ¡ahora grabo vídeos! Y así no tengo la necesidad de preguntar si lo entienden. ¡Eso sí que son monólogos!
No en serio, soy profesor porque me gusta aprender y tratar con los estudiantes. Me gusta “el cuerpo a cuerpo”. Ver su entusiasmo por aprender y su vitalidad. Pero lo que más envidio ¡es su juventud! Groucho Marx, en sus particulares memorias tituladas “Groucho y Yo”, escribió que “al año siguiente era un año más viejo y por una curiosa coincidencia, todas las chicas que conocía también habían envejecido un año”. Eso no nos pasa a los profesores. Nosotros cada año somos un año más viejos y nuestros estudiantes ¡siempre tienen dieciocho años! … Suelo decir que los profesores vivimos eternamente en el día de la marmota. ¿Os acordáis de la película “atrapado en el tiempo” en la que el gruñón y antipático protagonista se ve condenado a revivir, una y otra vez, el mismo día, en un bucle temporal? Pues a nosotros nos pasa lo mismo, pero en lugar de cada día, ¡cada año! Cuando consigues que los estudiantes te miren a la cara y te entiendan, te sabes sus nombres (que cada vez me cuesta más, ¿será la edad?), conoces sus virtudes y sus defectos y estás en condiciones de sacar el máximo partido de ellos, finaliza el curso, te vas a la playa en agosto y cuando vuelves, ¡te los han cambiado! Y ¡vuelta a empezar! ¡caras de susto! ¡preguntas retóricas! ¡monólogos! Y de nuevo … ¿hay alguien ahí?
Pese a todo, lo llevo bastante bien. Estoy orgulloso de ser profesor. Pero lo que me llegó al corazón fue cuando mi hijo Diego, un día que estábamos toda la familia hablando, dijo muy serio: “Yo cuando sea mayor les contaré a mis hijos, que mi padre no me reñía, … (cara mía de satisfacción) … ¡me daba discursos!”. Pero la puntilla fue cuando culminó la frase con un “¡Y no sé que es peor!”
Y en menudo jardín me he metido. A ver ahora como salgo de él. Como profesor de lógica, acabo de identificar el dilema en que he caído. Porque según lo que acabo de decir, si hago buenos monólogos, entonces soy un mal profesor. Por el contrario si he hecho un nefasto monólogo, entonces acabo de hacer el ridículo.
¡Y no sé que es peor!
Buenas noches y muchas gracias por soportarme.